Del Ardipithecus al Cuásar hay un instante de fuego…
17 Abr. 2022Claudio Obregón Clairin
Los seres humanos nos diferenciamos de los otros mamíferos por caminar erguidos, poseer un elaborado lenguaje, compartir los alimentos, interpretar la vida con un sentido místico y por ser la única especie que atenta contra sí misma.
Durante un tiempo, se argumentó que nuestros ancestros “se irguieron y caminaron” como resultado de un proceso evolutivo que fue condicionado por una severa sequía que provocó la desaparición de las selvas en la zona occidental del continente africano. Esta hipótesis cambió en la década de los 90 cuando el paleontólogo Tim White y su equipo de investigadores, encontraron en Etiopía los restos de un homínido que vivió hace 4.4 millones de años en una región que antaño era boscosa y húmeda. Lo nombraron Ardipithecus, se desplazaba en dos piernas aunque también trepaba por los árboles. Este descubrimiento tiró por los suelos las teorías existentes y surgió una nueva interpretación sobre los motivos evolutivos que condujeron a nuestros ancestros a erguirse, sugiriendo que fue una consecuencia de la necesidad de acarrear entre los brazos algunos frutos y diversos alimentos tropicales para su almacenamiento, dicha actividad propició una mejor calidad de vida y la predominancia evolutiva del Ardipithecus.
La evolución es caprichosa. Homo Ergaster propició la desaparición de su primo Homo Rudolfensis justo cuando domesticó al fuego hace 1.7 millones de años y este trascendental logro le permitió cocinar la carne, transformando las características fisiológicas de sus descendientes al ocupar menos energía y tiempo en la digestión, entonces, el tracto digestivo se redujo permitiendo la aparición de la faringe y de un rudimentario lenguaje.
Fue la domesticación del fuego lo que permitió que seamos quienes somos al separarnos de los demás individuos del planeta con el dominio del abrasador poder de la combustión y, propiciar con la ingesta de la carne cocida: “el crecimiento de nuestra masa encefálica y de nuestra capacidad cognoscitiva”.
De millones de años, pasamos a algunos miles y nos ubicamos ahora en el tiempo en el que nuestros ancestros vivieron en cuevas y grutas para protegerse de las inclemencias naturales, de los animales salvajes y de otros seres humanos; una deconstrucción antropológica sugiere que en aquellos soles, los hombres se dedicaron a la cacería y las mujeres a la recolección y crianza de los hijos, lo que propició un pensamiento calculador entre los hombres y una conducta más intuitiva entre las mujeres; esta sugerencia plantea que los cazadores gesticulaban en silencio para acechar a sus presas y es así que nos volvimos sustancialmente visuales, en tanto, las mujeres pasaban en la penumbra la mayor parte de su existencia y, en condiciones de semioscuridad, el sonido resulta más vital que las visiones y precisamente por ello, las mujeres son seducidas por las palabras, con ellas se erotizan y es sorprendente que un grupo de cuatro o cinco amigas, mantienen una conversación hablando todas al mismo tiempo y “logran entenderse”.
Habrá que matizar algunos pasajes de la anterior sugerencia en cuanto al desarrollo social ya que las mujeres paleolíticas también participaron en la cacería así como en la elaboración de la Pintura Mural Rupestre y en los rituales chamánicos.
Constatamos que los seres humanos somos la única especie de cazadores gregarios que comparte los alimentos, que somos lo que somos por las consecuencias de nuestras palabras y de nuestras acciones.
Desde el punto de vista sonoro, estamos emparentados con las aves pero en actitud, con los felinos (Ikram Antaki).
El descubrimiento del sentimiento místico y la experiencia religiosa fueron también un enorme salto evolutivo que apareció apenas hace 40 mil años pero provocó un desequilibrio en la psique humana al no poder explicar de manera racional la existencia de una realidad energética que interactúa en nuestro cotidiano. Surgió entonces la Fe que no se explica, se vive, se da por cierta y luego mueve montañas.
Los milagros no se definen con una ecuación y, en el otro extremo, algunos científicos descubren las leyes del jardín subatómico o con enormes radiotelescopios constatan la existencia de cuásares que se localizan a 13 mil millones de años luz… reconocen los secretos y las asimetrías «de lo grande y de lo pequeño”, sus ecuaciones miden lo insondable pero los domingos van a misa y atentamente escuchan el sermón moralista de un intermediario con Dios que en ocasiones es pederasta.
En el ámbito animal la realidad se vive de manera violenta y sin moral o escrúpulos, en el ámbito humano, las palabras y las acciones no siempre son consecuentes con el orden natural, precisamente por ello hemos decidido crear con acciones y palabras nuestro orden por delante del orden universal; pero el orden humano tampoco es congruente, se sustenta como verdad, sin embargo, camina disfrazado con la simulación y la conveniencia, luego la complicidad con esta incongruencia se torna una espiral sin fin y sin salida… inevitablemente, surge la insatisfacción, la culpa y la infelicidad. Nos enredamos con la misma cuerda con la que deseamos escalar…
Es con las palabras como transformamos nuestra realidad o la condicionamos, el lenguaje es uno de los grandes logros de la humanidad y está emparentado con el fuego.
Articulando palabras creamos circunstancias o procuramos anhelos, las palabras generaron la memoria colectiva y cuando fueron codificadas en la escritura, entonces las piedras tuvieron vida y la vida se detuvo en la piedra.
A la luz de una vela la lectura es una libertad silenciosa, es también un poderoso acto creador ya que procuramos otros mundos dentro del mundo.
Observando las palabras de nuestros ancestros constatamos la evolución del pensamiento y asumimos la fragilidad de las creencias, también comprendemos la impermanencia como una de las nobles verdades y hacemos nuestro al seductor poder que origina la conciencia del instante.
Que de la memoria de cal
surja viento,
que del oscuro final
salga un niño sonriendo,
que el «qué»
indique
y olvide cuestionar,
que tu presencia
sea
nada más…
COC
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Centro de Estudios Antropológicos e Históricos Panimil