LA COVACHA DEL AJ MEN

Claudio Obregón Clairin

 

 

«¡Oh inteligencia, soledad en llamas,

que todo lo concibe sin crearlo!

Muerte sin fin

José Gorostiza

 

La palabra “unicidad” provoca una explosión de certezas; reconocemos su sentido pero nos descubrimos impotentes cuando intentamos explicarla. Formamos parte de ella y al mismo tiempo la observamos con distancia; pareciera que habita en el ámbito de la abstracción filosófica o en el culto de lo insondable, por ello, elegantemente la ubicamos en la esfera de la fe o en la meditación trascendental; sin embargo, la unicidad se encuentra en el aire que respiramos y en todos los sentidos de nuestras vidas. A continuación, algunas versiones de la “unicidad” que las civilizaciones originales han concebido desde aquellos soles en  los que inició la memoria.

 

LOS VEDAS

La filosofía hinduista “Vedanta” tiene como principio fundamental la conciencia de la unidad. Considera que existe una entidad suprema denominada “Mahat”, o mente cósmica, origen de la inteligencia universal que se manifiesta en el plano consciente a través de un elemento llamado “akasa”; todo lo que percibimos por medio de nuestros sentidos es una manifestación de “akasa”. Existe también una energía primigenia que al actuar sobre “akasa” da como resultado el universo; esta fuerza primordial se denomina “prana”.

En nuestro universo, el principio de la acción tiene lugar en el ámbito de lo invisible y, de sus entrañas emana cada nueva proyección. El lapso entre una manifestación y otra, se denomina en sánscrito “kalpa”, que significa ciclo; antes de iniciar un nuevo ciclo, “prana” reposa en el océano inmóvil e infinito de “akasa”. En el preciso instante en que “prana” inicia su actividad, se origina el movimiento y de su vibración surgen todos los fenómenos así como las energías que circundan y dan forma a los seres humanos. Al concluir un ciclo estelar o humano, “prana” inicia un nuevo período de reposo. La verdad hindú establece que todo el universo constituye una sola existencia: la Sustancia, el Alma o el Yo universal (Brahmán) y su aparente multiplicidad se debe al nombre y a la forma.

 

BUDISMO

Los budistas, por su parte, consideran que el universo se rige por una permanente interrelación de fuerzas que provocan su inestabilidad. En él confluyen el movimiento y el reposo; sin embargo, quien atestigua el movimiento no ve la calma absoluta y quien logra mantenerse en el regocijo que ofrece la calma, es porque ante su conciencia ha cesado todo movimiento. Para las filosofías budistas este mundo es en sí mismo completo, los adjetivos de fondo salen sobrando.

Reducir la atención a nuestra respiración otorga todas las respuestas porque nos liberamos del pensamiento y de las expectativas. Buda comentó a sus discípulos: «Oh bhikkhus, aquel que logra sobrepasar la duda estará libre de la vacilación y podrá  ver  las cosas tal y como son (yathabhutam)».

En el budismo no hay nada absoluto; todo es relativo, condicionado e interdependiente. No existe una sustancia absoluta, inmutable e imperecedera denominada Yo, alma o Atman. Ver al universo sin ilusión o ignorancia, extingue el sufrimiento y se descubre el Nirvana, que está más allá de la causa y el efecto. La Verdad no es un suceso al cual se arriba por medio de estados místicos, espirituales o mentales; lo único que podemos hacer es verla por percepción directa; experimentarla.

 

MESOAMÉRICA

Desde la conquista española, nuestros ancestros mesoamericanos han sido interpretados como primitivos adoradores de los elementos de la naturaleza y se presupone que su desarrollo estuvo condicionado a las peripecias de las sociedades agrícolas; sin embargo, algunos investigadores como el Dr. Rubén Bonifaz Nuño en su libro Imagen de Tlaloc, consideran que las civilizaciones mesoamericanas contaron con un conocimiento metafísico de lo existente.

