El ataque yihadista de Bin Laden en Nueva York y Washington (11-S, 2001), la pandemia detectada en China del COVID-19 (11-M, 2020), la invasión de Rusia a Ucrania (24-F, 2022) y la matanza del grupo terrorista Hamás, desde Gaza, contra Israel (7-O, 2023)…

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

La teoría del cisne negro es una metáfora que describe un suceso sorpresivo, de gran impacto socioeconómico y que, una vez pasado el hecho, se racionaliza por retrospección, haciendo que parezca predecible o explicable, y dando impresión de que se esperaba que ocurriera. Fue desarrollada por el filósofo einvestigador libanés Nassim Taleb, en su libro “El cisne negro”, editado en 2007. Taleb pone como ejemplo: la Primera Guerra Mundial, la ‘Gripe Española’ de 1918, los atentados del 11 de septiembre de 2001, la computadora, el Internet… El primer caso de COVID-19 se detectó en México el 27 de febrero de 2020 y el 11 de marzo, fue declarada como pandemia en una rueda de prensa mundial por TedrosAdhanomGhebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud. ¿Dónde se inicia el coronavirus? La Comisión Municipal de Salud y Sanidad de Wuhan, provincia de Hubei, China, informó a la OMS sobre un grupo de 27 casos de neumonía de etiología desconocida, con una exposición común a un mercado mayorista de marisco, pescado y animales vivos en la ciudad. El primer paciente registrado en España con COVID-19 se conoció el 31 de enero de 2020.

Nadie nos esperábamos el ataque indiscriminado del grupo terrorista Hamás contra Israel el pasado sábado, 7 de octubre,es mucho más que eso, como ha quedado claro no solo por su intensidad y crueldad, sino por la reacción de Israel. Como ocurrió con los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y con la invasión de Ucrania por parte de Rusia, el 24 de febrero del 2022, estamos ante un nuevo evento que cambiará el devenir del mundo. La guerra en Palestina se acumula a la de Ucrania. El doblete multiplica lo peor, los desastres humanitarios directos. También duplica el riesgo para la economía mundial, sobre todo de un alza general de precios. Ocurre cuando los costes de la energía que se dispararon por la invasión de Ucrania habían empezado a ceder de forma consistente. Y así, moderaban la inflación, de modo que los bancos centrales oteaban un punto final a sus persistentes alzas de tipos de interés: la Fed, el Banco Central de los Estados Unidos.​ con su primera pausa; el BCE, Banco Central Europeo, sugiriendo que la de septiembre sería la última. Un eventual “aterrizaje suave” de la inflación sin recesión ganaba tímidos enteros.

En efecto, el petróleo de tipo Brent se cotizaba a 24 de febrero de 2022 en 99,08 dólares; remontó a 119,7 cien días después; y el pasado día 13 de septiembre, había bajado a 90,3 dólares, tras 10 meses oscilando casi siempre en una horquilla de entre 70 y 90 dólares. Y el gas natural europeo se cotizaba el mismo día a 55 euros el megavatio hora, frente a los 300 que alcanzó el 26 de agosto del año pasado. Así que la escalada de precios energéticos-base derivada de la guerra de Putin estaba en proceso de digestión.El retorno al conflicto en Oriente Próximo da señales de alarma. El petróleo ha subido en pocos días un 4%. Y el gas se ha encarecido en una semana un 44% (también por la sospecha de sabotaje en el gasoducto Finlandia/Estonia), inquietud matizada por el hecho de que las reservas europeas superen ya el 90%, 14 puntos más que hace un año.

El FMI ha repartido en Marraquech dosis de prudencia: es “demasiado pronto para llegar a una conclusión precipitada”. Y distintos operadores evitan el alarmismo, apelando a que este aumento inicial al repetirse el conflicto podría pespuntear una secuencia de vaivenes: alza temporal de precios, suavización de la incertidumbre, retorno a los precios originarios.Todo depende de la evolución y el alcance del desastre en Gaza, y de las reacciones de los vecinos. A más encono, peores precios. El foco está en la barrera de los 100 dólares por barril. Y en el grado de involucración de Irán: si intervendrá más, si EE UU le castigará restringiendo sus exportaciones, lo que aumentaría precios. Y en el papel, aún difuso, de Arabia Saudí. La historia no se repite. Pero avisa. Hace 50 años, la guerra de Yom Kipur (1973) y el golpe de los ayatolás (1979), acumulados, dispararon la inflación media global un 11,3% hasta 1983.

