La extrema derecha de Vox y del PP pueden alcanzar la mayoría absoluta, los ciudadanos se olvidan de la política pro Derechos Humanos y apoyo a la Ciencia del actual presidente Pedro Sánchez del PSOE

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

El domingo, 23 de julio, los españoles han sido citados a las urnas para elegir a un nuevo presidente. España, a pesar de la política desarrollada por Pedro Sánchez en pro de los derechos de las mujeres frente a los asesinatos de género que suman más de mil desde que comenzaron a registrarse, el aumento de las pensiones, las becas para los estudiantes, las leyes para lograr la rebaja de los alquileres y precios en la venta de pisos, políticas en defensa del orgullo gay, el cambio climático, la igual de género…, y un apoyo sin precedentes a la ciencia y a la medicina, frente a los antivacunas, negacionistas, conspiranoicos…, la población apuesta por los franquistas de Vox que han logrado aumentar su presencia en el escenario político español y lo peor de todo han hecho de un PP un partido afín de extrema derecha. Francisco Franco ‘carcajea’, “Los españoles no pueden vivir sin mí”. Estamos ante un escenario de lujo para los sociólogos, sicólogos y siquiatras, o para un Jacques Lacan. Jacques Lacan, fue un psiquiatra y psicoanalista francés conocido por los aportes teóricos que hizo al psicoanálisis, sobre la base de la experiencia analítica y la lectura de Sigmund Freud, combinada con elementos de la filosofía, el estructuralismo, la lingüística estructural y las matemáticas. Estos días, en el magazine cultural, Jot Down, editado en Madrid he leído un interesante artículo de Alejandro Zambudio, bajo el título “La izquierda state of mind”.

“Es difícil ser optimista con la izquierda actual. La cara de Pedro Sánchez el pasado 28 de mayo -tras las elecciones autonómicas y municipales-anunciando la fecha de los comicios para el 23 de julio era exactamente la misma que tenía Carlo Ancelotti en rueda de prensa, cuando el Real Madrid perdió ante el Manchester City en el Etihad Stadium en el partido de vuelta de las semifinales de Liga de Campeones. Desde que lo desalojaron en octubre de 2016 de la secretaría de su partido hasta que se convirtió en presidente del Gobierno, el líder del Partido Socialista se ha convertido en un maestro del crossover en el argot baloncestístico; Michael Jordan jugándose la última posesión para liquidar a los Utah Jazz en el sexto partido de las finales de la NBA del año 1998. Y en eso mismo pensaba yo cuando vi su rueda de prensa el lunes. Ser Pedro Sánchez no es fácil, porque implica estar en un estado de rebelión constante contra todo y todos. Yo no me atrevería a certificar el acta de defunción de un político que ha sobrevivido a Felipe González, Alfonso Guerra, Alfredo Pérez Rubalcaba y a Susana Díaz. El presidente del Gobierno es como la energía: ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Así lo manifestó en su comparecencia anunciando el adelanto electoral. La intención consiste en dejar en fuera de juego a sus rivales y erigirse como única alternativa dentro del espacio progresista. La misma táctica que aplicaron Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero en las elecciones de 1996 y 2008, respectivamente. Vuelve el miedo. Regresa el dóberman…”.

En la sociedad, la PSOE state of mind tiene a sus mejores embajadores en aquellos que alaban la educación pública y luego matriculan a sus hijos en la concertada o en la privada. ¿Quién no tiene un conocido, vecino, amigo o incluso un familiar así? Este marco es transversal. El PSOE lo mismo sirve para un roto que para un descosido. Tiene razón el que dijo que es el partido que más se parece a España. Es el partido por defecto, porque simula ser de orden, moderno y de izquierdas. En la campaña de las pasadas elecciones autonómicas y municipales, Alberto Núñez Feijóo, el presidenciable del PP, solo ha tenido que subirse al carro de la ultraderecha actual de Vox de Santiago Abascal que se moldea desde la entrepierna de la historia. Sabe ser solemne y divertida, para regocijo de su electorado.