Durante muchos años, la obra de Carlos Castaneda fue el refugio idóneo para «los libertinos de lo sobrenatural» quienes se limitaron a bordear el conocimiento de los brujos del México antiguo y a venerar a Carlos y a Don Juan. Castaneda reconoció a partir de su libro Viaje a Ixtlán que el nagual Don Juan le había proporcionado las plantas de poder: Datura inoxia (toloache), Lophophora williamsii (peyote) y un hongo psicotrópico del género Philosibe, porque se encontraba demasiado sólido para poder acceder a «otra realidad» y aclara que es posible ingresar al conocimiento silencioso sin necesidad de ellas.

Don Juan denominaba a dicho conocimiento Toltequidad, el maestro Miguel León Portilla lo llama Toltecayotl y Castaneda Tensegridad. El universo, para la Toltequidad, se concibe como hilos incandescentes que se expanden hacia todas las direcciones; delicados filamentos luminosos que poseen conciencia de sí mismos, los seres humanos somos una carga energética blanquecina y brillante que tiene la forma de un huevo luminoso; esta luminiscencia es más grande que nuestro cuerpo físico y está constituida por los mismos filamentos que forman el universo. Nuestro huevo luminoso cuenta con una zona más brillante en el omóplato derecho, es ahí donde los filamentos del universo se «unen» con los nuestros y se forma la percepción (en nuestra infancia contamos con la capacidad de percibir esa «otra realidad energética» pero la perdemos cuando amoldamos nuestra vida a los condicionamientos sociales), si logramos mover el sitio de intersección de nuestros filamentos con los del universo (punto de encaje) accedemos a otras percepciones. Para ello, se necesita aplicar dos desafiantes prácticas llamadas «el arte de ensoñar» y «el arte de acechar». Quien se interese en recobrar la capacidad para ver energía y ensoñar, tendrá que volverse flexible a través de un duro y complejo procedimiento llamado «el camino del guerrero», que tiene como finalidad llegar a la totalidad de nosotros mismos.

La Toltequidad manifiesta que los seres humanos contamos con dos campos de conocimiento: el lado derecho, donde se localiza la conciencia normal (tonal) y el lado izquierdo, en el que se ubica la conciencia acrecentada (nagual). Ambas conciencias forman un todo; sin embargo, la mayoría de los seres humanos ubicamos nuestra percepción del universo en el lado derecho del conocimiento. Para lograr la totalidad es preciso eliminar nuestra importancia personal ya que ésta nos consume demasiada energía para mantenerse brillante y presuntuosa, convirtiéndonos en seres duales, pletóricos de intereses en conflicto e intolerantes hasta con nosotros mismos. Es precisamente nuestra importancia personal la causante de que nos hayamos alejado de las zonas de nuestro plano sensorial donde se localiza lo abstracto y el espíritu. La Toltequidad nos invita ser humildes con nuestra razón porque ella es muy limitada, a constatar que somos capaces de ver energía y aprehender, además del discernimiento racional, un infinito campo de percepciones energéticas que circulan en la órbita de las posibilidades humanas.

 

JADE Y OBSIDIANA

El budismo Vipassana y la Toltequidad tienen conceptos en común a pesar de sus equidistantes orígenes; en la práctica Vipassana (meditación en movimiento), el tiempo se colapsa, en ocasiones se localiza en posiciones múltiples, de pronto reconocemos que es de noche y un instante después, de día. Nuestra conciencia recorre nuestro cuerpo, pero lo realmente trascendente, acontece en todo lo que ignoramos en el plano racional y que nuestro cuerpo recuerda.

En el templo budista Wat Ram Poeng (Tapotaram), ubicado en la ciudad de Chiang-Mai —al norte de Tailandia—, fue discípulo del maestro Luang Poh Banyat Akkayano Bhikkhu y me refirieron otros maestros, que Luan Poh Banyat, decidió abandonar su profesión como neurocirujano para dedicarse por completo al reconocimiento meditativo de su entorno.  Intrigado por conocer el funcionamiento del cerebro durante la meditación, colocó unos cátodos en su corteza cerebral y luego los conectó a un sofisticado equipo electrónico que medía su actividad neuronal; cuando el maestro Luang Poh entró en el estado de conciencia meditativa, las señales en la pantalla mostraban que su cerebro estaba clínicamente muerto. Cuando regresó al nivel de conciencia tridimensional, no recordaba lo que había vivido en el otro lado de la banqueta de la calle del conocimiento, pero tenía presente la experiencia adquirida.

