Claudio Obregón Clairin

Intrigado por el futuro de la humanidad y observando que “estamos diciendo adiós a un mundo y que otro se está fraguando a gran velocidad”, el periodista vasco Iñaqui Gabilondo entrevistó a connotados investigadores, científicos e intelectuales; con ellos, dibujó los escenarios que depara la ciencia y la tecnología en los próximos 20 años.

I

Con la presuntuosa seguridad de quien cuenta con las mejores fichas en el tablero, Jose Luis Cordeiro —controvertido profesor venezolano y fundador de la University Singularity en Silicon Valley—, planteó a Iñaqui Gabilondo que la ciencia ficción de hoy es la ciencia del mañana y, que en 2045, experimentaremos la “Singularidad Tecnológica”. En ese año, las computadoras cuánticas tendrán acumulado el conocimiento de la humanidad, la inteligencia artificial superará a la humana y, en contraparte, con implantes cerebrales, procesaremos pensamientos, reflexiones y acciones a la velocidad de las computadoras; será como comunicarse en banda ancha, valiéndonos de la telepatía.

Cordeiro puntualizó que se decretará entonces la muerte de la muerte ya que la ciencia será capaz de proveernos nuevos órganos que serán creados con nuestras propias células, por lo que los seres humanos vivirán indefinidamente. Con la posibilidad de crear órganos a partir de células, en 2045, la producción de alimentos será más barata y sana; afirma Cordeiro que será un salto evolutivo ya que consumiremos carnes sin matar a los animales y más aún, podremos tener variedades a nuestro gusto como pudiera ser: pollo con sabor a café.

II

Este virtuoso escenario científico tiene una variable oculta: la inequidad. De ser posible ese salto evolutivo, no será igual para todos los seres humanos, a causa de la galopante sobrepoblación y de la desigualdad social. Sobre este tema, Iñaqui entrevistó al escritor, profesor y periodista Alan Weisman, quien vive refugiado en un bosque y observa al futuro con el realismo que otorgan las estadísticas. En la entrevista, Weisman advirtió que sin darnos cuenta, en el S.XX la población mundial se cuadriplicó y cada 4.3 días, nace 1 millón de seres humanos. Recordó que en los años 60`s y delante a la hambruna en Asia, se realizó un cambio genético en los cereales conocido como La Revolución Verde. Ciertamente se salvaron muchas vidas y en consecuencia, Paquistán —que es tan grande como el Estado de Texas–, tiene 198 millones de habitantes y en 35 años, se espera que sean 400 millones de paquistaníes… es una bomba de tiempo en construcción —indicó Weisman—, al no contar con empleos suficientes, los jóvenes se frustran y se alistan en las organizaciones terroristas que son la única fuente de trabajo. A mediados de este siglo seremos 9.6 mil millones de humanos, para entonces, la mitad del mundo estará en guerra por el agua y la otra mitad estará envejeciendo. Estos abismales datos nos indican una realidad que mira de soslayo José Luis Cordeiro ya que sus reflexiones positivistas sobre el futuro, llevan implícitas a la segregación y a la diferenciación social, en tanto, Weisman, conocedor del poder de las estadísticas: ha decidido refugiarse en el bosque.

III

Iñaquí siguió viajando y visitó al escritor y pensador de moda, el israelí Yuval Noah Harari, quien sobre el futuro tecnológico apuntó que en 20 años, millones de individuos no tendrán opciones laborales a causa de la inteligencia artificial. Si la Revolución Industrial creó una clase social obrera, la Inteligencia Artificial formará una clase social de inútiles.

En el S.XX —continuó Noah Harari— se contaba con una tecnología configurada por trenes, electricidad, coches, radio, televisión, entonces se discutía sobre la Dictadura Socialista, los regímenes fascistas, la Democracia. En el SXXI utilizamos nanotecnologías, biotecnologías, ingeniería genética y el sistema neoliberal no entiende ni intenta entender que lo que está sucediendo es que fuerzas poderosas (nuevas tecnologías) determinan el futuro y, el futuro de nuestros hijos, no está en la esfera de la política.

