LA COVACHA DEL AJ MEN

CLAUDIO OBREGÓN CLAIRIN

Una corriente fría me condujo hasta un valle rodeado de sombras azules. Tomé asiento entre dos enigmas olvidados por los abuelos y junto a unas rocas coloidales, descubrí la presencia de Jürki, me saludó y empezamos a compartir el magnetismo de nuestros filamentos, luego nos acomodamos en la sensación de indiferencia y recordábamos que olvidábamos.

Jürki comía unas extrañas bolas peludas de las cuales surgía un vapor dorado que perfumaba el ambiente.

¿Qué comes? —le pregunté— Jürki tomó una bola con sus samas y colocó su intención en el centro de ella, la partió en dos y de su interior surgió una música con sabor a bosque, de pronto emergieron tres ríos que rodeaban un castillo sin almenas y ubicamos a una energía femenina que dormitaba solidificada entre flores marchitas.

Y lo sorprendente —dijo Jürki— es que lo que vemos es el reflejo de las fantasías creadas por seres que habitan en un tiempo suspendido por la excepción. Algunos de ellos mantienen contacto con nosotros, son esos fluidos ovoides que en ocasiones nos visitan cuando el vacío se aburre.

Ah… son ellos entonces —respondí—, me he dado cuenta que son energías con un montón de obsesiones, se entregan apasionadamente y son incongruentes.

El tiempo fue cuesta arriba y Jürki decidió tomar una siesta, el desasosiego bruñía mis pensamientos y la displicencia merodeaba mis emociones. El reposo energético que me envolvía era por demás asfixiante, un estupor amarillo impedía los movimientos de mis filamentos, me sentía acorralado por la inercia del hastío.

Una bola peluda apareció entre las masas coloidales de nuestros guardianes, recorrió con sigilo los jardines de hielo y los vacíos del mar quebradizo, subió las 14 Plantas de Cristal, se desdobló en un huevo violeta y se postró frente a mí.

Hola —me saludó y continuó—, se nota que estás molesto y eso es realmente absurdo ya que estás en la cima de las Plantas de Cristal.

La conciencia ovoide manifestaba seguridad en sus deseos y en sus intenciones, no parecía provenir del tiempo de excepción que comentaba Jürki, es más, casi leía mis codificaciones.

Perturbado por su gratuita irreverencia, la tomé con mis samas de los filamentos que emanaban de su cintura, los enredé hasta que formaron un solo campo energético y logré que ningún trazo de su energía quedara fuera de mi control. Iba a engullir el suculento envoltorio energético pero escuché su voz que pedía clemencia, decía que había cruzado muchos espacios donde los gases danzaban y los grupos de conciencia circulaban en los ríos de la indolencia.

Quedé conmovido por la sensación de contar con alguien que me acompañara mientras mis amistades se despertaban de su siesta, dudé un instante pero callé sus lamentos de un bocado.

Aún Jürki está dormido y sigo inmerso en éste delicado estupor amarillo. La Placidez del Silencio me preguntó si no hubiera preferido conservar prisionera a esa energía ovoide en lugar de haberme anexado su experiencia.

Mira Placi —le contesté—, he aprendido a ocupar mi entorno, atender a esas conciencias significa crear un acuerdo en el que invariablemente te ves comprometido a justificar su asombro y luego se vuelve muy meloso compartir filamentos con ellas. Vienen a aprender y esa irreverente criatura llegó muy altanera… son de lo peor.