La respuesta de China al 11 de septiembre fue apoyar a Estados Unidos, igual que hizo Rusia, en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. En realidad, ambas naciones tenían mucho que ganar con la determinación de Washington en acabar con el terrorismo islámico, dados sus propios problemas internos: Chechenia, en el caso de Rusia, y los uigures, en el caso de China. El sueño de la relación abierta entre ambos países se hizo añicos con la llegada de Donald Trump al poder en 2017: inmediatamente pasó a tratar de contener a su rival con una política de aranceles y barreras a la transferencia tecnológica que la Administración de Joe Biden no ha hecho más que aumentar. Lo destacable es que durante los años en los que Estados Unidos miraba para otro lado, China se había convertido en el principal socio comercial de la mayoría de los países del mundo.

Para cuando Rusia decidió completar la invasión de Ucrania, en febrero del 2022, EE UU ya había perdido buena parte de su liderazgo económico mundial ―golpeado no solo por la crisis financiera de 2008 sino también por la pandemia― así como de su liderazgo político, como quedó evidenciado en la retirada de Afganistán. La Unión Europea, a su vez, contaba con un shock más en su historial, la crisis de deuda soberana de 2010, que le llevó a afrontar la anexión de Crimea por parte de Rusia en 2014 con las fuerzas exangües y la posterior invasión de Ucrania, tras la pandemia, sin apenas espacio fiscal para hacerle frente. Sin duda, la posición de China ante la invasión rusa ha resultado clave en el conflicto. Uno podría incluso argumentar que, sin el apoyo tácito de Pekín a Moscú, la guerra podría haberse resuelto ya a favor de Ucrania dada la enorme dependencia rusa de China.

La guerra de Ucrania ha ido separando cada vez más a Occidente, no solo de Rusia, sino también de China, que sigue empujando a los países emergentes y en vías de desarrollo a alinearse contra EE UU, bien por su pasado colonial o, simplemente, apelando a su sentimiento antioccidental. En este contexto, el reciente ataque a Israel no solo es enormemente doloroso ―como por desgracia también lo está siendo la respuesta de Israel en Gaza contra los ciudadanos palestinos muchos de ellos opuestos a Hamás― sino que está provocando a su vez movimientos tectónicos en Oriente Próximo. Movimientos a los que China no es ajena. En primer lugar, parece difícil pensar que Hamás haya podido atacar a Israel de manera tan sorpresiva como certera y letal sin ningún apoyo exterior. Los ojos están puestos en Irán, cuyo presidente, Ebrahim Raisi, acaba de reunirse con uno de los líderes de Hamás en Qatar para amenazar a Israel sobre las consecuencias de sus ataques a Gaza.

Por si fuera poco, Arabia Saudí, que hasta que tuvo lugar el ataque se encontraba inmersa en negociaciones con EE UU para cerrar un acuerdo con Israel con el objetivo de normalizar sus relaciones diplomáticas, no parece querer seguir con este proceso. Más bien todo lo contrario. Tras una llamada reciente, publicitada a bombo y platillo, los líderes de Arabia Saudí e Irán parecen haber pasado de ser enemigos históricos a mostrarse un respeto mutuo, ratificando el acuerdo bilateral impulsado recientemente por China. En ese sentido, las declaraciones de Pekín tras los atentados a Israel y las aún más recientes de su ministro de Asuntos Exteriores, Wang Yi, sobre la necesidad de proteger a Palestina, dejan muy claro dónde se coloca su Gobierno en este conflicto: en posición opuesta a la de EE UU.Ya desde Mao Zedong, China había mantenido una posición propalestina.

Más allá de que un shock de esta naturaleza podría poner en peligro los dolorosos procesos de desinflación que se están llevando a cabo en Occidente, la reflexión de mayor calado es la del inexorable avance de un mundo que se separa en dos polos. EE UU, con este nuevo shock, podrá identificar aún más claramente a sus aliados, entre los que se encuentra la Unión Europea y, sin duda ya, Israel. A su vez, la rotunda denuncia de los atentados por parte de Australia, Japón, Filipinas o Taiwán, delinea aún mejor dicho eje. La centralidad de China en el otro eje funciona por oposición a los intereses de la potencia hegemónica actual, que sigue siendo Estados Unidos.Parece importante, a estas alturas, que Occidente entienda en qué momento histórico se encuentra.

Lo que puede parecer un mero ‘flashback’ de una guerra fría que pensábamos enterrada es una realidad. A pesar de la mayor interdependencia económica.Flashback es una técnica narrativa utilizada en cine y literatura que consiste en intercalar en el desarrollo lineal de la acción secuencias referidas a un tiempo pasado. Los ataques del 7 de octubre a Israel —junto con, ya dijimos, los ataques terroristas del 11 de septiembre y la invasión de Ucrania— se recordarán como uno de los tres grandes acontecimientos que precedieron y definieron el resquebrajamiento del orden global en dos grandes bloques, volviendo irremediablemente a una guerra fría.

@SantiGurtubay

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