EL GATO DE ALICIA
3 Dic. 2020LA COVACHA DEL AJ MEN
CLAUDIO OBREGÓN CLAIRIN
Estaba seguro que «alguien» andaba saltando entre los árboles, me asomé por la ventana y observé que el viento no acariciaba las hojas; una sonrisa se dibujó entre las ramas, luego se desvaneció y un instante después, la encontré en el vacío ¿es o no es? —Pregunté en voz alta y, arremedando mi voz, la sonrisa contestó—: ¿soy o no soy? Pues, a veces no soy, aunque esta noche… déjame pensar mmmhh ¡Ah, es verdad! Esta noche soy ¡es más! Soy el Gato de Alicia, que ahora está y luego no está, aunque siga estando.
El Gato de Alicia entró a mi casa y se paseó ronroneando por el techo, atravesó la pared de mi cuarto y también la puerta del refrigerador, se sirvió un vaso de leche, pasó a la sala, acomodó su melenudo cuerpo en mi sillón preferido y puso un compact de Café Tacuba; esta música —dijo el cuadrúpedo—, es armónicamente estridente, luego fijó su mirada en mis ojos, sonrío y afirmó: sigues vacilando entre lo que es y lo que no es, aunque siga siendo. Lo leo en tu vacuidad, pero no te angusties: el criterio humano deambula dando tumbos entre las creencias y las evidencias; las percepciones de tu mente están determinadas por lo que quieres pensar o por lo que logras ver; aun así, la realidad tiene el encanto de la perpetua evolución y, en el circular de la vida, no solamente se confirman las certezas, en ocasiones, también se contradicen.
El Gato de Alicia percibió que mi mente de razón y mi intimidad se sintieron invadidas por su presencia, y apuntó: ¡No me lo agradezcas! De hecho me tiene sin cuidado lo que pienses de mí o de mi visita —bebió un poco de leche y continuó— la próxima vez que vayas al supermercado, compra leche descremada y considera desde ya, que el vaso y la leche, así como la estrella más luminosa o la mota de polvo que levantaron mis garras al recorrer tu piso mal trapeado, digamos entonces que todo, absolutamente todo lo que tú ves sólido: está formado por moléculas que cuando se juntan y se combinan, dan la impresión de que la materia es sólida, pero esa, es una limitada percepción humana.
El Gato de Alicia metió su garra izquierda en el interior de la fotografía de un mercado marroquí que tengo colgada junto al librero; cuando su garra salió de la fotografía, llevaba consigo una enorme pipa y sin mediar permiso alguno, el Gato de Alicia se puso a hacer donas de humo; una de ellas se dirigió hacia el reproductor de discos compactos y se deslizó por el panel de control, dio vueltas y vueltas hasta que decidió bajar el volumen de la música. El felino sonrío y me dijo: ¡Ya ves, la voluntad y la gracia del movimiento, logran lo imposible! —Tomó la pipa entre sus garras, la hizo bolita y la colocó en el piso, luego le dio una fuerte patada y la bolita atravesó la pared— ¡Abre los ojos! Observa que la ilusión es un recurso para asir realidades. La materia no es sólida, los objetos que sólidos ves, en realidad se componen de moléculas integradas por átomos que cuando se subdividen, aparecen neutrones, protones, electrones y, con el ánimo de andar subdividiendo lo mensurable, llegaremos hasta las partículas subatómicas que circulan en espacios infinitesimales y, aunque pareciera que están unidas, en realidad se encuentran separadas entre sí y vibran de tal manera que no ha sido posible ubicarlas y medirlas al mismo tiempo, es decir, o se sabe que son y fugazmente se les ve pasar o se sitúan en un espacio-tiempo pero desconocemos sus identidades.
