Heraldos de pasiones – José Juan Cervera
23 May. 2024El valor simbólico de los libros anticipa en parte su destino. Los giros de la conciencia lectora pueden hacerlo cambiar, y la acción de múltiples agentes externos ratifica o anula la prueba de su vitalidad. Si su espíritu vibra tanto en lo que dicen como en lo que sugieren, de forma semejante su envoltura física está sujeta a todos los accidentes de la materia. Su tránsito por distintos lugares y manos los redime de la indiferencia o los condena a hundirse en ella.
En muchas ciudades mexicanas pervive una clase de establecimientos comerciales que captan la estima de los bibliófilos, porque funcionan como centros de redistribución de obras que el mercado editorial desdeña por carecer del sello de novedad que imprime en otras. De ellos se ocupa el volumen Librerías de viejo. Oficios, historias y crónicas de la bibliodiversidad, de Carlos Francisco Gallardo Sánchez y Sebastián Rivera Mir (coordinadores), con textos suyos y de María José Ramos de Hoyos, Max Ramos, Ana Emilia Felker y Martín Cinzano (Aguascalientes, Universidad Autónoma de Aguascalientes, 2022).
Como ejemplo de la esencia unitaria que alienta en la diversidad, los artículos del libro exploran varios aspectos del tema tratado con soltura y estilo seductor, cada uno con caracteres propios, desprovistos de aridez y de didactismo afectado. Su estructura formal varía entre el ensayo de divulgación histórica, fluido y con sólido marco de referencia, y el testimonio moldeado en analogías escénicas para reflexionar y mostrarse en un juego de ingeniosos espejos. Uno de los escritos da cuenta de un circuito literario en el que las librerías de segunda mano acompañan tanteos creativos, y otro delimita en las primeras décadas del siglo pasado el desarrollo de la actividad librera en la capital del país a la par del crecimiento urbano y las funciones diversificadas que los puntos de venta adoptan en este proceso.
Esta edición incluye también un breve glosario nacido de la experiencia de un gambusino de las librerías de viejo, que puede usarse como un instrumento para medir las variaciones del clima que concurre en aquellos santuarios de la letra impresa en los que cada feligrés quisiera hallar señales fehacientes de su deidad: “Libro. Es un dios pagano y sensual que cambia cuantas veces son los lectores que hay o habrá en el mundo”.
Cabe también una serie de crónicas de calidad notable cuyo contenido circunda el ambiente intelectual, extravagante y pintoresco de un puñado de especímenes, prácticas y singularidades del universo de las librerías de ocasión. Este capítulo y uno de los precedentes se distinguen en el recurso oportuno del humor que neutraliza el tono reverencial con que muchos bibliómanos tienden a investir al libro. Si bien algunos de sus enunciados parten de premisas desconcertantes, sus corolarios adquieren la consistencia de verdades de peso completo, como en la muestra que sigue: “La humedad, por tanto, además de dejar el libro en malas condiciones físicas y en pésimas condiciones metafísicas, a su vez lo transforma en un objeto petulante, y esto les sucede incluso a aquellos libros que, como los de Enrique Krauze y Gabriel Zaid, ya lo son”.
Si un libro es un microcosmos dotado de sensores que apuntan hacia direcciones conocidas, al mismo tiempo visita los umbrales de lo que está aún por concebirse. Los espacios que le dan cobijo tras palpar el infortunio, lo rehabilitan o lo confinan en el olvido definitivo. También ejercen un poder alquímico: el de convertirlo en aleación de mineral precioso o en pieza de desecho. Suya es la potestad de rodearlo de pretendientes y verdugos, de falsos prosélitos y seres ambivalentes que en la hora indicada apostarán por su prestigio o por su ruina silenciosa.