Tras el golpe de Estado de 1936 contra el Gobierno democrático de la Segunda República se inició la guerra civil española. El socialista Pedro Sánchez derrota a los franquistas de Vox y PP

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

‘Mandarlo todo al diablo’ es el título de una columna del periodista español Javier Cercas, publicada en EL PAÍS SEMANAL, el histórico 10 de noviembre, cuando Pedro Sánchez, del PSOE (Partido Socialista Español), consiguió cerrar sus últimos acuerdos con el PNV y Coalición Canaria que le permiten acceder a una nueva investidura para ocupar la presidencia de España. Unas horas antes se había logrado pactar con Junts per Catalunya y su líder Carles Puigdemont, un “acuerdo político y la ley de amnistía”, de cuatro páginas, pretende abrir “una nueva etapa” y “contribuir a resolver el conflicto histórico sobre el futuro político de Catalunya”, incluso partiendo de “posiciones divergentes”. También recoge la disposición para “procurar la gobernabilidad durante la XV legislatura”, resultado de las elecciones del pasado 23 de julio. “Un viejo amigo y profesor de literatura catalana -recalca Javier Cercas- me dice que está de acuerdo conmigo en que si España no acepta sin reservas el catalán el gran beneficiado es el secesionismo. Yo mismo llegué a decir en una comida que, si se aprobaba la propuesta de Vox (partido de extrema derecha que simpatiza con el dictador Francisco Franco, socio del PP (Partido Popular), de declarar Alicante zona castellanoparlante, cambiaba de bando. Su caso me recuerda el de otro amigo, también contrario a la secesión, que acabó votando en el referéndum del 1 de octubre de 2017 por solidaridad con los votantes aporreados por la policía, aunque no tenía la menor intención de hacerlo porque estaba en contra de aquella consulta”.

Estas reacciones no son insólitas, ni se dan sólo con el llamado problema catalán (simpáticamente conocido por algunos como ‘matraca catalana’); por lo demás, son lógicas: a menudo olvidamos que quienes tienen razón no siempre tienen toda la razón, que no todos los que tienen la razón política tienen la razón moral y que quienes tienen la razón política son, a veces, unos canallas: los canallas de las buenas causas. Y uno puede ceder a la tentación visceral de responder a los canallas y sus canalladas dando la razón a quienes no la tienen. Ejemplos. El 28 de abril de 1945, Benito Mussolini y su amante, Clara Petacci, fueron ejecutados sin fórmula de juicio por partisanos, y sus cadáveres colgados de una viga en la plaza de Loreto, Milán; fue un acto de barbarie, pero hubiera sido una mala idea unirse al fascismo para solidarizarse con el atropello padecido por el Duce. Poco después, el 6 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó una bomba atómica sobre Hiroshima, y a los tres días lo hizo sobre Nagasaki: en total, 214.000 muertos; aunque se trató de un crimen atroz, convendremos en que, durante aquella guerra, los japoneses no tenían la razón política (y también en que, al menos en aquellos dos días apocalípticos, quienes los masacraron perdieron la razón moral). Al final de esa misma guerra, los aliados sometieron las ciudades del Tercer Reich a furiosos bombardeos indiscriminados; sólo en Dresde, del 13 al 15 de diciembre de 1945, 25.000 personas perecieron bajo las bombas: ¿hubiera sido sensato abrazar el nazismo en protesta por semejante carnicería? Entre 1936 y 1939, casi 7.000 curas y monjas fueron asesinados a sangre fría en España; quienes cometieron esos crímenes fueron unos bellacos, pero yo sigo sin tener ninguna duda de que, en la Guerra Civil, la República llevaba la razón (y también de que la famosa Tercera España es un timo aún más siniestro que el de los famosos equidistantes vascos en los años de ETA). Dicho esto, entiendo el arrebato de los amigos catalanes de Javier Cercas… 

Disculpen el desahogo autobiográfico del columnista nacido en Ibahernando, Cáceres, 1962… “Llevo 57 de mis 61 años viviendo en Cataluña, soy catalán, he estudiado lengua, literatura e historia catalanas, crecí entre escritores catalanes, traduje del catalán, vivo en catalán en un pueblo de la Cataluña profunda, abogo por el federalismo y he defendido una solución a la canadiense para Cataluña; sentado lo anterior, comprenderán ustedes que, cada vez que un señorito madrileño autodenominado de izquierdas tiene a bien darme clases de diversidad y me llama con desprecio españolista, me entren unas ganas irresistibles de pedirle a Gabriel Rufián el ingreso en ERC (Esquerra Republicana de Catalunya) con carácter de urgencia; si no lo hago es sólo por dos motivos: primero, porque una Cataluña separada de España no me libraría de la burricie de los señoritos (en Cataluña los tenemos a patadas), y segundo, porque, por mucho que me recuerde al ‘Pijoaparte’ de Juan Marsé y por bien que me caiga, Rufián no tiene razón…”. 