Por un largo rato me quedé reflexionando en las maravillas de aquel jardín subatómico y de pronto, el Gato de Alicia subió el volumen de la música de Café Tacuba justo en el instante en que inició la canción «Eres». El felino me regaló una sarcástica sonrisa, dio un salto y me susurró al oído: ¿Eres o te haces? Mejor aún ¿haces como que eres? —Siguió hablando sin esperar mi respuesta—: yo creo que más bien te haces, y la verdad no te culpo, lo que sucede es que no todo lo que ves, es todo lo que es. Fíjate bien —me dijo el Gato de Alicia, quien delante a mis ojos, sacó de su imaginación una pizarra donde escribió unos números que luego se movieron como si tuvieran vida—: en el universo, el 4% de su contenido, son átomos ¿sorprendente, no? Es aún más inquietante que el 96% de aquello que da forma a nuestro universo se componga de «energía oscura y materia oscura» que, por cierto, no están agazapadas en algún rincón del universo sino que sorprendentemente habitan entre un pensamiento y otro, entre una abstracción y una ecuación, entre aquello que está al inicio y al final de todo y también en el centro de la nada; en pocas palabras, en nuestro universo: la materia tangible, es minoría.
El discurso del Gato de Alicia me estaba poniendo de mal humor, sentía que gozaba de mis desvaríos, estaba casi seguro que leía mis pensamientos porque sus frases eran consecuentes con mis deseos y emociones; ahora bien, mi paciencia tiene un límite, y el Gato de Alicia me empezó a caer mal. Haciendo cuentas, a mi no me gustan los gatos y el que tenía enfrente había dejado un enjambre de pelos en mi sillón preferido y tuvo el descaro de tratarme con menosprecio intelectual. Motivos suficientes para que me sacara de onda y, altiva y prepotentemente —como reaccionamos los capitalinos cuando perdemos el control de las circunstancias—, arranqué de la pared una máscara de paja de las que se colocan los bailarines de la «Danza de los Viejitos» de Michoacán y me lancé contra él; intenté darle unos zapes y lo quise agarrar para sacarlo por la ventana, pero, para mi desgracia, apenas me acercaba un poco… ¡desaparecía! Un instante después, observaba su sonrisa en un cuadro y volvía a desvanecerse; di vueltas y vueltas por mi casa soltando abanicazos por doquier y nada, el Gato de Alicia sonreía con mi desatino y se escabullía de mi furia.
Cuando exhausto, me senté en el suelo de la cocina, el Gato de Alicia encendió la lumbre de la estufa, se paró sobre una hornilla y solemnemente preguntó: ¿Qué hay en el vacío? ¿Se puede crear algo de la nada? Ahora recuerdo que un grupo de científicos pasó por una experiencia similar a la que acabas de vivir. Aconteció en 1994, los científicos en cuestión, construyeron un fantástico condensador y lograron generar un vacío casi absoluto. No satisfechos de su impresionante logro, consideraron prudente hacer «algo» con el vacío que habían logrado crear y, después de analizar algunas propuestas, decidieron que sería interesante inyectar un campo eléctrico al vacío. Se generó una estrepitosa tensión dentro del condensador y el vacío comenzó a fluctuar de manera violenta. De tales ondulaciones y desde quien sabe dónde, salieron disparados unos electrones que se estrellaron en las paredes internas del condensador, desapareciendo tan rápidamente, que los científicos no pudieron preguntarles de dónde venían ni tampoco si les había asustado el vacío y por eso habían decidido desaparecer.
El Gato de Alicia me sonrío, se encaminó hacia la pared y la atravesó, unos segundos después, su cabeza entró por el techo y me dijo: para las mentes de razón, es un gran desafío ubicar su lugar en el cosmos ya que apenas perciben el entendimiento de una verdad, instintivamente «la aderezan con adjetivos», entonces, se esfuman los valiosos sustantivos y les sobrevive una simple y humana interpretación de la realidad que ahora funciona y mañana probablemente ya no.
El Gato de Alicia sacó su cabeza del techo y se fue. Dos horas después —justo cuando estaba a punto de conciliar el sueño— su burlona sonrisa apareció sobre el filo de mi ventana y me susurró: “la proyección del futuro es el sueño inconforme de aquellos que cierran sus ojos y a media noche los abren de un golpe para llenarlos de estrellas”.
Facebook: Claudio Obregón Clairin / Investigador, Guía y Promotor Cultural