Los investigadores aprecian el valor informativo de los catálogos bibliográficos, eficaz instrumento que orienta y sugiere posibilidades ocultas tras un caudal de títulos y pies de imprenta que, bajo un principio de ordenamiento razonable, hasta hace algunas décadas se asentaban de manera preferente en registros impresos y hoy se ostentan también en soportes electrónicos, todos con esa probada utilidad que consume esfuerzos ingentes antes de cristalizar en productos de apariencia modesta e incluso de aproximación tediosa para quienes no admiten familiaridad con sus propósitos.

Los contenidos temáticos que pueden abarcar los catálogos de libros varían tanto como los campos especializados que observan en su desarrollo; sin embargo, aquellos que describen fuentes históricas y literarias comunican un encanto especial que da vuelo a la imaginación al dotarla de nociones humanísticas, vasta como el horizonte que la acoge, flexible en sus fronteras, cálida y hospitalaria. El sentido que anima esta idea puede ilustrarse con dos ejemplos.

En 1970, una asociación de libreros denominada Servicios Bibliográficos Nacionales, con sede en México DF, puso en circulación su Catálogo de libros raros y agotados, destinándolo principalmente a universidades e institutos educativos, sin excluir a los ciudadanos ilustrados. Su oferta se concentraba sobre todo en obras literarias, con énfasis en escritores mexicanos, pero sin dejar de lado a los de otras nacionalidades. Incluyó varias colecciones de Editorial Cultura, como la de Cuadernos Literarios Cultura, con obras de Maeterlinck, D’Annunzio, Carducci, Goethe, Marcel Schwob, por una parte; por otra, títulos de Salomón de la Selva, Jesús Urueta, Guillermo Prieto, Ruiz de Alarcón y Juan Ramón Jiménez. Asimismo traía notas preliminares de Julio Torri, Alfonso Reyes, Julio Jiménez Rueda, Jaime Torres Bodet y Genaro Fernández Mac-Gregor, entre otros. Su valor estético se complementa con portadas e ilustraciones de Saturnino Herrán, Jorge Enciso, Diego Rivera y Valerio Prieto.

Este catálogo consignó también temas y autores yucatecos, como los de la colección Zamná, de la editorial ya citada, con libros de José Esquivel Pren, Ramón Berzunza Pinto, Efraín Pérez Cámara, Leopoldo Tomassi y Carlos Echánove Trujillo. Puso en venta también una edición de La tierra del faisán y del venado, de Mediz Bolio, traducida al inglés por Enid E. Perkins, con ilustraciones de Diego Rivera y letras capitulares de Leopoldo Tomassi, que el mismo sello publicó en 1935.

En 1991, una asociación llamada Libreros Anticuarios dio a conocer su catálogo que, a diferencia de su antecesor, mostró un contenido más heterogéneo, con un número mayor de libros de historia y de otras materias; en él podían encontrarse los dieciocho tomos de la Historia de la literatura en Yucatán, de Esquivel Pren, y The fundamental problem of Mexico, de Salvador Alvarado, editado en San Antonio Texas en 1920; igualmente enlistaba Los piratas Lafitte, de Ignacio Rubio Mañé (Editorial Polis, 1938). Hizo notar algunas obras de la literatura latinoamericana como Las imprecaciones, de Manuel Scorza (1955) y la historieta crítica que Julio Cortazar intituló Fantomas contra los vampiros multinacionales (1975). Otra obra llamativa es Macbeth o el asesino del sueño, paráfrasis que León Felipe hizo de la tragedia de Shakespeare, en una edición que la Librería Madero preparó en México en 1954.

Es notorio que ambos catálogos, con dos décadas de diferencia entre uno y otro, hayan puesto en venta el libro Petróleo en el Valle de México, de Gerardo Murillo (Dr. Atl), México, Editorial Polis, 1938.

En tanto las obras vanas podrán sucumbir en la oscuridad del polvo y la maleza sin causar pena, las creaciones del espíritu merecen un destino mejor. Si aquellos materiales impresos llegaron a manos de coleccionistas y estudiosos capaces de reconocer el brillo de sus páginas y de compartir la profundidad de sus enseñanzas, acaso puedan propagar en el mundo tenues visos de optimismo.

Al frente de su noble labor cada vez menos reconocida, los libreros de viejo, a más de unir la voz de distintas generaciones con el lazo vindicador de la palabra impresa, dan constancia de sus afanes en catálogos cuyo valor acrecienta el tiempo, investidos de la serena grandeza que destila y atesora la conciencia.