El Día de la Raza | LA COVACHA DEL AJ MEN
11 Oct. 2020
CLAUDIO OBREGÓN CLAIRIN
Hoy celebramos el Día de la Raza o «El Descubrimiento de América» pero en realidad, celebramos nuestra incongruencia…
No existen razas humanas porque no nos subdividimos en especies biológicas. En1492 no se descubrió América, Colón y sus marinos estaban perdidos. Los mexicanos no somos la Raza de Bronce, somos los frutos de milenarias migraciones, encuentros, desencuentros y múltiples conquistas; reducir en un evento a nuestros orígenes, limita la comprensión de nuestra Condición Humana.
Los mexicanos no somos “hijos de la puta del conquistador” como afirmó Carlos Fuentes. Algunos mexicanos se identifican con el laberíntico berrinche de la soledad de Octavio Paz y se consideran hijos de la chingada. Tengo para mí que Octavio nos regaló una mentada de madre en prosa poética, y la apropiación institucional y educativa de su laberinto es un fiel reflejo de la inducida e incongruente percepción de nuestra historia; con ella, nos da miedo vernos en nuestra totalidad y nos lamentamos de nuestra mayor riqueza: la diversidad.
Los mexicanos mestizos en un volado nos jugamos la vida pero en un albur nos duele el corazón. Tenemos la piel finamente susceptible porque estamos en conflicto con nuestras riquezas culturales. Se nos desgarran las vestiduras por el denigrante trato a nuestros connacionales que cruzan la frontera norte y a los migrantes centroamericanos en tránsito a los USA, los recibimos en Chiapas con la Guardia Nacional y les procuramos mordidas, extorsiones y violaciones.
Repudiamos al Imperio Español del S. XVI argumentando en castellano el escupitajo a nuestro reflejo en el espejo.
Precisamos hacer las paces con la otra parte de nosotros mismos para dejar de celebrar incongruencias y lamentar la conquista e invasión peninsular. Marco la diferencia entre conquista e invasión porque los mayas no fueron conquistados y conservan sus valores culturales, lengua e imaginario colectivo, por otra parte, si no hubiese acontecido esa conquista e invasión, ni los descendientes de los pueblos autóctonos ni tampoco los mestizos, hubiéramos existido.
¿Acaso los mixtecas de hoy se lamentan de la conquista, tributos y sacrificios humanos que el tlatoani Ahuizotl les propinó en 1470? Nadie en Chichén Itzá se acongoja por la conquista del cocom Hunac Ceel Cahuich sobre los Itzáes, en 1185, tal y como narra la Crónica Matichu. Ninguno de mis amigos tlaxcaltecas se lamenta porque sus ancestros dejaron de comer sal durante 20 años por designio de los mexicah, quienes además, los obligaban a realizar calendáricamente las cruentas Guerras Floridas que culminaban con el sacrificio de los prisioneros de ambos bandos ¿Quién llora la muerte en 1430 del tepaneca Maztla, a manos de los mexicah? ¿Algún habitante contemporáneo de Atzcapotzalco guarda rencor a los mexicah por haber convertido a su pueblo en un mercado de esclavos?
Espejos
La Condición Humana nos ubica en la violencia, la depredación y el agandalle, forman parte de nuestra esencia, independientemente del idioma o el lugar de nacimiento. Las fronteras son imaginarias y transitorias, frágiles, nos condicionan y lo aceptamos porque nuestra conducta como animales gregarios nos conduce a la búsqueda de la Identidad Regional, esto ocurre desde el Cromañón y no dejará de acontecer, forma parte de los principios elementales de la evolución social.
Hacer el bien y desear lo mejor, son una abstracción y un anhelo, realizar lo contrario, es lo normal.
Nuestros ancestros castellanos, aragoneses, judíos y árabes que acompañaron a Hernán Cortés no fueron lo más granado de la cultura ibérica, pero ningún ejército se constituye de intelectuales y aquí, los recibieron los otros ancestros que practicaban la antropofagia ritual y realizaban sacrificios humanos. Ejercitaban también el agandalle, la sumisión y los tributos.
Castigar a un material genético de nosotros mismos opaca al otro material genético que nos configura.
Desde el Nacionalismo Revolucionario se nos ha inculcado una amañada versión de nosotros mismos, de pronto nos encontramos con una percepción de culpa de aquellos eventos históricos en los que no participamos pero que son el origen de nuestra identidad. La educación oficial nos ha inculcado vernos desvalidos, añorantes, y derrotados. Ese pasado de culpa y de culpables dirige nuestro entendimiento racional y nos limita, nubla a nuestra diversidad, condiciona nuestras capacidades de realización.
Abracemos nuestras sombras, sin ellas… no estamos completos.
Facebook: Claudio Obregón Clairin / Investigador Guía y Promotor Cultural