Claudio Obregón Clairin

El primer vocablo pronunciado por nuestros ancestros se refirió a una abstracción que yacía en sus mentes, fue el resultado de un largo esfuerzo personal originado en balbuceos colectivos; al repetirse, el vocablo se fragmentó, evolucionó y terminó por invocar a las verdades y a las atmósferas que transitan de la voz al trazo, del blanco al color, del silencio a la histeria, del código al secreto revelado.

Sublime aquel instante en el que nuestros ancestros, con vocablos vueltos palabras hicieron tangible lo inasible y la abstracción se tornó un elemento catalizador de lo insondable.

Con el intercambio de aquellos sonidos regulados por acuerdos, los homínidos dieron el salto a la evolución social de la Palabra que nos ha conducido a ser lo que somos.  Lo imaginario se codificó, el mundo fue interpretado más allá del tiempo presente y de las necesidades de sobrevivencia. La Palabra vistió de luces a las inquietudes humanas.

Somos lo que somos por haber matado “al otro” para sobrevivir y luego compartir los alimentos, pero estamos como estamos por los significantes y la trascendencia de nuestras palabras.

Una palabra puede transformar la imagen de nosotros mismos y la de “los otros”. En la Palabra subyace la energía reguladora de los sentimientos y de las conductas sociales; los hechos comunitarios parten de una reflexión pero su trascendencia inicia cuando la Palabra dirige, incita o predispone. Escrita, se vuelve código o verdad.

Es a través de las palabras como creamos un mundo dentro del mundo, con ellas dibujamos nuestra frontera con lo animal y describimos los sueños y las ilusiones. También con la Palabra reconocemos un orden y distorsionamos la realidad social camuflando nuestros actos que van en sentido contrario a lo que pronunciamos; la Palabra es frágil y sustancial, también encubre.

En el ámbito de las intenciones no manifiestas, la Palabra puede ser un excelente recurso para distraer la atención, pero escrita, se ubica en un tiempo y en un espacio al que no podemos renunciar y debemos asumir sus consecuencias; escrita, su forma indica el fondo, en tanto que hablada, podrá siempre discurrir por la simulación.

En la naturaleza no hay moral sino eventos y seres que los perciben. En nuestro tiempo, los eventos se adjetivan y también los mensuramos para inmediatamente después otorgarles una explicación científica y racional.

De nuestros mayores

Los mayas históricos ritualizaron los eventos, mantuvieron un diálogo con las fuerzas de la naturaleza, percibieron los secretos de las sombras y rindieron culto a lo que la mente racional llama «fantasías».

La danza acompañó a las ceremonias de nuestros ancestros; extendiendo los brazos, a través del trance y el éxtasis, localizaron un espacio mental en el universo energético y accedieron a los secretos de la impermanencia y del movimiento, certezas que condicionan y rigen a los seres humanos.

El lenguaje jeroglífico de Mesoamérica es metafórico y naturalista, refleja el sentimiento de unicidad que experimentaron nuestros mayores con la naturaleza y con el cosmos; sus frases alegóricas a los astros y a las flores, se relacionan con la guerra y con las almas, es decir, a “la condición violenta e impermanente del universo”; descubrirla y hacerla propia, los condujo a la captura y al sacrificio de sus iguales; así interpretaron a la sutil estancia en la tierra y al luminoso ciclo de las flores.

La escritura jeroglífica maya es una combinación de conceptos, ideogramas, sílabas y fechas. Fue el vínculo con lo sagrado, por ello acompañaba a los ahauob’ (reyes) en sus imágenes y en los vasos ceremoniales que utilizaban para beber chocolate.

Cuando un noble maya observaba un texto de sus ancestros, no lo leía de manera lineal o literal, era un recurso mnemotécnico para desarrollar un discurso, es decir, un conjunto de frases concentradas en ideogramas y pictogramas que al “verlas” se leía más de lo que estaba escrito y se ajustaba la realidad a la percepción gramatical de un idioma metafórico.

Los lenguajes al igual que el universo y sus habitantes, evolucionan en función de las leyes del movimiento. Las palabras de otro tiempo se utilizaban para justificar o regir al Poder, hoy se interpretan para entenderlo. Los idiomas se acomodan a las circunstancias y a las necesidades de quienes los utilizan para la comunicación.

En nuestros soles, es preciso comunicarse entre iguales con la finalidad de crear un mundo dentro del mundo, en tiempos mayas, las palabras escritas servían para comunicarse con lo divino.

El lenguaje sagrado de la escritura jeroglífica maya, evocaba e invocaba a la percepción de otras realidades, algunas culturas antiguas se obsesionaron con el más allá, los mayas históricos se interesaron en el más acá.

Los mexicah (aztecas) nos legaron testimonio de la percepción “del cerca y del junto” en su poesía hablan de flores refiriendo una alegoría a la guerra, las mariposas fueron la figura poética de las almas y de las aspiraciones estéticas de los guerreros.

La virgola de la Palabra en Mesoamérica, surge de la boca para después de ser emitida, regresa a quien la pronuncia. La Palabra mesoamericana fue poder y compromiso, por ello, los reyes mexica fueron llamados Tlatoanis, que significa “el que habla correctamente” y entre los mayas, los reyes fueron nombrados ahauob’ que se traduce como “los que gritan, los que determinan”. Los soberanos en Mesoamérica fueron los Señores de la Palabra, tuvieron cuidado de sus expresiones y sus determinaciones.

En aquellos soles, existió un rigor en el lenguaje porque al hablar, corporeizaban a los seres y a los objetos; nombrando se tornaba real el mundo que ellos figuraban dentro del mundo. En nuestro mundo, las palabras de quienes gobiernan, manifiestan retórica y simulación, la realidad no es la que se nombra sino la que se oculta. Las palabras visten a la simulación y aceptamos complacientes ser engañados: ese es el desatino de nuestro tiempo.

Vemos que no es lo que se dice que es, porque hemos olvidado el sentido mágico de la Palabra, aquella intención que se originó hace millones de años a partir de una abstracción vuelta vocablo. Cuidando nuestro lenguaje sanamos nuestro devenir.

El poder de la Palabra recta y honesta, proyecta la certeza de entender el significado ritual de nuestra existencia e independientemente de nuestra vocación o creencias, los seres de Palabra están en armonía consigo mismos y entienden la coyuntura de vivir en la simulación sin ser afectados por ella. Los protege el poderoso acto de verse al espejo con dignidad.