Yuval Noah Harari comentó que hace 20 años, uno de los grandes cambios en la conducta humana sucedió con la aparición de la Internet, entonces la privacidad, la seguridad y el mercado laboral se separaron de las decisiones políticas. El siglo pasado nos movimos por sentimientos, la mercadotecnia nos indicaba que habría que “disfrutar” (enjoy decía la Coca Cola en su publicidad), nuestro criterio contaba con rasgos de autoridad. Ahora compramos algo o consultamos en línea y un algoritmo nos reconoce, nos indica qué debemos desear y automáticamente renunciamos a nuestra autoridad y criterio, “el algoritmo es el inicio de la pérdida de nuestra identidad”.

Noah Harari concluyó que “La historia de la humanidad indica que la autoridad fue divina, hoy es digital” y advierte que la informática pronto ingresará en nuestros organismos. La ciencia está en el camino de conocer nuestras emociones y los algoritmos en dirigirlas, se avecina un futuro en el que la informática afectiva creará tecnoreligiones y sumaremos la desigualdad biológica a la desigualdad económica.

Los cartógrafos del futuro nos otorgan mapas, señalan los puntos de interés, los huecos, las cimas pero muy poco o nada nos sugieren para enfrentar con dignidad a lo ineludible. Los mapas carecen de relieve y profundidad, su función es situarnos y una de nuestras últimas libertades radica en tomar decisiones.

Siguiendo los escenarios de los cartógrafos del futuro, podemos decidir acomodarnos en el positivismo de Cordeiro, empezar a ahorrar para cubrir los exorbitantes gastos de nuestra futura transfiguración biológica y volvernos más cínicos y flojos con las bondades que ofrece la Internet de las cosas. Igualmente pudiéramos refugiarnos en un bosque, sembrar nuestros alimentos, construir cisternas y observar con distancia la decadencia y las futuras guerras por el agua. Ahora bien, si somos combativos reflexivos, iluminaremos con silogismos a las sombras algorítmicas por el recelo que nos provoca la pérdida de nuestra identidad; alertaremos como contemporáneos apóstoles sobre las consecuencias de seguir “al mal tecnológico” y envejeceremos haciendo corajes delante a la sinrazón que impulsa al consumo irreflexivo.

Carecemos de receta pero hay un antídoto

Existe otro escenario para surfear las enormes olas del futuro tecnológico que nos ofrecen las prospectivas de Cordeiro, Weisman y Harari, sugiero nombrarlo: La Implosión Selectiva.

Se trata de una reflexión que nos conduce a una actitud que observa a las circunstancias y a los eventos con la frialdad de las estadísticas y, valiéndose de sus proyecciones, se define el alcance de nuestras acciones e intenciones. Propone liberarnos de las angustias al reconocer que uno de los factores que inducen a la felicidad, es distinguir entre lo idóneo y lo realizable.

Una implosión selectiva implica dejar de expandirse con los deseos, reconsiderar si lo que queremos adquirir —sea un objeto o una sensación— nos es realmente útil y necesario. En ese vórtice, se renuncia a los superlativos sociales, a la digital imagen retocada por los filtros, a la búsqueda de la aceptación privilegiando a nuestro silencio. En una implosión selectiva, se socializa con límites y el principal diálogo es con uno mismo.

En nuestro presente digital, son monumentales el asedio informativo, la simulación y la ambición humana. En términos de la sociedad del IEgo, disfrutar se ha vuelto una aspiración y la tragedia se ha convertido en la divisa de cambio. La angustia y la incertidumbre se han normalizado. Hemos perdido la capacidad de asombro y la inmediatez dirige nuestra atención.

Implosionar selectivamente significa elegir, discernir y renunciar a la vorágine de lo inmediato, se trata de dejar de visualizar la intimidad ajena publicada en las redes sociales como única expresión de la alteridad. Implosionar es uno de los caminos que podemos elegir para recuperar espacios de libertad individual y desapegarnos de lo superfluo.

Como alternativa fundacional de otro devenir, podemos cuestionar al algoritmo, oír sin escuchar a las tragedias que nuestros actos no puedan resolver, observar cómo se precipitan nuestros congéneres por el nuevo modelo sabiendo que en unos meses estará más barato y quizá ni siquiera nos sea necesario; leer poesía, guardar silencio, escuchar música clásica, detenerse e identificar las leyes del movimiento, procurar un entendimiento permanente con nuestros cercanos, caminar por la playa o el campo y descubrir cómo rebotan en nuestras mentes los insulsos ecos de la inmediatez que luego se desvanecen en el horizonte por el que transita la impermanencia…

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Panimil – Centro de Estudios Antropológicos e Históricos

Literatura y Mundo Maya

Crónicas del presente y el futuro / Gabilondo – Cordeiro – Weisman – Harari

Claudio Obregón Clairin

Intrigado por el futuro de la humanidad y observando que “estamos diciendo adiós a un mundo y que otro se está fraguando a gran velocidad”, el periodista vasco Iñaqui Gabilondo entrevistó a connotados investigadores, científicos e intelectuales; con ellos, dibujó los escenarios que depara la ciencia y la tecnología en los próximos 20 años.

