Inosente Alcudia Sánchez

Con agosto se fue una etapa en la vida pública de nuestro país, y con septiembre inició otra. Quizás los cambios sean tan graduales o ligeros que parezcan imperceptibles, o tal vez la transformación se convierta en un estruendo que conmocione a todos. En los meses y años por venir, los mexicanos viviremos bajo la égida de una fuerza política que se ha propuesto configurar un régimen diferente y que posee las herramientas para lograrlo. Parafraseando a Arturo Pérez Reverte, “no siempre se tiene el privilegio de asistir al ocaso” de un régimen y al amanecer de otro, aunque para muchos ese privilegio esté cargado de incertidumbre. Y es que, aunque no podemos anticipar si lo que viene es algo inédito o la repetición –recargada o disminuida– del sistema hegemónico que prevaleció en México durante buena parte del siglo XX, lo que estamos viendo no parecen ser señales de un amanecer luminoso, sino una mañana gris, de esas que anuncian tormenta.

El régimen que comienza a acomodarse en diversos espacios de la vida pública va dejando un saldo creciente de mexicanos con un sentimiento de indefensión: quizás no entendemos las bondades de la reforma judicial y de los demás cambios constitucionales; acaso no comprendemos cómo una sola fuerza política puede detentar todo el poder y no caer en el abuso, en el exceso. A veces, sacudo la cabeza para espantar los heraldos negros del pesimismo y pienso que algo bueno debería salir de esta crisis germinal, algo bueno para unos y otros. Este debe ser, pienso, un cambio del que todos nos sintamos beneficiarios. Y no me refiero a los apoyos económicos del gobierno que, bien que bien, auxilian a millones de familias. Al fin y al cabo, si la vida nos da tiempo, en algún momento recibiremos la pensión universal para adultos mayores. Me refiero a que la “prosperidad compartida” debe ir más allá de las subvenciones y transferencias de dinero, y propiciar un ambiente de armonía que disipe la crispación de los últimos años y el desaliento de los últimos días.

“La era está pariendo un corazón… y hay que acudir corriendo pues se cae el porvenir… Y hay que quemar el cielo si es preciso por vivir…”, canta Silvio Rodríguez en La era está pariendo un corazón, una metáfora que describe los ánimos que hoy recorren las venas de la patria. Estará en manos de la próxima presidenta de la República, Claudia Sheinbaum, con un liderazgo moderado que privilegie el bien del país, reconciliar a los mexicanos y devolver a la investidura presidencial su mejor atributo: el de la concordia y la unidad nacional. Sin duda, la contención al furor transformador –o destructor– de la fuerza hegemónica que domina, al menos, dos poderes de la República, deberá provenir de la presidenta. A partir de octubre, ella detentará los poderes legales y meta-constitucionales derivados de los arreglos del nuevo régimen político y, ejerciendo su autoridad institucional, podrá aplacar los odios, rencores y ambiciones de los viejos y recientes conversos de su movimiento. La nueva jefa de Estado deberá trascender el sectarismo y sacudirse los rencores y odios que habitaron Palacio Nacional para asumir el liderazgo que encabece a todas y a todos los mexicanos.

Ojalá nuestra presidenta no sucumba a la tentación del autoritarismo. La mayoría de los mexicanos sabrán valorar a una presidenta que, a diferencia de su antecesor, nos hable a todos, nos respete a todos y gobierne para todos. Terminar con las denostaciones, con la polarización, con el insulto y con los “otros datos” será una buena señal. Porque, si desde la presidencia de la República se ejerce el poder con mesura y sin distingos, será un mensaje para que los demás actores políticos se autocontengan y, así, vayamos restaurando los deteriorados hilos de la convivencia política y social. Se trata de evitar que la nación transite del pesimismo al catastrofismo, una ruta inconveniente incluso para la 4T.

En política, se recurre con frecuencia a la célebre frase de Lord Acton: “Todo poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente.” El principal desafío de la próxima presidenta será administrar el enorme poder que concentra el cargo. Encabezará el Ejecutivo Federal con más poder en los últimos 40 años, y precisará de mucho talento y templanza para esquivar la soberbia, superar las tentaciones autoritarias y desmarcarse sin conflictos de la influencia de AMLO. Creo que la Dra. Sheinbaum llegará al primero de octubre libre del germen del despotismo, y no es ella quien pondrá en riesgo a la democracia y al futuro económico del país. Al contrario, le tocará sortear un “berenjenal” político y financiero para que México no pierda la confianza internacional y recupere el crecimiento.

Es enfrente, en la súper mayoría legislativa de Morena y en sus adictos empoderados, donde se han asentado la altanería militante, la ceguera dogmática y los intereses serviles. Los legisladores del oficialismo dejaron de actuar como grupo parlamentario y se han asumido como una manada robótica que ha renunciado a pensar, a dialogar con sus pares a escuchar a la gente. Son los soldados de la intolerancia que sólo atienden las indicaciones de Palacio Nacional, como se ha visto con la reforma judicial. Es en San Lázaro, entonces, donde puede engendrarse el huevo de la serpiente que termine devorando, incluso, a nuestra primera presidenta, si ella no acota a los conveniencieros que la ambición ha pintado de guinda. Es decir que “Claudia Sheinbaum tendrá que poner los cimientos del segundo piso de la cuarta transformación con base en (la) confianza y a través de acuerdos políticos, económicos y sociales para librar los obstáculos (de su propio movimiento, agrego) y acabar con la polarización que nos lacera” (Manuel Ajenjo, dixit). Pero, ya me extendí, y hoy se trataba, nada más, de ponerle un poquito de optimismo a los aciagos días patrios de septiembre. Que no se caiga el porvenir, ni tengamos que quemar el cielo por vivir.