LA COVACHA DEL AJ MEN

Claudio Obregón Clairin

 

La palabra Chamán deriva del idioma Tungus-Siberiano y significa “el que sabe”, por ello se les conoce también como Hombres de Conocimiento y, aunque genéricamente se les excluye, también existen Mujeres de Conocimiento.

En algunos países asiáticos, el chamanismo es reconocido como una profesión; en Corea del Sur hay 50 mil chamanes  que ejercen públicamente su profesión y pagan impuestos.

A pesar de la globalización y del consumo irreflexivo, en algunas comunidades de origen paleolítico, como los Inuit, en Groenlandia, los bosquimanos en África o en el Río Amazonas, los chamanes continúan siendo los intermediarios entre los seres humanos y los espíritus.

El chamán concentra su energía en el temple de sus emociones, en la impecabilidad de sus actos y en la precisión de sus palabras. El chamanismo es también un arte escénico y al igual que los actores, los chamanes transfiguran la realidad, crean mundos dentro del mundo y comprimen o expanden al tiempo. En su entorno, los objetos y los seres no son lo que son sino lo que ellos afirman que son.

Hace 15 mil años, en las sociedades paleolíticas boreales, los chamanes se sirvieron de un tambor para imitar al latido del corazón y así controlaron el destino de su existencia. Los chamanes mueren en vida y su renacimiento es doloroso, transgreden las formas y con el auxilio de aliados y espíritus, sanan las enfermedades del alma que padecen sus comunidades; también son los intermediarios e intérpretes de las conciencias inorgánicas.

Conocen el poder de las plantas psicotrópicas y reconocen que quienes no logran ver al universo como un conglomerado energético, precisan de la ingesta de las Plantas del Poder para observar que somos polvo de estrellas concentrados en un Ego y que, como escribió Shakespeare: “el sí y el no son dioses falsos”.

Para los chamanes, la vida es un conglomerado de acciones  y la culpa pertenece a la moral que la contiene.

En el universo no hay justicia,  suceden eventos y el chamán desde tiempos sin memoria pétrea, conduce a su comunidad a estadios de gallarda sobrevivencia y a la plenitud de la conciencia frente a lo insondable.

Las Culturas Autóctonas de México transitaron de la cacería a la agricultura y los chamanes se transformaron en los  gobernantes conocidos como Señores de la Palabra (ahauob – tlatoanis). En sus rituales invocaban y evocaban a Entidades Divinas o Espíritus con quienes contraían deudas que pagaban calendáricamente con rituales de sangre. A dichas Entidades Divinas erróneamente las llamamos dioses ya que un Dios es omnipotente, omnividente, indivisible e intangible, dictamina un infranqueable código de conducta que inexorablemente provoca “culpas”. En tanto que las Entidades Divinas toman préstamos y valores de otras Entidades Divinas para multiplicarse y transfigurarse, se les invoca y evoca para realizar acuerdos que derivan en deudas; se les ve de frente y se tornan tangibles aunque sean invisibles, como sucede con el viento.

La arqueología formal y estructuralista, pontifica en un ladrillo y racionaliza las expresiones plásticas de la otredad. Sustancialmente denota limitaciones en su percepción del pasado histórico porque observa los rituales de nuestros mayores con la altiva percepción de los gerentes y de los coleccionistas.

A raíz de la obra de Mircea Eliade “El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis”, en el imaginario occidental, la tarea del chamán se redujo a los trances extáticos y a la guía colectiva en el consumo de plantas, hongos y animales enteógenos.

El chamanismo es una práctica milenaria propia de sociedades comunitarias y rituales, nosotros constituimos una sociedad individualista y de consumo irreflexivo. Incauta actitud la de buscar respuestas a la desesperanza que provoca una sociedad tecnificada, pronunciando palabras de idiomas ajenos en ceremonias modernas de calendarios extintos… atestiguamos la peregrina intención de encontrarse así mismo… en el colectivo.

El consumo de Plantas de Poder como deporte, significa bordear a la esquizofrenia buscando la lucidez.

Atropellando a la realidad del chamanismo histórico, en Quintana Roo, cualquiera que bate un tambor se dice heredero de rituales inexistentes, se asume como heredero de un conocimiento ajeno, dirige la ingesta colectiva de la peligrosa ayahuasca, del respetable peyote e inventan ceremonias con cacao. En la desfachatez que se nutre de la simulación y de la orfandad espiritual, se hace pasar por un chamán, pero en realidad, es un showman.

Dichos individuos “dicen” aproximarse a la otredad y lo hacen a través de su ego, luego disparan un velo que cubre las carencias de quienes los veneran y sus ojos azules observan con regocijo fraternal la sumisión de las pieles mestizas.

El chamanismo prescinde del sujeto, de la personalidad y de la arrogancia: es sustancialmente un asunto práctico. Un chamán jamás dará su nombre verdadero ni embaucará pescando en las Redes Sociales a alumnos – súbditos poseedores de  brillantes tarjetas de crédito.