Roberto Guzmán

De acuerdo a Erving Goffman, el “estigma” hace referencia a los atributos profundamente desacreditadores de una persona, mientras que desde la sociología las etiquetas se contemplan como los rasgos o comportamientos que tiene un individuo o un grupo de ellos dentro de otro grupo social donde por lo general son vistos como inferiores o inaceptables, tratándoseles con menosprecio y con una fuerte discriminación, donde la edad adulta o el correr de los años llegan a ser motivo de “exclusión” de algunos grupos o colectivos establecidos.

En algunos casos, estas situaciones de excepción permiten a una persona adulta el poder prever y conocerse por sus primeras apariencias, en qué categoría comienza a colocarse y hallar dentro algunos grupos a los que algún día perteneció, quienes luego por motivos de su deterioro físico inician con ofensas e insultos graves a descreditarlo, no solo por las señales que con el tiempo comenzaron a aparecer en su cuerpo, sino por sus minusvalías o deficiencias físicas, que en algún un momento empezaron a exteriorizarse, signos que se vuelven motivo con el que lo reubican en contextos de estigmas y discriminación y expuesto a recibir señalamientos hirientes que terminan calificándolo como un “viejo gay” donde no puede seguir aceptándosele más.

Si ser gay contrae conflictos, ser “gay y viejo” contrae apuros terribles y miedos por parte de una comunidad hiriente a la que algún día perteneció como joven y en edad productiva, en la cual siempre fue aceptado por los demás para luego, con el venir de los años, volverlo inservible y expulsado, colocándolo dentro de un grupo “social invisible” donde solo puede ser asumido por los demás de su comunidad como un “gay asexual” en decadencia.

Si bien los hombres y mujeres heterosexuales parecieran tener ya un programa básico de vida preestablecido, la falta de un patrón de vida digno homosexual contrae consigo la adopción de estereotipos (no aplicables a todos los casos) que resumen la concepción de todo gay en general sobre lo que “envejecer implica” para que por un lado solo termine aislado del mundo o por el otro correteando fuera del clóset a un montón de jovencitos, donde ambos factores se entrelazan y se tornan comunes como lo es su soledad como raíz del problema, y el desprecio como consecuencia de su marginación.

En un estudio realizado a principios de este siglo, Beatriz Gimeno estimó que dentro de 50 años seriamos 2,000 millones de personas mayores en todo el planeta, donde el 22% de los habitantes del mismo tendríamos más de 65 años y aproximadamente 200 millones seriamos gays o lesbianas mayores, creciendo en una sociedad cada vez más envejecida y vulnerable.

Por lo que no sé si estará de acuerdo, estimado lector, con esto, pero considero que las personas gays sufrimos de problemas y de discriminaciones específicas ligadas a cada edad de nuestra vida, siendo las más importantes las que se sufren durante la niñez, en la adolescencia y en la vejez, aquí que una sociedad gay se vuelva permeable como cualquiera otra a “mitos sociales” y donde esta vejez y juventud como los prejuicios, permitan desarrollar una subcultura ligada a la eterna juventud en la que los viejos no tenemos espacio y donde al igual que los heterosexuales no gustan que los viejos existamos, provocando por sus prejuicios repulsión.   

Si permitimos como comunidad LGBT continuar que los gays solo seamos sexo, seguiremos dando paso a que en la vejez nuestra orientación sexual pase a ser un dato irrelevante y a desaparecer, persistiendo tan solo como figura desdibujada en la ignominia de la mente y en los recuerdos de una cama.