LA COVACHA DEL AJ MEN

CLAUDIO OBREGÓN CLAIRIN

 

La Iglesia dice: “El cuerpo es una culpa”. El cuerpo dice: “Yo soy una fiesta”. 

Eduardo Galeano.

 

Las primeras ciudades de la humanidad fueron habitadas por los sumerios y sus dioses se reproducían sexualmente. El dios Enki tuvo un gesto de gratitud y llenó el cauce del río Eufrates con una bendita eyaculación. La diosa Inanna fue oficialmente la primera diosa del amor y en una tablilla de barro se encuentran estos cuestionamientos de la diosa Inanna: “En cuanto a mí, a mi vulva, montículo que resurge/ Yo, jovenzuela ¿Quién me laborará? Mi vulva, /Ese terreno húmedo que soy/ Yo, reina,/ ¿Quién le colocará sus toros de labranza?

 

 

El Sexo Antiguo

Cuando los olmecas bruñían el jade y retrataban en piedras monolíticas los rostros de sus dignatarios y chamanes, el emperador mesopotámico Shoulgi, decidió reencarnar a sus dioses en la ciudad de Uruk y, en el templo de Eanna, copulaba en público con una hermosa mujer que representaba a la diosa Inanna. Los coitos imperiales tenían la intención de reproducir fielmente el origen sexual de sus dioses.

Por su parte, los egipcios dividieron a su ser en tres esencias; el cuerpo “Ba”, la sombra “Akt” y la fuerza sexual “Ka”. Los faraones contaban con 14 niveles de “Ka”, decenas de mujeres los rodeaban, comían dátiles, bebían cerveza y debían consumar matrimonios diplomáticos con las hijas de soberanos extranjeros.

El faraón, al igual que sus dioses, dispensaba el tiempo necesario a la vida sexual. En el siglo VIII a. n.e. los escribas egipcios dibujaron un Papiro en honor de la diosa Ator (hoy lo llamamos el “Papiro de Turín” y fue apenas publicado en 1999 por las ediciones Rocher bajo el título de “Les Secrèts d´Hathor” ). Su contenido es completamente pornográfico. Los hombres y las mujeres que participan en las escenas sexuales no evidencian placer alguno en sus rostros ni tampoco en sus cuerpos, denotan una virilidad situada en el hastío. Los personajes se muestran insensibles ante cualquier caricia, pareciera que las conocieran todas y mecánicamente realizan los coitos… esta observación ha llevado a algunos egiptólogos a suponer que los dibujos representan a “funcionarios ridiculizados…”

En el régimen político egipcio, las mujeres eran jurídicamente iguales a los hombres, pero en la cama, dominaba la falocracia y por ello algunas diosas egipcias poseían falos para igualar su poder con el de los dioses.

 

Occidente

En el otro lado del Mediterráneo y en las islas que hoy pertenecen a Turquía y Grecia, se gestaron los valores de la Civilización Occidental. Homero narraba que existían noventa ciudades en Creta, Festo era el puerto principal y mantenían un intenso intercambio comercial con Egipto. Cuando en Europa no existía aún ningún esbozo de civilización, en la capital de Creta, Cnosos, florecían los mitos, las artes y los oficios. Los frescos y las figuras de barro cretenses nos indican que los hombres eran bajos de estatura y delgados, se cubrían la cabeza con turbantes, vestían con un corto taparrabo sujetado con un ancho cinturón de tela con algunos adornos metálicos. Las mujeres llevaban el cabello largo o cuidadosamente peinado y hacían gala de una extravagante colección de sombreros. Sus generosos senos iban siempre al descubierto y, de la cintura a los pies, se ajustaban faldas con vuelo o entreabiertas y unas diminutas túnicas ceñidas al talle… eran muy coquetas. La posición participativa en la sociedad de la mujer minoica fue diametralmente opuesta a la que tuvieron siglos después las mujeres de la gloriosa Atenas.

Micenas fue “la cuna de la libertad sexual”. El culto al falo se relacionaba con la procreación, con el poder vital y viril de sostener y fundamentar, sustentando estos argumentos, los micénicos construyeron enormes falos que veneraban y saludaban miles de creyentes durante las procesiones religiosas.

Los griegos heredaron el gusto por el reventón y bajo la tutela del dios extranjero Dionisio, se desbordaron los placeres sexuales. Los Atenienses del siglo de Pericles lograron brillantes reflexiones y fundamentaron la sociedad moderna. La alabada democracia ateniense estuvo constituida por 315.000 habitantes de los cuales “115.000 eran esclavos” y 30.000 extranjeros sin derechos, las mujeres no votaban y la asamblea popular estaba compuesta únicamente por 40 000 hombres con voz y voto.

En el año 384 a. n. e. Platón escribió “El banquete”, célebre texto que da cuenta del diálogo filosófico que sostuvieron Sócrates, Aristófanes y el festivo Alcibiades. Entre los atenienses eran comunes otros tipos de banquetes que auspiciaban los hombres ricos quienes invitaban a distinguidos aficionados al conocimiento o a la guerra y departían sensual, erótica y sexualmente entre ellos, en ocasiones solían hacerse acompañar por decenas de esclavas  y jóvenes varones dispuestos a callar todos los excesos que registraran sus ojos pero sobre todo, satisfacer cualquier necesidad o necedad que los señores indicaran; les ofrecían manjares de boca en boca. Fueron tardes de comilonas y vino, placer y más vino.