I

Con la presuntuosa seguridad de quien cuenta con las mejores fichas en el tablero, Jose Luis Cordeiro —controvertido profesor venezolano y fundador de la University Singularity en Silicon Valley—, planteó a Iñaqui Gabilondo que la ciencia ficción de hoy es la ciencia del mañana y, que en 2045, experimentaremos la “Singularidad Tecnológica”. En ese año, las computadoras cuánticas tendrán acumulado el conocimiento de la humanidad, la inteligencia artificial superará a la humana y, en contraparte, con implantes cerebrales, procesaremos pensamientos, reflexiones y acciones a la velocidad de las computadoras; será como comunicarse en banda ancha, valiéndonos de la telepatía.

Cordeiro puntualizó que se decretará entonces la muerte de la muerte ya que la ciencia será capaz de proveernos nuevos órganos que serán creados con nuestras propias células, por lo que los seres humanos vivirán indefinidamente. Con la posibilidad de crear órganos a partir de células, en 2045, la producción de alimentos será más barata y sana; afirma Cordeiro que será un salto evolutivo ya que consumiremos carnes sin matar a los animales y más aún, podremos tener variedades a nuestro gusto como pudiera ser: pollo con sabor a café.

II

Este virtuoso escenario científico tiene una variable oculta: la inequidad. De ser posible ese salto evolutivo, no será igual para todos los seres humanos, a causa de la galopante sobrepoblación y de la desigualdad social. Sobre este tema, Iñaqui entrevistó al escritor, profesor y periodista Alan Weisman, quien vive refugiado en un bosque y observa al futuro con el realismo que otorgan las estadísticas. En la entrevista, Weisman advirtió que sin darnos cuenta, en el S.XX la población mundial se cuadriplicó y cada 4.3 días, nace 1 millón de seres humanos. Recordó que en los años 60`s y delante a la hambruna en Asia, se realizó un cambio genético en los cereales conocido como La Revolución Verde. Ciertamente se salvaron muchas vidas y en consecuencia, Paquistán —que es tan grande como el Estado de Texas–, tiene 198 millones de habitantes y en 35 años, se espera que sean 400 millones de paquistaníes… es una bomba de tiempo en construcción —indicó Weisman—, al no contar con empleos suficientes, los jóvenes se frustran y se alistan en las organizaciones terroristas que son la única fuente de trabajo. A mediados de este siglo seremos 9.6 mil millones de humanos, para entonces, la mitad del mundo estará en guerra por el agua y la otra mitad estará envejeciendo. Estos abismales datos nos indican una realidad que mira de soslayo José Luis Cordeiro ya que sus reflexiones positivistas sobre el futuro, llevan implícitas a la segregación y a la diferenciación social, en tanto, Weisman, conocedor del poder de las estadísticas: ha decidido refugiarse en el bosque.

III

Iñaquí siguió viajando y visitó al escritor y pensador de moda, el israelí Yuval Noah Harari, quien sobre el futuro tecnológico apuntó que en 20 años, millones de individuos no tendrán opciones laborales a causa de la inteligencia artificial. Si la Revolución Industrial creó una clase social obrera, la Inteligencia Artificial formará una clase social de inútiles.

En el S.XX —continuó Noah Harari— se contaba con una tecnología configurada por trenes, electricidad, coches, radio, televisión, entonces se discutía sobre la Dictadura Socialista, los regímenes fascistas, la Democracia. En el SXXI utilizamos nanotecnologías, biotecnologías, ingeniería genética y el sistema neoliberal no entiende ni intenta entender que lo que está sucediendo es que fuerzas poderosas (nuevas tecnologías) determinan el futuro y, el futuro de nuestros hijos, no está en la esfera de la política.

