LA COVACHA DEL AJ MEN

CLAUDIO OBREGÓN CLAIRIN

Loco de amor en un mundo donde el sueño no es profundo, Magdaleno salió de la recaudería de don Fede con veinte centavos de cilantro entre las manos, pensaba lavarlo y meterlo en el último hervor de su sopa de estrellitas; al cruzar la calle, un grupo de incrédulos Premodernos le cortaron el paso y uno de ellos exclamó:

—¡Oye tú…! ¡Amoroso suicida, ingenuo libertino! ¿Qué aprendiste hoy de tu dios…?

Magdaleno siguió de largo, los Premodernos lo siguieron y una vez más fue acosado, se detuvo frente a un zaguán azul carcomido por el viento húmedo, miró su manojo de cilantro y se sintió indispuesto porque no acostumbraba confrontar a los violentos, sigilosamente se escabulló y se colocó junto a un semáforo. Los Premodernos se fueron sumando entorno a él y le gritaron infinidad de insultos y desgarradores adjetivos calificativos. Magdaleno intentó capturarlos y algunos los pudo colocar debajo de su brazo pero a los pocos minutos fueron demasiados y decidió apilarlos en torno a él. La multitud se congregó y Magdaleno tuvo que meter el manojo de cilantro en la bolsa izquierda de su abrigo para capturar con sus dos manos las majaderías que le espetaban sin parar.

El muro de insultos que ávidamente construyó a su alrededor, superó la luz roja del semáforo y sucedieron muchos accidentes, por fortuna había un cenote no muy lejos de sus pies y machacó las hojas de un henequén, trenzó tres cuerdas, luego las sumergió con cuidado en las aguas cristalinas del cenote, las recogió y las exprimió para saciar su sed, al atardecer tuvo hambre, extendió la palma de su mano y pacientemente comió de sus frutos.

Así sobrevivió algunos soles. La multitud siguió insultándolo día y noche, los reproches rebotaban en el muro de insultos, la gente se enardeció más y más hasta que la ciudad entera quedó envuelta por el muro de insultos, sus habitantes fueron empujados por sus maldiciones y se descubrieron caminando por el desierto.

Cuando las voces fueron tenues, Magdaleno escaló el muro de maldiciones e improperios, al llegar a la cima, caminó sobre él y no vio a nadie, se sentó y recordó el fragmento de un poema del poeta coreano Kim Kwang – Kyu:

 

La oscuridad precede al sol,

El sol destruye la oscuridad.

La Realidad se opone al sueño

Y entonces, los sueños destruyen la realidad.

 

El águila toma al sol en su paseo.

Ahora, detrás de una pared de nubes

Me arriesgo

A soñar.

 

Magdaleno guardó silencio y después de un breve suspiro, pronunció la palabra amor…  el muro se desvaneció y la ciudad se descubrió abandonada por la ira de sus habitantes. Quiso llorar, pero se acordó que en realidad deseaba su sopa de estrellitas y corriendo se dirigió a su casa para prepararla… quizá los habitantes de la ciudad regresarían con hambre.

 

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