El Maistro y el Alumbro en… “El Mundo Marcha Como Debiera”
13 Sep. 2020CLAUDIO OBREGÓN CLAIRIN
—Es muy triste lo que nos sucede…
—El mundo marcha como debiera, guarda tus consideraciones para cuando ya nadie te escuche…
—Deberíamos hacer algo, informarle a la gente que viven en el error y…
—¡Momento…! ¿Por qué deberíamos hacer algo así…? ¿Quién te crees tú como para decirle a la gente lo que tiene que hacer o saber? ¿Desconoces acaso el sagrado derecho que tiene la gente de vivir en el error? ¿Y cuando les quites sus creencias… qué rituales les vas a dar a cambio…? Actúas como un amoroso suicida, como un ingenuo libertino que no escucha a su dios…
—Pero Nietzsche dijo que Dios ha muerto…
—¿Y le creíste…? ¡Eres un tarugo! Nietzsche estaba provocando ¿qué no ves que necesitaba eco como leña para alimentar a su hoguera mental? Lo que menos le importaba era que lo entendieran, buscaba que lo escucharan… porque la palabra transfigura al mundo.
—Por eso, Maistro, insisto, hay que decirle a la gente que creer no es crear sino simplemente creer…
—Entonces el mundo no marcharía como debe y tendrías el compromiso de ajustar los huecos existenciales de quienes te escucharan, estarías en dificultades técnicas… no me veas así, sabes bien que te dejaría solo…
—… bueno… y… ¿si se los dice usted?
—En ocasiones, hay quienes buscan la luz, se enamoran de las distantes estrellas, desean tener acceso a lo divino celeste, iluminarse, comulgar con la luz del conocimiento sagrado… sin embargo… la luz está envuelta principalmente de inconmensurables oscuros vacíos y en su viaje… la acompañan lo insondable y lo intangible…
—Maistro… ¿qué debo hacer con el saber?
—Cuando escudriñes la luz entre el follaje, cuida de no tropezar con los destellos… podrían desdibujar a tu camino…
—Y… si resguardo una lluvia en mi boca…
—Podrás negociar con el silencio pero no con las estrellas.
—No entiendo…
—La Luna será tan blanca como un sol en el desierto, entonces quizá descubras que quienes procuran iluminarse sin reconocer a sus sombras… terminan por cegarse en el intento…
Meses después, el Alumbro descubrió al silencio entre la luz, brindó un incienso a su soledad, la acarició amorosamente y le dijo al oído: “ahora veo que eres mi única y real compañera” pero no recibió respuesta… esa noche, la soledad venía acompañada de la impermanencia.
Perdió cabello y también el impulso de dar respuesta a cada interrogante. Sentado junto al Maistro, observaba las motas de polvo suspendidas en el filo de un rayo de luz que ingresaba detrás de las cortinas. El gato de la vecina pasó maullando y, al saberse ignorado, saltó hacia la ventana y desapareció detrás de los rosales.
—Ahora que lograste eliminar al vicio de responder a cada estímulo, que dejaste de otorgarle una respuesta divina a cada coincidencia y que reconociste la inmensidad del universo concentrada en la percepción de la impermanencia… quiero que me respondas ¿por qué los gatos maúllan como si tuvieran la intensión de causar lástima o provocar nuestra atención si en realidad son grandes cazadores y pueden fácilmente prescindir de los humanos para alimentarse por ellos mismos?
—Reconozco que deciden depender del alimento que les damos porque les resulta cómodo y les da seguridad, tiempo para retozar y cuando así lo desean, se apartan de nosotros para explorar como cazadores.
—Te detuviste en la forma y olvidaste al fondo.
—…
—Reflexiona nuevamente… pueden alimentarse por su cuenta, son independientes, cuentan con grandes poderes de movilidad y resistencia, son astutos y se defienden muy bien delante a la adversidad, todo lo anterior, como te digo, es la forma, en el fondo, encuentran y luego exigen que les otorguemos algo más que la atención… algo que no ubican en el ámbito de los gatos de manera permanente y que al descubrirlo en nosotros, los humanos, se apegan a nuestros cuerpos, a nuestros espacios… ¿qué es?
—… mmmhhh… ¿Amor? ¿Caricias?
—Correcto… de igual manera, quienes buscamos al conocimiento con la certeza de que nos adentraremos en un espacio de incertidumbre, relatividad e impermanencia, precisamos de las virtudes del gato… …pero ante todo, debemos reconocer que el poder sanador de las caricias y la plenitud que nos otorga el amor, cuando los solicitamos como un gato que maúlla serpenteando entre las piernas, automáticamente descendemos al nivel del suelo, atendemos al instinto animal, dejamos de ver el vacío que envuelve a la luz y a las sombras que esculpen furtivamente a nuestros actos, precisamente por ello, es que simulamos y nos regalamos a la complacencia…
Dentro de poco tiempo culminarás tu instrucción, ocupas trascender la necesidad de ser amado, para ser visto…
Facebook: Claudio Obregón Clairin / Investigador, Guía y Promotor Cultural