Aquel instante… – La Covacha del Aj men
2 Abr. 2023Claudio Obregón Clairin
Entre “el todo” y “la nada” habita el instante: el enigma absoluto, la realidad que percibimos sensorialmente y cuya existencia limitamos al racionalizarla.
Deteniendo en un instante a nuestra conciencia, dejamos de pensar en el pasado y de proyectarnos hacia el futuro; constatamos que el instante nace de “la nada” y que en un instante se disuelve en “el todo”… Descubrimos la temeraria sensación de que la eternidad es un “instante presente”, pero inasible.
ETÉREO
Fue en un instante cuando de casi “la nada” nació “el todo” y de las diez dimensiones que configuran nuestro universo, “se desenvolvieron solamente tres: profundidad, altura y anchura, las otras siete dimensiones siguen envueltas en sí mismas”. Las puedes ubicar entre estas palabras y tus ojos así como entre un sueño y otro, pero únicamente las partículas subatómicas en ellas circulan.
Las observaciones astronómicas y la “radiación de fondo” indican que “el instante primigenio” (Big Bang) fue un evento energético que tuvo lugar aquí, allá y en todas partes porque el espacio estaba envuelto en sí mismo; en esa condición se encontraba también la materia y desde entonces ha ido evolucionando y transfigurándose a merced de la fuerza de gravedad, el electromagnetismo, la fuerza nuclear fuerte y la fuerza nuclear débil, para crear las luces del universo que cuando agotan su combustible se extinguen, y de sus explosiones o implosiones se forman nuevas estrellas o abominables hoyos negros que engullen galaxias enteras…
…en nuestra dinámica racional, es posible concebir al vacío en una sola abstracción pero nuestra capacidad de discernimiento se descubre muy limitada cuando nos atrevemos a situar y analizar al mismo tiempo: a la materia, a la energía oscura y a la antimateria que circulan a nuestro alrededor.
Es factible que el tiempo sea una percepción racional y parcial de un “instante presente” formado por infinitas “atmósferas temporales” donde se desarrollan y se reflejan los eventos de nuestro universo que se encuentra en permanente expansión pero a diferentes velocidades. Las estrellas que recorren la bóveda celeste se localizan a miles de millones de años luz y, aunque algunas de ellas hayan dejado de existir, recibimos su luz que viaja a través del vacío porque a la velocidad de la luz “el tiempo se colapsa”.
Según los parámetros del pensamiento moderno que heredamos de los alabados griegos de la antigüedad, entre el movimiento y el espacio, encontramos al tiempo. Pitágoras argumentaba que “el tiempo es como una esfera que engloba todo” y Parménides dijo que “el ser no fue ni será porque el ahora y el todo están unidos”.
Por su parte Plutarco escribió “yo soy todo aquello que fui, soy y seré” y algunos siglos más tarde, San Agustín, en el onceavo libro de La Ciudad de Dios comentó: “el mundo no ha sido creado en el tiempo, sino junto al tiempo. De hecho, aquello que se hace en el tiempo, se realiza antes o después de cualquier tiempo: antes de cualquier tiempo futuro o después de cualquier tiempo pasado…”
Los mayas mesoamericanos dotaron al tiempo de los atributos de un dios; San Agustín colocó a Dios dentro del tiempo; Nietzche lo expulsó; Einstein dijo que Dios no juega a los dados y Hawking le replicó —argumentando con sus ecuaciones sobre la entropía gravitacional intrínseca de los hoyos negros—, que Dios no solamente juega a los dados sino que a veces nos confunde aventándolos donde no podemos verlos.
ESPEJOS
El “instante presente” que de “la nada” forma “el todo” se constituye de ritmos, movimientos y ciclos… Las actividades y el desplazamiento de nuestros cuerpos así como el ansia que produce la expectativa de un encuentro o el estupor que provoca una voz ingobernable que ignora las valiosas pausas, son eventos que nos permiten percibir que el tiempo transcurre, pasa, regresa, se pierde o nos hace falta.
Sin embargo, la voz que ya no escuchamos, el reposo de nuestros cuerpos o el atardecer de la semana pasada, son testimonios subjetivos y parciales de los eventos del instante que ocupamos cada uno de nosotros en nuestro universo y que configuramos en una percepción individualizada que transita en “un tiempo lineal”. Es ahí donde la mentalidad occidental se detiene, porque la importancia personal, así como la comprensión de los eventos de manera lineal, individualizada y racional, limitan nuestra percepción de aquel misterio seductor que llamamos tiempo.
En el ensueño, “el tiempo se colapsa” y encontramos al futuro envuelto en sí mismo; en el sueño paradoxal somos conciencia y por ello podemos introducirnos en otras dimensiones, percibimos que si es de noche es porque estamos ubicados en contraposición al Sol pero, tanto él como la primera estrella que se formó así como el oscuro final de nuestro universo, configuran un solo “instante presente”.
El rincón
En el principio, el espacio y la energía estaban ensimismados, “el todo” y “la nada” eran una unidad que de pronto se desenvolvió y, desde ese instante hasta éste, el tiempo que ha transcurrido ha sido simplemente una percepción humana de la interacción entre la energía y el espacio.
En el nivel consciente nos vemos tangibles pero en el ensueño nos reconocemos coloidales y en movimiento, a veces nos vemos desde afuera y nos descubrimos etéreos, escuchamos voces, observamos largas sombras, se colapsan el tiempo y los seres.
Nuestro universo se constituye principalmente de un vacío casi absoluto y en el ensueño, no es al único que podemos ingresar en éste o en cualquier otro instante.
Facebook: La Covacha del Aj Men