Roberto Guzmán

La incesante variabilidad de los antígenos inmunodominantes

 del HIV constituye un verdadero dolor de cabeza.

Sin duda las vacunas han sido el arma más potente de la sociedad contra las enfermedades virales de importancia médica. Cuando la nueva infección por VIH apareció en escena a principios de la década de los 80 y el virus que la causó fue descubierto en 1983-84, resultaba natural pensar que la comunidad de investigadores podría desarrollar una vacuna para ello.

A partir de esos años cuando se anunció que el VIH era la causa del desarrollo del SIDA, se declaró la posibilidad de contar con una vacuna en dos años, pero a más de cuatro décadas del primer caso registrado en el mundo, la verdad es que no se cuenta con ella. Y no es que el problema haya sido los fracasos de los gobiernos ni la falta de gastos para su desarrollo, sino que hoy se conoce con mayor exactitud, de la dificultad que tiene el propio virus de actuar, pero en particular, la diversidad de cepas y las estrategias de evasión inmunológica que tiene.

Si la viruela fue erradicada luego de una fuerte campaña de vacunación efectiva y en el caso del COVID-19 lo mismo sucedió a partir del segundo año de la pandemia y que nuestro país comenzó a contener al SARS-CoV-2, esto se realizó con un rápido despliegue de vacunas que hoy sabemos salvaron muchas vidas; sin embargo, a 37 años desde que se supo que el VIH era la causa del SIDA, no existe una vacuna hasta hoy que lo combata, pero sí el que se cuente a partir de una investigación de Ronald C. Desrosiers, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Miami, con una comprensión de los mecanismos por los cuales el virus causa un sinnúmero de enfermedades oportunistas. Al igual, también con ella se sabe de los esfuerzos necesarios que hoy contribuyen para el desarrollo de una vacuna eficaz.

¿Pero cuál es el problema y complejidad del VIH?

Considero que lo primero y más importante, además de lo confuso, es la continua e implacable replicación del virus al acoplarse a un Linfocito T llamado también CD4, o glóbulo blanco el cual cuando es atrapado inicia una replicación exponencial, misma que se eleva a niveles de centenas de miles de copias en la sangre, que aumentan la carga viral, al copiar su mismo ARN en otros linfocitos que son la causa de que si no se controle, llegue a que una persona con VIH desarrolle sida.

Hoy muchos estudios coinciden en que desde sus inicios el VIH  desarrolla la capacidad de generar y tolerar muchas mutaciones en su información genética, siendo las consecuencias, la enorme cantidad de variaciones entre las cepas del virus no solo de un individuo a otro, sino incluso dentro de una sola persona viviendo con diagnóstico, motivo por el cual muchas vacunas no han logrado proteger efectivamente contra la adquisición de una infección oportunista que pudiera limitar severamente la replicación del virus y cualquier enfermedad que resultase.

Es entonces necesario, para que una vacuna sea eficaz contra el VIH, que se deba proporcionar una barrera esterilizante absoluta y no solo limitar la replicación viral, ya que las propiedades biológicas que ha desarrollado el VIH hacen que una vacuna no logre ser exitosa. No así para la influenza, por la cual durante la temporada invernal, por ejemplo, debemos vacunarnos ya que ante la variabilidad de esta época la misma influenza se relacionará con otra cepa de influenza que circule.

Ante este panorama, entonces, ¿quienes trabajan en el desarrollo de vacunas y en la respuesta del VIH deberían darse por vencidos?

No lo considero así, estimado lector; al conocerse hoy que el VIH evoluciona continuamente dentro de una sola persona infectada estando un paso por delante de las respuestas inmunitarias, creo que la tarea debiera ser trabajar a partir del huésped que provoca la respuesta inmune particular y que ataca al virus, ejerciendo presión selectiva sobre este y que a través de una opción natural incide para que aparezca una variante del virus mutado, que ya no es reconocida por el sistema inmunológico de la persona al llevar como resultado en la persona a una replicación viral continua e implacable.

Quizá estemos cerca de una vacuna, pero mientras tanto lo mejor es inmunizarnos cada uno de nosotros con información científica para no padecer prejuicios o falsas esperanzas.