Claudio Obregón Clairin

El otro día guiaba a un grupo de turistas en Tulum y durante el tiempo libre que disponen para nadar en la paradisíaca playa, caminé hacia el sur y me encontré con una enorme iguana macho quien al notar mi presencia, impetuosamente empezó a bajar y alzar su cabeza —como si tuviera un resorte en el cuello—,  con ese gesto me hacía ver que no era bienvenido a su territorio, a un costado, una de las hembras de su harén observaba con recelo la situación; cerca de ella, y debajo de un árbol de uva del mar, noté que la hojarasca se movía inusualmente. Me acerqué y descubrí que ahí estaba mi maestro de astronomía: el cangrejo Emiliano, quien me vio de reojo y siguió su camino…

¡Hola Emiliano! ¿Cómo estás? —Le dije y me respondió sin detenerse—: qué tal, hace tiempo que no te veía ¡sigues igual que siempre! Con tu pesada cara de sufrido… no cabe duda que el necio siempre estará torcido…

Espérate Emiliano, qué traes, cada vez que nos encontramos me tiras mala onda, a mi me da gusto verte, además ¡No, espera! —me interrumpió deteniéndose al abrigo de una hoja seca de palma chit— escucha bien: lo que más mal me cae de ti, es que por dónde la veas, siempre te vas a justificar e irremediablemente te colocas en la posición de víctima y la verdad me da flojera perder mi tiempo contigo, déjame en paz… Me quedé congelado y Emiliano siguió su camino tranquilamente entre la hojarasca.

Pasaron unos minutos y lo alcancé: ¡oye Emiliano! En buen plan, nada más quería saludarte y comentar contigo que leí un reportaje científico en el que Stephen Hawking mencionó que pasaba más tiempo pensando en las mujeres que en los agujeros negros… Emiliano se detuvo y comentó: ¿qué esperabas? ¡Es humano! Escucha con atención pedazo de desperdicio evolutivo, relájate y mira ese horizonte que te regala la vida, ahí… justo frente a tus limitados ojos, nota bien que el azul turquesa del mar, de pronto se transforma en azul profundo, oceánico, abismal…  en realidad, lo es, a unas centenas de metros de las arenas blancas, hay abismos. El célebre investigador submarino Jaques-Yves Cousteau, descendió con su batiscafo hasta 2 mil metros de profundidad enfrente a la Isla de Cozumel y no tocó fondo.

El mar es como la realidad —continuó Emiliano—, dependiendo de la capacidad que tengas para verla, puedes interpretarla por su superficie o adentrarte en las profundidades de sus secretos, pero… ¡qué vas a saber tú de lo que estoy hablando si eres un ignorante de las cosas que verdaderamente vale la pena conocer! Y lo peor de todo es que pierdo mi tiempo contigo, ya no me sigas… —exclamó en tono furioso y le contesté— Emiliano, creo que estás exagerando ¡hoy ni siquiera he hablado!  Lo que sí sé es que además de tener un carácter de la patada, eres un ser de Tres Mundos, como los mayas…

A ver ¿cómo es eso? —preguntó Emiliano— Pues claro, mira, puedes estar en el fondo del mar, salir a la superficie y con tu telescopio reconocer las profundidades cósmicas, al igual que los mayas quienes tenían Tres Mundos: Cielo, Tierra e Inframundo, pero no es exclusivo de los mayas, las culturas boreales contaron con tremendos chamanes quienes en viajes estáticos transitaron por los Tres Mundos y se comunicaron con las entidades divinas que ahí moran —Emiliano respondió de inmediato—: la gran diferencia entre los chamanes y yo, es que me tocó comunicarme con seres antipáticos como tú y a todo esto ¿reconoces la diferencia entre el Ego y la Importancia Personal? ¿Pero qué tiene que ver esa pregunta con la Navidad? —respondí e insistió— ¿Reconoces la diferencia o no? ¡Claro que la conozco! —e inquirió—: ¿Cuál es? Sencillo —respondí—, la diferencia es que el Ego es un pilar de nuestra estructura psicológica y la Importancia Personal es la imagen distorsionada de nosotros mismos… Emiliano se rascó la cabeza con una de sus tenazas y me dijo: más o menos, no estás tan lejos de la realidad a pesar de tus limitaciones, pero mira polvo estelar concentrado en un Ego, el asunto nodal es que ustedes los humanos: perciben y traducen la realidad energética del universo en términos absolutos…

Después de un largo silencio, Emiliano continuó: …la mente humana reacciona en función de la información que recibe en su primera infancia, los acuerdos sociales establecen conductas, pero en ese “kit”, se les ha olvidado colocar a la fragilidad de la condición humana y regularmente la contradicción entre “pensamiento y acción” recrea desequilibrios emocionales.

El universo es insondable, misterioso y se encuentra permanentemente en transformación, como la vida misma, en ese sentido, los seres orgánicos podemos transfigurar nuestra condición a través de la conciencia, basta un instante de lucidez para comprender que el control de nuestros actos es lo que conduce al equilibrio emocional ¿lo apuntaste o como siempre te quedaste pensando en otra cosa…?

Te escucho con atención —le dije— ¿pero y el Ego y la Importancia Personal? ¿Qué tienen que ver con lo que me acabas de decir?  Tienen que ver —continuó— porque ambas son interpretaciones sólidas, rígidas. Al Ego hay que entretenerlo haciéndole creer que “lo es todo” y cuando se regodee en sí mismo, permitirá al cuerpo energético existir libremente… se trata de hacerle una finta a la razón. En cuanto a la Importancia Personal, la podemos tirar a la basura o divertirse con ella sabiendo que es una droga.

Guardamos silencio frente al mar turquesa y después de un rato, Emiliano me dijo: ya va siendo hora de que por fin entiendas que la vida no tiene un sentido en particular sino diversos sentidos en lo general y que el amor es sin duda la sublime expresión de la conciencia, procúralo en tu corazón, cultívalo impecablemente, luego reconoce a tus sombras, atiende a las consecuencias de tus actos y a ver si ya se te quita esa cara de sufrido… ¡oye! Dile a ese turista que se baje del muro del templo ¿Cuál, no lo veo? —comenté y Emiliano me dijo—: aquel que está subiendo el muro del templo, échale un grito… Me levanté para ver al turista y no encontré a nadie, luego giré y mi maestro de astronomía ya no estaba, empecé a gritarle: Emiliano, Emiliano ¿dónde estás? Tres de los turistas de mi grupo que pasaban por ahí se me quedaron viendo y uno de ellos me preguntó ¿a quién busca? Sí, bueno, no, la verdad es que…

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