De igual forma, en la Toltequidad ocurre que las actividades que se realizan en el plano consciente (tonal), nos permiten acumular energía para discurrir por el nivel de la conciencia acrecentada (nagual) y es el cuerpo —y no la razón—  el que en el plano consciente recuerda el aprendizaje adquirido en las actividades de la ensoñación que se realizan en el nivel de la conciencia acrecentada. El nagual Don Juan advirtió a todos los aprendices que tuvo a su cargo que deberían contar con una formación científica y racional para poder comprender el significado de lo desconocido.

De vez en cuando, a los buscadores nos resulta revelador que podemos materializar nuestros pensamientos e inquietudes y los catalogamos como momentos mágicos; nos alegramos de coincidir con nuestro entorno y en ese estado de plenitud, algunos reconocen a Dios en cada evento. Sin embargo, no tiene nada de extraordinario, por el contrario, lo excepcional es olvidar que somos seres dotados con la capacidad de reconocernos conscientes en un universo constituido por múltiples realidades, todas ellas a nuestro alcance. En la Toltequidad el universo se interpreta con la acción y no con la razón, he aquí porque los descendientes de los mesoamericanos llaman a los occidentales gente de razón.

 

ESPEJOS

Retomando el planteamiento vedantino de la forma y el fondo como subterfugio para volver tangible la unicidad del universo, recuerdo un fragmento del poema Horal, de Jaime Sabines: «El mar se mide por olas/ el cielo por alas/ nosotros por lágrimas./ El aire descansa en las hojas/ el agua en los ojos/ nosotros en nada…» El maestro hindú Swami Vivekananda comenta que «la ola difiere del mar sólo en la forma. ¿Qué queda de la ola una vez que ha pasado? Nada. La ola existe gracias al mar, pero el mar en ningún sentido depende de la ola. La ola existe mientras conserva su forma; en cuanto la pierde, deja de existir. El nombre y la forma son productos de maya (ilusión). Todos nacemos de maya, y por obra de maya es que parecemos distintos unos de otros. Sin embargo, maya es algo tan irreal como la forma misma, puesto que su existencia estará siempre condicionada”.

Ahora bien, una gota en el mar refleja las estrellas y es un océano atómico donde las mismas fuerzas que rigen el universo interactúan en ella para mantener su forma y, a pesar de que, en el fondo, el mar puede prescindir de la gota, en la forma, sin ella, no se sabe completo. Nosotros, como gotas de agua, estamos constituidos por millones de átomos que aunque juntos, entre ellos existen infinitos espacios subatómicos.

Somos luz a la cual hemos dado una forma sólida, pero en el fondo, formamos parte de un todo energético que condicionamos a los parámetros del discernimiento racional.

Si colocamos adjetivos a las energías, perdemos contacto con la unicidad, aparecen los intereses materiales y egoístas, el pensamiento crea a un pensador… nos evaporamos. Para ver la unicidad en el infinito que nos rodea —y que nos contiene—, hay que buscar las formas en el plano energético.

 

Mas la forma en sí misma no se cumple

Desde su insigne trono faraónico,

magnánima,

deífica,

constelada de epítetos esdrújulos,

rige con hosca mano de diamante.

Está orgullosa de su orondo imperio.

¿En las augustas pituitarias de ónice

no juega, acaso, el encendido aroma

con que arde a sus pies la poesía?

…¡oh inteligencia, páramo de espejos!»

 

Muerte sin fin (fragmento)

José Gorostiza

 

Nota Bene. Para la elaboración de este ensayo consulté las obras de Swami Vivekananda El poder del Jñana yoga, el camino de la razón para conocer a Dios, Walpola Rahula  Lo que Buda enseñó, Rubén Bonifaz Nuño Imagen de Tlaloc, Miguel León Portilla Toltecayotl, aspectos de la cultura náhuatl, Alfredo López Austin Cuerpo humano e ideología, las concepciones de los antiguos nahuas, Carlos Castaneda Una realidad aparte, Viaje a Ixtlán, El don del águila, El Arte de enseñar, La rueda del tiempo, Guillermo Marín Para leer a Carlos Castaneda, a ellos y a los poetas Jaime Sabines y José Gorostiza, mi gratitud por la luz de sus palabras.

 

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