Las acciones conspirativas de Henry Lane Wilson, embajador estadunidense en México, constituyen uno de los factores decisivos en la caída forzada de la presidencia de Francisco I. Madero y en la usurpación de Victoriano Huerta. Pese a que intrigó por cuenta propia y falseó ante el gobierno de su país los hechos que llevaron a la crisis política que detonó en febrero de 1913, no recibió el castigo que ameritó su conducta delictuosa, únicamente fue removido del cargo un tiempo después de haberse consumado la Decena Trágica.

Su intromisión en los asuntos de México cobró un efecto inmediato en el desarrollo de los acontecimientos no sólo por haber animado e instruido a los rebeldes y a los militares desleales al gobierno legítimo sino también por su actitud hostil hacia el presidente Madero, en cuyo asesinato y en el del vicepresidente Pino Suárez tuvo una responsabilidad directa. Ramón Prida (1862-1937) retrata esta influencia ominosa en su libro La culpa de Lane Wilson, embajador de los Estados Unidos de América, en la tragedia mexicana de 1913 (México, Ediciones Botas, 1962), que se publicó de manera póstuma gracias a que los descendientes del autor ponderaron la conveniencia de contribuir al esclarecimiento de los sucesos que examina, justamente al cumplirse el centenario de su natalicio. En cierto modo continúa y complementa su obra De la dictadura a la anarquía (1914).

Si se observa la biografía de Prida puede notarse que expone con claridad el sentido de sus convicciones, al igual que su desempeño como abogado, juez, legislador y perseguido político durante el gobierno espurio de Huerta. Para sustentar el análisis que contiene su libro toma como base documentos oficiales y numerosos telegramas que el prominente funcionario de la embajada remitió al Departamento de Estado del país vecino. En todos ellos son ostensibles las contradicciones en que incurrió y los embustes que quiso hacer pasar ante sus superiores como verdades irrebatibles; este conjunto de informes y notas evidencia el fondo delictuoso de sus actos, que excedieron las atribuciones de su encomienda diplomática.

Son muchos los ejemplos que muestran la deformación intencionada de los hechos en la correspondencia del embajador, en acomodo de los intereses que se empeñó en favorecer. Como muestra de ello, aseveró que el gobierno de Madero ejerció férrea censura sobre la prensa, cuando en realidad los ataques y las difamaciones proliferaron contra él sin impedimentos de ningún orden. Los juicios de valor que emitió el diplomático exhiben su parcialidad sin disimulo, como cuando pinta al presidente caído como un déspota feroz y a Huerta como un patriota que veló por el bien de los mexicanos.

Durante el tiempo que el mandatario legítimo permaneció prisionero, Henry Lane Wilson abogó insistentemente por el reconocimiento de los amotinados como fuerza beligerante, propósito que el gobierno que representaba se negó a conceder. Cuando Huerta asaltó el poder mediante los ardides que permitieron fingir su transmisión formal, el embajador afirmó en uno de sus telegramas: “es evidente que el pueblo ha recibido con satisfacción el establecimiento del régimen actual”.

Prida intercala nociones de derecho internacional para apoyar sus asertos. Y la profusión de indicios comprometedores le permiten aseverar tajante que Lane Wilson fue autor intelectual de la muerte de Madero y Pino Suárez, entre otras muchas razones porque cuando Huerta recurrió a su consejo para preguntarle qué hacer con ellos después de su captura, le insinuó acabar con sus vidas si esto era conveniente para asegurar la paz en el territorio nacional. El peso de sus palabras era tal que había condicionado varias decisiones previas del usurpador de la presidencia. Todo ello figura en los comunicados que el titular de la embajada de Estados Unidos dirigió a sus jefes.

El libro de Ramón Prida trae como apéndice una selección de testimonios que refuerzan los conceptos vertidos en el cuerpo del texto, materiales que no llegó a conocer el autor por haberse dado a conocer después de su deceso, pero que sus deudos consideraron adecuados para brindar más elementos de juicio a los lectores, aunque el núcleo de sus argumentaciones sólo confirma la carencia de escrúpulos de Henry Lane Wilson.

A lo largo de la historia de México, la intervención de potencias extranjeras o el ejercicio irregular de sus representantes en el cumplimiento de sus funciones ha representado una amenaza constante para la estabilidad y la soberanía del país, por eso es reprobable el llamado que agentes políticos irresponsables hacen para que aquellas tengan injerencia en sus asuntos internos, desatino que revela signos fehacientes de la estrechez de miras de quienes lo suscriben.