Un examen atento de la historia de Yucatán pone de relieve el componente mítico que concurre en las principales sublevaciones mayas como vía para desafiar los poderes establecidos. Sostener impulsos de esa magnitud, con notorias desventajas materiales y organizativas, exige una inmersión profunda en los elementos simbólicos de la cultura de origen para dar a las acciones de resistencia social la fuerza que las creencias tradicionales conforman con el paso del tiempo.

Con técnicas propias y enfoques distintivos, la imaginación literaria propone sus propios canales de apreciación de los hechos históricos, cuando éstos dejan de ser lo que son para convertirse en recursos formales y emotivos que la flexibilidad creadora del arte de narrar transporta a una esfera en la que adquiere matices insospechados y combinaciones sutiles.

El estudio sistemático de las fuentes de conocimiento del pasado y el ejercicio pleno del oficio de escritor hacen brotar libros como Canek, combatiente del tiempo (Mérida, Secretaría de la Cultura y las Artes de Yucatán, 2020), que además de aprovechar la información contenida en obras como las de Juan Francisco Molina Solís y el Registro Yucateco (1845), abreva en trabajos recientes de gran calidad etnohistórica entre los que figuran los de Pedro Bracamonte y Sosa, pero esto constituye apenas un primer paso para edificar la perspectiva que sólo una labor esmerada y rigurosa faculta a lograr con buena estrella.

Otra novela que ha recreado este sangriento episodio de la historia peninsular es El pequeño Moctezuma (2007) de Mireya Guadalupe Franco Pasos, señal de la atracción que pueden despertar, en narradores de nuestro tiempo, las luchas libertarias que se instalan en la memoria de un pueblo reconstituido en su identidad al filo de vivencias intensas y persistentes.

En el territorio novelístico del maestro Roldán, los personajes reciben nombres de individuos que en su mayoría vivieron la época de referencia, la misma en que Jacinto Uc de los Santos puso en aprietos a las autoridades de la región, cobrando en la trama un hálito singular a fuerza de diálogos y descripciones que los muestran en sus acciones cotidianas y en sus pasiones, en sus entretenimientos y en sus debilidades. Otros, en cambio, son totalmente imaginarios.

Igual que en obras anteriores, el escritor no pretende reproducir un inasible lenguaje arcaico, sino que adereza el relato con expresiones más cercanas a los códigos lingüísticos de los lectores de hoy, como ocurre en el episodio en que el gobernador en turno pronuncia “un speech” o cuando, al concluir la entronización solemne del caudillo maya, la gente desborda su júbilo en la calle “a ritmo de batucada”. Evoca pasajes de diversos libros suyos, como aquél en que Canek se ve impedido de emular la hazaña de Hunac Kel al salir vivo del cenote sagrado de Chichén Itzá después de lanzarse temerariamente en sus aguas: la referencia al protagonista de su novela Historia del héroe y el demonio del noveno infierno estrecha esos nexos significativos entre sus propios frutos creativos; igual que la figura central de la novela referida, la soberbia y las ansias de gloria de Jacinto nublan su juicio y precipitan la carga funesta de su destino. También hay tópicos que campean en varios textos de su autoría, tanto narrativos como ensayísticos, como el desaire a los músicos que amenizan las convivencias festivas, en este caso guitarristas canarios a los que nadie presta la menor atención durante un banquete.

El autor se concede el gusto de identificar a encomenderos y notables del Yucatán del siglo XVIII con el nombre de entrañables amigos suyos, reservándoles peripecias neutras y chuscas. Fuera de esto sobresale una figura de sólida integridad, crítico de los poderosos y de sus desplantes racistas, de ascendencia irlandesa y clérigo comprometido con las mejores causas: el doctor Lorra, cuyo verdadero apellido (O’Reilly) conduce, por simple asociación de ideas, al creador de La hija del judío, patriarca de las letras yucatecas, quien en contraste manifestaría, durante la centuria siguiente y al igual que muchos de sus contemporáneos, una reprobación airada de los grupos originarios, tanto por sus vínculos corporativos como por haber llevado su inconformidad social al marco del conflicto que pasó a ser conocido como Guerra de Castas.

La obra muestra hasta este punto, en los términos sugeridos, una riqueza interpretativa que se suma a sus valores estéticos. El flujo del tiempo se percibe de muchas formas, una de ellas a través de la palabra escrita que en estas páginas se presenta como indicio del cambio de acontecimientos y de anticipación ritualizada del porvenir. En esta novela, una tentativa de liberación comunitaria y la caída del combatiente sentenciado a una muerte ominosa expresan la historia de un reinado efímero, sacrificado en aras de un sistema político que se funda en el sojuzgamiento del cuerpo y de la conciencia.