Claudio Obregón Clairin

Homo habilis tomó dos piedras y golpeó sus costados, después de varios machucones, obtuvo una rudimentaria punta con la que pudo matar, cortar o herir; desde entonces, fabricamos millones de objetos que han dado forma a nuestro mundo.

En tiempos chamánicos, los “objetos” adquirían vida y eran considerados “sujetos”. Aquella milenaria práctica chamánica se manifiesta evolucionada en nuestro cotidiano consumista.

En nuestro tiempo, los objetos son nuestro mundo, un mundo de consumo en el que los productos-objeto se mejoran a la misma velocidad con la que se desechan.

La dependencia existencial hacia la tenencia de los objetos determina nuestros estados de ánimo. La producción industrial de objetos nos conduce irreflexivamente a adquirir nuevos modelos y nuestras angustias superan a nuestras necesidades.

Los consumidores creamos una relación chamánica con el “producto”. Con el tiempo y para diferenciarse en calidad y precio, a los productos se le ha dado una “marca”.

Nombrando la “marca”, corporeizamos inquietudes y necesidades inducidas. Al nombrar al objeto-producto por su marca, invocamos sus virtudes tangibles, comerciales e imaginarias. Realizamos un acto chamánico y transfiguramos la realidad, aunque sea de manera inconsciente y orientada al consumo…

en el teatro, como en el chamanismo, el “objeto-sujeto-cosa” no es lo que se ve que es, sino lo que los actores dicen que es, con el objeto invocado por la palabra, crean escenarios en los se exhiben necesidades vitales y tanto los actores que las encarnan como quienes los vemos, recreamos una realidad alterna en la que los objetos se tornan sujetos, se les invoca, se les desea y se les procura hasta precisar de ellos para existir.  

Espejos

En Occidente la felicidad no dura más de dos pensamientos, al tercero, nos asalta la duda y la incapacidad de mantener a las palabras en la acción, al amor en la mirada de “el otro” y al fondo sobre la forma.

Una de las nobles verdades del universo se refiere al movimiento, en él encontramos al tiempo, a la luz, al inconmensurable fondo y al silencio.

Nuestros ancestros evolucionaron a partir de la búsqueda de la supervivencia y a la mejora de sus habilidades; domesticaron al fuego y golpearon las piedras de manera dirigida para producir los primeros objetos.

Los seres humanos, con nuestras palabras, creamos un mundo que refiere al mundo de los objetos, con ellas, les otorgamos un valor imaginario y otro potencial, son el sustento de nuestras vidas.

En reposo, el objeto contiene en sí mismo universos paralelos pero únicamente la palabra y el movimiento, desdoblan sus virtudes.

Facebook: Claudio Obregón Clairin / Investigador, Guía y Promotor Cultural