Reclama una política marcial y fraguada en de la nostalgia. Es nietzschiana y está más allá del bien y del mal. Ha identificado a la perfección que las guerras culturales son de desgaste y nunca ha tenido problema alguno en bajar al barro. Le ha venido a la perfección que, salvo honrosas excepciones, la acción comunicativa de este gobierno se haya dirigido a decir “que viene la ultraderecha”. Que Pedro Sánchez ahora haya comprado el discurso de la mayoría mediática de la derecha de Pablo Iglesias es la constatación de que gran parte de la izquierda ha renunciado a ser ambiciosa. Pocos mensajes han hecho más daño al gobierno de coalición que el de la alerta antifascista.

Yolanda Díaz, dirigente de Sumar, es una líder política que ha sabido entender —dentro de las limitaciones del marco político actual y de lo que significa gobernar con el Partido Socialista y tragar con la PSOE state of mind— la política cotidiana. Es cierto que las reformas no han sido todo lo ambiciosas que uno desearía, pero ¿acaso podía hacer más con la configuración del arco parlamentario actual? Ante la balcanización de la coalición ella apostó por una imagen de concordia, haciendo de pegamento de un gobierno que ya nació fracturado. En el Partido Socialista se mira a Unidas Podemos con el mismo desdén con el que la aristocracia obsequiaba a la burguesía en la película ‘El Gatopardo’; y Unidas Podemos hacía lo mismo con los socialistas porque siempre le recuerdan sus traiciones a España. Yolanda Díaz encarnaba el papel de la aristocracia del Partido Comunista, había ejercido como abogada laboralista y, por tanto, estaba habituada al conflicto entre trabajadores y empresarios y representantes de los trabajadores y los de la patronal. Con ese talante negoció los ERTE (Expediente de Regulación Temporal de Empleo), las dos subidas del SMI (Salario Mínimo Interprofesional), el IMV (Ingreso Mínimo Vital), el derecho a la prestación por desempleo de las trabajadoras del hogar y la reforma del Estatuto de los Trabajadores. En una época de guerras culturales, la líder de Sumar abogó por la discreción.

Que el voto joven gire cada vez más a la derecha no es casual: no se trata solo de una cuestión de rebeldía, sino de que en España hay cada vez más jóvenes con la mentalidad de convertirse en empresario de sí mismo. Ni millenials ni zetas han vivido Mayo del 68, la transición, los Pactos de Moncloa, la caída del Muro de Berlín o los movimientos antiglobalización de la década de los noventa. En ese sentido, hay un sector de la izquierda que se ha conformado en un romanticismo que a muchos jóvenes no les convence. ¿Es posible reivindicar grandes proyectos en la era del yo? ¿Es inteligente hablarles a los jóvenes de utopías colectivas, cuando los tiempos exigen cada vez más que seamos “realistas” y “pragmáticos”? Ese idealismo aleja a cierto sector de la izquierda de una generación de potenciales votantes que nunca llegó a ver a una izquierda con presencia fuerte en los barrios o en los sindicatos, saturada de casas de apuestas, franquicias y de fondos buitre, y con la idea grabada a fuego de que vivirán peor que sus padres. Hay una sensación compartida dentro de la población, y es que somos lo que está disponible en este momento. Muchos jóvenes están invertebrados, disociados de sí mismos, a merced del olvido rápido y del desapego afectivo para poder sobrevivir a un marco cultural y relacional que cultiva el presentismo como la única opción posible.

“Spain is different!”, el eslogan que cambió para siempre la imagen de España. El ministerio dirigido por Manuel Fraga ideó una campaña turística en los años sesenta que sacaba ventaja de la fama española de país aislado y de costumbres bárbaras. Ni mejor ni peor, “Spain” era y es un destino exótico.

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