Juan Marsé fue un novelista español de la llamada generación del 50, concretamente de la denominada Escuela de Barcelona, corriente que involucraba a sus amigos Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, Juan García Hortelano, Manuel Vázquez Montalbán, Juan Goytisolo, Terenci Moix y Eduardo Mendoza. El ‘Pijoaparte’ es un ‘charnego’’, un ladrón de motos que fascina a una joven de la burguesía catalana pues le cree una especie de obrero revolucionario. ‘Charnego’ es un adjetivo despectivo utilizado en Cataluña entre los años 50-70 del siglo XX para referirse a las personas inmigrantes que viven en dicha comunidad autónoma y que proceden, por lo general, de otros territorios de España de habla no catalana.

Nuestra pereza mental anhela la simplicidad, pero la realidad no es simple; no todos los que tienen la razón política tienen la razón moral: a veces, los buenos hacen cosas malas (y los malos, buenas). Uno de los textos breves más conocidos de Juan de Mairena, heterónimo de Antonio Machado, inicia con la siguiente sentencia: “La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero”. A lo dicho, el rey de los micenos se muestra conforme, pero su porquero responde que él no está convencido. Antonio Machado fue un poeta español, nacido en Sevilla, el más joven representante de la generación del 98. Fue uno de los alumnos distinguidos de la Institución Libre de Enseñanza, con cuyos idearios estuvo siempre comprometido. Murió en el exilio durante la Guerra Civil Española. “Si Vox (su líder es el vasco Santiago Abascal, nacido en Bilbao, sociólogo, político y ensayista español), dice que la Tierra es redonda, me niego a decir que es plana, aunque los señoritos me acusen de alinearme con Vox. Es un error obrar con las tripas y no con la cabeza, pero -última confesión- cada vez que oigo lo de la ‘matraca catalana’ (la matraca, carraca o carraco, con varios nombres, es un instrumento musical de percusión de ruido desagradable) me dan ganas de mandarlo todo al diablo. Créanme”, apunta Javier Cercas…

La tumba del Valle de los Caídos estaba vacía, las reliquias del Generalísimo ‘invadieron’ los cerebros de gran parte de los españoles de uno y otro bando de la Guerra Civil. Llegó un antídoto comprobado, el hachís importado de Ketama, con el label de las montañas del Rif marroquí…, donde desarrolló sus ‘hazañas bélicas’, el ferrolano. Pronto o tarde, después de la labor obstruccionista a cargo de rábulas de turno y de la confusión que añada la jauría mediática, finalmente llegó el día en que la losa de 1.500 kilos de la tumba de Franco fue levantada y puede que en ese momento ante la expectación general se produjera un imponente fiasco. Corría un insistente rumor, aquel no tan lejano 24 de octubre del 2019, en de que esa tumba estaba vacía. ¿Dónde está el fiambre? ¿Ha sido robado por los rojos, separatistas y masones enemigos o ha sido puesto a buen recaudo en algún lugar secreto por sus partidarios? 

Sacar a Franco de la tumba es muy fácil. Lo complicado es exhumarlo del cerebro de gran parte de los españoles, la verdadera tumba donde se está pudriendo. Una columna de Franco no pudiera acabarse sin un chiste del Caudillo de Ferrol, en Galicia. Uno de ellos, era un tanto profético. Cuando apenas le restaban unas pocas lunas, se cuenta que le estaban enseñando modelos para la losa de su sepultura: “La de granito, 30.000 pesetas. Esta, en mármol de Carrara, 100.000…”. El eterno hospitalizado respondía: “No, no, algo más baratito. Total, no voy a pasar mucho tiempo dentro…”. 

Al poco de su fallecimiento, un 20 de noviembre de 1975, el libro ‘Al tercer año resucitó’ fue un éxito de ventas… La ‘historia-ficción’, como la definió su autor Fernando Vizcaíno Casas, jugaba con la idea de la contemplación de la sociedad española posfranquista, y de los líderes políticos como Adolfo Suárez, Felipe González, Manuel Fraga Iribarne, Xabier Arzalluz, Miguel RocaSantiago Carrillo, Dolores Ibárruri ‘La Pasionaria’, y Juan Carlos I ‘El Traidor’, que tendría un ‘Patxi’ (Francisco en euskera) resucitado. “No se os puede dejar solos”, era la frase más destacada de Franco Bahamonde. Su nula oratoria era disimulada por su timbre de voz. Era, tenebrosamente, todo un experto en firmar penas de muerte, recién levantado y todavía en pijama, mientras desayunaba su café con leche o chocolate con churros…

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