El habla popular – José Juan Cervera
2 Ago. 2024Los usos formales más arraigados hacen desear que las mujeres y los hombres eminentes de tiempos idos sean recordados en ambientes gozosos, en fraternidades festivas y con palabras lúcidas, en ocasiones que no coincidan siempre con actos de conmemoración oficial cuando se realizan en cumplimiento de algún aniversario clave; sin embargo, si estos han de efectuarse para llenar el expediente de un compromiso ineludible y si por algún motivo es necesario llevarlos a los ámbitos escolares, por ejemplo, mejor sería conducir ahí, para hablar de los ilustres evocados, a quienes por su experiencia y su espíritu receptivo han logrado conectar con las expresiones hondas de su esencia creadora, por ser personas idóneas para transmitir, con amenidad y energía espontánea, las enseñanzas que derivan de una figura talentosa.
Cuando Adolfo Castañón, al concluir un ciclo importante de labores editoriales en el Fondo de Cultura Económica en 2003, ingresó en la Academia Mexicana de la Lengua, asumió la tarea de documentar la vida y la obra de varios miembros de esa corporación. Uno de ellos fue Francisco J. Santamaría (1886-1963), erudito tabasqueño a quien dedicó un discurso con motivo del homenaje luctuoso que los académicos le tributaron en marzo de 2013. En el mismo año, la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco incluyó el texto leído durante la ceremonia en su colección Andrés Iduarte, Biografías y Perfiles con el título de Francisco J. Santamaría: una presencia cotidiana.
Lejos de resultar solemne y acartonado, el autor brinda información suficiente para captar la relevancia del homenajeado, pero no se detiene en ello, porque muestra el valor que los propios integrantes de la benemérita asociación conceden a la obra de aquel hombre de letras: “Cada jueves, en las sesiones de la Comisión de Consultas de esta Academia Mexicana de la Lengua, se abre como quien alcanza el pan el Diccionario de mejicanismos de Francisco J. Santamaría”. Trae a la memoria anécdotas ilustrativas de las reflexiones que aporta, y recrea momentos luminosos en que él mismo se fue acercando a la obra de Santamaría, quien pese a ser reconocido principalmente por sus contribuciones lexicográficas, fue autor también de otros libros de carácter literario, histórico y bibliográfico.
A modo de paréntesis que inspira tanto la lectura del escrito de Castañón como la consulta complementaria de algunas de las obras de Santamaría, cabe proponer, en calidad de conjetura basada apenas en el sentido común, pero que puede explorarse desde una perspectiva más firme, que el continuo interés del letrado tabasqueño en torno de las locuciones americanas, mexicanas y provinciales se originó en su contacto directo con la realidad lingüística de su patria chica, ya que Tabasco posee un abundante vocabulario popular que ha dado motivo a muchos estudios de paisanos suyos, que merecen también un reconocimiento puntual de sus quehaceres intelectuales.
El lazo efectivo que une a Francisco J. Santamaría con la Academia Mexicana de la Lengua lo constituye su pertenencia a dicha asociación desde 1954, y es notable que su discurso de ingreso fue un esbozo introductorio de lo que llegaría a ser su diccionario de mexicanismos publicado en 1959. Las evocaciones de Castañón destacan episodios sobresalientes de la vida del homenajeado, como su origen rural, sus ansias de conocimiento, la insistencia que manifestó, en plena juventud, de viajar a la capital del país para instruirse y su encuentro con otros tabasqueños de renombre como Arcadio Zentella y Abraham Bandala, lo mismo que sus frecuentes incursiones en el Mercado del Volador para proveerse de libros antiguos que nutriesen sus investigaciones.
Santamaría fue un jurisconsulto sagaz y un periodista muy apreciado, ocupó cargos públicos de relieve –fue senador de la república y gobernador de Tabasco–, si bien uno de los acontecimientos que le infundieron un halo de notoriedad fue haber sido sobreviviente de lo que se conoce como la matanza de Huitzilac en 1927, uno de los pasajes cruentos que suscitaron las agudas tensiones de la sucesión presidencial de ese entonces, sucesos de los que Santamaría rinde testimonio en un libro publicado en 1939. Castañón pinta con justo detalle la visita que Marcel Bataillon, gran conocedor de la cultura hispana, hiciera a Santamaría para cambiar impresiones con él, conocer su biblioteca y las cédulas en que anotó sus investigaciones en materia de idioma: un diálogo de altura digno de los mejores recuerdos.
He aquí una de las rutas por transitar en el recuento de las tradiciones que palpitan en el universo de la cultura nacional, con miras a imprimir continuidad en sus honrosos afanes.