Roberto Guzmán

Para evitar un retroceso es importante preservar la autonomía

constitucional de un Instituto y su carácter ciudadano.

Quien ha jugado a la lotería y se ha divertido con sus imágenes de suerte e identidad estará de acuerdo en que divertirse con ella siempre resulta picaresco y a la vez pintoresco.

El pasado proceso electoral que se dio en Quintana roo ha comenzado a convertirse en un juego entre seres míticos de nuestra idiosincrasia así como de personajes cotidianos, no lejos de ser comparados con las 54 cartas de la lotería —aunque no exista una con la imagen de un “chapulín”—, muchos de ellos y ellas que se sentaron a jugar llegaron por pactos y prebendas a redituarles el juego con cargos públicos, participando dentro de una secretaria o dirección de la administración estatal o como representantes de un distrito, a donde seguro muchos de ellos ya no regresarán.

En México la evangelización se llevó a cabo representando pasajes bíblicos con pastorelas y juegos como el “Patolli” cuyo significado siempre fue relacionado con el calendario gregoriano y cuyas reglas solo permitían que fuera jugado por las clases nobles, ya que no se trataba de un juego de azar, y sí de simbolismos cosmogónicos, donde se iban marcando sus 52 casillas con frijoles que representaban los cuatro ángulos del universo.

En Quintana Roo, como en el resto del país, no podemos permitir “jugar a la lotería” con nuestra democracia ni que un puñado de ignorantes la derrumben, volviéndola un simple juego de azar donde con intención se le estaría apostando al más capaz o al menos imbécil, y donde cada uno de ellos no sería elegido por su capacidad sino por simpatía y sumisión hacia un tatich que, por medio de un control absoluto planeado desde hace cuatro años, está amenazando dentro de sus planes secuestrar y dirigir a modo el rumbo de la democracia de nuestro país, un instituto autónomo que nos ha costado a los ciudadanos 30 años para construirlo, y que por un capricho dictatorial, a partir del año entrante “Él” sería el único que controlaría, palomearía y decidiría a quién darle poder para gobernar o legislar bajo su manto impune, buscando imponer candidatos consejeros a modo que no respondan, como si fuera un juego de 54 imágenes representadas en un tablero, donde ni el negrito, la bandera o el bandolón gritarían “lotería” sin el permiso autoritario de un dictador que designe a quien será el ganador.

Si el hartazgo y la desesperanza en cuatro años de fracasos han invadido nuestro país y nuestro estado, la suerte o el juego no pueden apoderarse tampoco del destino más importante de México, aprisionándonos nuevamente en una galera donde los Derechos Humanos nuestros serían pisoteados, al igual que una deuda millonaria que se convertiría aún mayor bajo la impunidad de negocios familiares, presidenciales o de algunos nuevos cotos de poder.

No sé cuál sea su opinión, estimado lector, pero si aspiramos a enriquecer nuestra democracia, razonemos todos y participemos impidiendo perder un sistema de elecciones que hoy garantiza y ha garantizado desde 1984 con nuestro voto “certeza y veracidad” a nuestra democracia, el triunfo o la derrota participativa, apostándole a quienes sí han tenido verdaderas propuestas y soluciones encarrilando a nuestro país.

De nuevo el progreso de este país y de nuestro estado están en peligro, por lo que reivindiquemos la dignidad de quienes decidimos venir un día a conquistar este destino turístico y a quienes también seguro hoy están recapacitando aquel voto que emitieron en el 2018, que ya no representa la misma mayoría.