CLAUDIO OBREGÓN CLAIRIN

Una pregunta es como una curva peraltada o la esquina donde los ángulos rectos se citan para platicar. Las preguntas van precedidas de un silencio y son como un freno de mano accionado en una vía rápida; se parecen también a la sensación de girar en una vuelta en “U”, con ellas, nos detenemos y vemos el camino transitado.

Las preguntas imprevistas se hacen presentes en forma de topes pero las que de verdad vale la pena escuchar, en un instante se transforman en muros, saltarlos es muy complicado, implica un gran esfuerzo, la caída es dolorosa y luego hay que reconstruirse, por ello, algunos preferimos bordearlas y cuando son muy necias, les perforamos un agujero.

Una conocida fuente afirma que en el principio fue el Verbo, lo cierto es que la pregunta lo puso en entredicho y develó al travieso movimiento.

He visto que las preguntas son capaces de rectificar una vida, también estoy cierto que las preguntas dirigidas al Ego terminan por desarmarnos por la espalda.

Cuando nuestros mayores formularon la primera pregunta, se descubrieron desnudos y en orfandad espiritual, pero su desconcierto fue fugaz, a la segunda pregunta, los cobijaron los mitos que milenios después dieron paso a las Señoras Religiones, desde entonces, la felicidad no dura más de dos pensamientos, al tercero, nos asalta la culpa.

Sócrates, fue un preguntón profesional, concluyó que lo único que sabía es que no sabía nada y, a pesar de que durante su juicio sumario, sus discípulos le rogaron que asumiera una posición blanda para salvar su vida, decidió concluirla provocando a sus congéneres y, consecuentemente, fue asesinado por aquellos a quienes tanto preguntó.

No es lo que preguntas sino cómo lo preguntas, pero más aún, es preciso preguntarse para qué y a quién se lo preguntas. Desde el primer cuestionamiento, la mente humana inició un proceso evolutivo y en una de sus ácidas versiones -la occidental-, presupone que todo debe ser conocido o interpretado.

Preguntando no solamente se llega a Roma, también se puede desconocerla…

No hay preguntas sin doble intención, quien pregunta puede estar ya de regreso y conocer la respuesta, pudiera ser que pregunte para confirmar o confundir y no para conocer.

Las preguntas esconden mejor las intenciones que las miradas de soslayo… si la palabra crea un mundo dentro del mundo, las preguntas permiten que esos mundos evolucionen.

Cuando en el Mundo Maya el tiempo aún no se reconocía, en el Popol Vuj se cuenta que los Hombres de Maíz fueron cuestionados por sus Creadores y Formadores sobre si les gustaba la vida. Respondieron que apreciaban sobre todas las cosas que podían diferenciar entre lo pequeño y lo grande… su Creadores hicieron Consejo y decidieron cegarlos parcialmente ya que si reconocían lo grande y lo pequeño, pronto podrían descubrir “el por

qué de esa diferencia y ser ellos mismos dioses”.

Los Creadores Mayas no querían que los Hombres de maíz vieran la totalidad…

Si en el principio fue el Verbo, luego vinieron las preguntas… hoy, nuestra existencia adjetivada, nos está conduciendo hacia la preposición.

Facebook: Claudio Obregón Clairin / Investigador, Guía y Promotor Cultural