Yuval Noah Harari comentó que hace 20 años, uno de los grandes cambios en la conducta humana sucedió con la aparición de la Internet, entonces la privacidad, la seguridad y el mercado laboral se separaron de las decisiones políticas. El siglo pasado nos movimos por sentimientos, la mercadotecnia nos indicaba que habría que “disfrutar” (enjoy decía la Coca Cola en su publicidad), nuestro criterio contaba con rasgos de autoridad. Ahora compramos algo o consultamos en línea y un algoritmo nos reconoce, nos indica qué debemos desear y automáticamente renunciamos a nuestra autoridad y criterio, “el algoritmo es el inicio de la pérdida de nuestra identidad”.

Noah Harari concluyó que “La historia de la humanidad indica que la autoridad fue divina, hoy es digital” y advierte que la informática pronto ingresará en nuestros organismos. La ciencia está en el camino de conocer nuestras emociones y los algoritmos en dirigirlas, se avecina un futuro en el que la informática afectiva creará tecnoreligiones y sumaremos la desigualdad biológica a la desigualdad económica.

Los cartógrafos del futuro nos otorgan mapas, señalan los puntos de interés, los huecos, las cimas pero muy poco o nada nos sugieren para enfrentar con dignidad a lo ineludible. Los mapas carecen de relieve y profundidad, su función es situarnos y una de nuestras últimas libertades radica en tomar decisiones.

Siguiendo los escenarios de los cartógrafos del futuro, podemos decidir acomodarnos en el positivismo de Cordeiro, empezar a ahorrar para cubrir los exorbitantes gastos de nuestra futura transfiguración biológica y volvernos más cínicos y flojos con las bondades que ofrece la Internet de las cosas. Igualmente pudiéramos refugiarnos en un bosque, sembrar nuestros alimentos, construir cisternas y observar con distancia la decadencia y las futuras guerras por el agua. Ahora bien, si somos combativos reflexivos, iluminaremos con silogismos a las sombras algorítmicas por el recelo que nos provoca la pérdida de nuestra identidad; alertaremos como contemporáneos apóstoles sobre las consecuencias de seguir “al mal tecnológico” y envejeceremos haciendo corajes delante a la sinrazón que impulsa al consumo irreflexivo.

Carecemos de receta pero hay un antídoto

Existe otro escenario para surfear las enormes olas del futuro tecnológico que nos ofrecen las prospectivas de Cordeiro, Weisman y Harari, sugiero nombrarlo: La Implosión Selectiva.

Se trata de una reflexión que nos conduce a una actitud que observa a las circunstancias y a los eventos con la frialdad de las estadísticas y, valiéndose de sus proyecciones, se define el alcance de nuestras acciones e intenciones. Propone liberarnos de las angustias al reconocer que uno de los factores que inducen a la felicidad, es distinguir entre lo idóneo y lo realizable.

Una implosión selectiva implica dejar de expandirse con los deseos, reconsiderar si lo que queremos adquirir —sea un objeto o una sensación— nos es realmente útil y necesario. En ese vórtice, se renuncia a los superlativos sociales, a la digital imagen retocada por los filtros, a la búsqueda de la aceptación privilegiando a nuestro silencio. En una implosión selectiva, se socializa con límites y el principal diálogo es con uno mismo.

En nuestro presente digital, son monumentales el asedio informativo, la simulación y la ambición humana. En términos de la sociedad del IEgo, disfrutar se ha vuelto una aspiración y la tragedia se ha convertido en la divisa de cambio. La angustia y la incertidumbre se han normalizado. Hemos perdido la capacidad de asombro y la inmediatez dirige nuestra atención.

Implosionar selectivamente significa elegir, discernir y renunciar a la vorágine de lo inmediato, se trata de dejar de visualizar la intimidad ajena publicada en las redes sociales como única expresión de la alteridad. Implosionar es uno de los caminos que podemos elegir para recuperar espacios de libertad individual y desapegarnos de lo superfluo.

Como alternativa fundacional de otro devenir, podemos cuestionar al algoritmo, oír sin escuchar a las tragedias que nuestros actos no puedan resolver, observar cómo se precipitan nuestros congéneres por el nuevo modelo sabiendo que en unos meses estará más barato y quizá ni siquiera nos sea necesario; leer poesía, guardar silencio, escuchar música clásica, detenerse e identificar las leyes del movimiento, procurar un entendimiento permanente con nuestros cercanos, caminar por la playa o el campo y descubrir cómo rebotan en nuestras mentes los insulsos ecos de la inmediatez que luego se desvanecen en el horizonte por el que transita la impermanencia…

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