Los griegos consideraron a la pederastia normal y pedagógica, la homosexualidad estuvo en equidad con la heterosexualidad; las mujeres fueron relegadas, sumisas y vigiladas, muy pocas gozaron de libertad y el matrimonió fue considerado como una asociación para cumplir con el sumo deber de conservar la especie.

En Pompeya, el erotismo y la promiscuidad se ejercieron con singular alegría, los frescos de los burdeles mostraban imágenes pornográficas en la puerta de los cuartos de las prostitutas indicando las cualidades y aptitudes de la mujer que ofrecía sus servicios sexuales. En los baños públicos, la contraseña de los casilleros dentro los vestuarios consistían en fichas con dibujos de parejas practicando el sexo oral.

Para la mentalidad romana, la obscenidad era un color de su paleta existencial. En los muros de las casas de Roma se incrustaban esculturas con falos erectos y se acompañaban de un letrero que advertía: “aquí habita la felicidad”. En la sociedad romana, el valor fundamental de la vida era dominar o ser dominado. La homosexualidad fue tolerada y considerada una voluptuosidad menor, sin embargo, el emperador Teodoro (ya cristiano), en 390, efectuó la primera redada de gays en las calles de roma y los quemó vivos delante a la plebe.

En el invierno del siglo IV Roma era un imperio enorme, lleno de grietas y vicios en la esperanza, amenazaba con desmembrarse. El sol 28 de octubre de 312 el emperador Constantino guerreaba contra un usurpador de nombre Majencio, de pronto, vio en el cielo una cruz de fuego que lo impulsó a desplegar violentamente a su ejército contra su enemigo y lo venció rápidamente. Esa es la versión oficial, lo que sucedió realmente es que el Imperio Romano se estaba fracturando y el monoteísmo le dio vitalidad al emperador. Cuatro meses después de la batalla, Constantino y el co—emperador, Licino, promulgaron el edicto de Milán y los cristianos pasaron de la clandestinidad a los púlpitos y se fusionaron con el poder.

 

La Culpa es de la Moral

Unos soles más tarde, en el año 354 en lo que hoy es Argelia, nació San Agustín, de padre pagano y madre cristiana (la futura Santa Mónica). Renegó de su formación religiosa, vivió con una amante, procreó un hijo con ella y su vida era la de un común mundano pero una tarde, se le ocurrió reflexionar sobre el dualismo aristotélico y concluyó que estamos compuestos de dos arenas vitales: una constituida de materia o carne (deseo) y otra de espíritu, Abandonó entonces a su familia, se convirtió en monje, tomó un baño de pureza y planteó que el sexo, el placer, el gozo profundo y el deseo consumado, son accidentes (y no virtudes) que los seres humanos debemos conocer con la única finalidad de procrearnos, por lo tanto: la sensualidad sólo se permite en el matrimonio, fuera de la institución familiar, es pecaminosa.

Según el africano converso, el acto sexual debe remitirse a las necesidades de procreación y el nombre de la celebérrima posición sexual llamada “el misionero” se la debemos a él porque indicaba que era esa y no otra, la única posición para ejercer la sexualidad.

Entre la avaricia de los emperadores romanos —quienes para conservar el poder se volvieron cristianos— y las reflexiones, progresiones e interpretaciones de la mente de Dios que elaboraron las mentes de San Pablo, San Agustín, San Jerónimo y San Ambrosio, los hombres mediterráneos fundamentaron la incongruencia de ubicar a la sexualidad con culpa.

Desde hace 1 600 años, la falocracia justificó al monoteísmo y los seres humanos iniciamos un penoso ciclo de arrepentimientos, sexualidad mediatizada, culpas, erotismo reprimido, insatisfacciones y miedo al creador.

Al interior de la Iglesia Católica, actualmente la situación es lamentable y los múltiples ejemplos de sacerdotes pederastas denotan lo erróneo que ha sido ubicar al sexo en el ámbito de lo innombrable. Los autonombrados intermediarios con lo divino, en lo oscurito, ejercen prácticas sexuales en detrimento de la integridad espiritual, moral y física de sus feligreses.

Nuestro erotismo basado en la culpa niega pero tolera, asume como premisa la promesa de ofrecer —con restricciones y contradicciones en el credo— “un algo más” del más allá o del más acá, de más amor,  de más palabras o quizá algo más que no existe y por eso se inventa una mundana moralidad que sostiene con la divina simulación.

En occidente se interactúa socialmente con el sexo en la mente y con la culpa en los deseos y en los actos. Los occidentales del siglo XXI contamos con valores morales muy frágiles porque los conceptos religiosos son decadentes, poco tangibles y llevan 1600 años oprimiendo la creatividad sexual y limitando a nuestro espíritu animal que reclama su espacio en los “naturales ámbitos del erotismo y de la sexualidad” que cada quien interpreta como su cuerpo le da a entender.

Facebook: Literatura y Mundo Maya / Claudio Obregón ClairinInvestigador Independiente.