“Los mayas pudieran volver a empuñar las armas, si fuera necesario…”, nos confesaba el escritor Jorge González Durán, autor de la obra ‘La Rebelión de los Mayas y el Quintana Roo chiclero” 

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

Hace años, una década atrás, antes del inicio de la obra pública más ambiciosa y polémica del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador, la del Tren Maya, acompañé a Jorge González Durán hasta Felipe Carrillo Puerto. El escritor iba a dar una conferencia en plena Zona Rebelde Maya sobre ‘La Guerra de Castas’, un conflicto racial entre los mayas del sur y oriente de Yucatán y la población de blancos (criollos y mestizos), que se encontraba mayoritariamente establecida en la porción noroccidental de la península. El enfrentamiento costó cerca de un cuarto de millón de vidas humanas, se inició el mes de julio de 1847 y terminó oficialmente en 1901 con la ocupación de la capital maya de Chan Santa Cruz, la actual ciudad de Felipe Carrillo Puerto, por parte de las tropas del ejército federal mexicano.

Recuerdo que el autor de varios libros sobre los mayas me sorprendió con un mensaje perturbador: “Los mayas pudieran volver a empuñar las armas, si fuera necesario. Estamos ante una guerra inconclusa”. Muchos de los mandatarios mayas le conocían a Jorge como ‘Chocholá’, por haber nacido en uno de los 106 municipios que constituyen el estado mexicano de Yucatán. Se encuentra localizado aproximadamente a 21 kilómetros al suroeste de la ciudad de Mérida. El municipio colinda al norte con los municipios de Samahil y Umán; al sur con Kopomá; al este con Umán y al oeste con Maxcanú y Samahil. El municipio está ubicado en la denominada zona henequenera de Yucatán.

La ‘Guerra de Castas’ tuvo como escenario la geografía de lo que hoy es Quintana Roo. En nuestro Estado, cuando hablamos de culturas indígenas, no nos referimos al pasado, sino que aludimos a pueblos y comunidades vivas y actuantes. Es una geografía fecundada por los mayas que mantuvieron la fortaleza de su cultura a pesar de la sangrienta guerra social iniciada en Tepich el 30 de julio de 1847, y que finalizó poco más de medio siglo después en Felipe Carrillo Puerto. Finalizada la confrontación violenta con los conquistadores, la resistencia indígena fue cultural… Los mayas preservaron su idioma y siguieron practicando sus tradiciones y costumbres, que sobreviven a más de 500 años del descubrimiento de nuestro continente de América. La modernidad, que es signo del desarrollo de Quintana Roo, sería estéril si no fuéramos capaces de respetar la identidad y la historia de los descendientes directos de aquellos indígenas que en la llamada ‘Guerra de Castas’ lucharon…”. 

Uno de los resultados de la lucha de los mayas es precisamente la creación del Territorio Federal de Quintana Roo, el 24 de noviembre de 1902, antecedente del autogobierno que posibilitó la erección del estado, el ocho de octubre de 1974. En nuestro Estado, como en todo el antiguo territorio donde floreció la milenaria cultura maya, existen vestigios arqueológicos que nos asombran y nos deslumbran, pero más allá de esas piedras ilustres cuyo fulgor no ha deslavado el tiempo, están las comunidades donde viven, trabajan y crean los descendientes de los constructores de esos centros ceremoniales precolombinos. 

Los mayas son celosos guardianes de una historia y de una cultura que se recrea a medio milenio de la conquista. La población maya quintanarroense se diferencia de los demás mayas peninsulares en cuanto a que son descendientes directos de los que lucharon en la llamada ‘Guerra de Castas’. La huella y el espíritu de los mayas está presente desde los lejanos tiempos en que el mito comenzó a fundirse con la historia. De alguna manera, se puede afirmar que en el perfil de la sociedad de hoy, los valores de la cultura maya son compartidos por la mayoría de los ciudadanos, cualquiera que sea su origen, porque constituyen no sólo la raíz histórica sino la columna moral de Quintana Roo.  

Los pasajes que nos narra Jorge González Durán existen todavía fogatas con llamas no apagadas, latentes, que oscurecen los cielos de la Zona Rebelde Maya… “El año de 1847 llegó con el rojo color de la violencia. Un pueblo desesperado se disponía a intentar reconquistar su tierra, entre ecos de recónditos sueños y recuerdos de coléricas profecías. En Culumpich, rancho de Jacinto Pat, se concentraban armas. En Tepich, bajo nocturnos auspicios, varios jefes indígenas conspiraban. Manuel Antonio Ay, comprometido con el movimiento en gestación, fue aprehendido en Chichimilá. Lo fusilaron en Valladolid. Era el 26 de julio. Los soldados llegaron a Tepich en busca de Cecilio Chí. En su frustrado propósito dejaron, vestigios de su salvajismo…”.

Eran el preludio de una tempestad. El 30 de julio, en la madrugada, Tepich fue atacado por cientos de los indígenas comandados por Cecilio Chí. La reacción de la clase dominante fue iracunda. Los militares incendiaron todas las casas, asesinaron a hombres, mujeres y niños; violaron y destruyeron con vesania todo lo que estuvo a su alcance. El periódico oficial proclamó: “Se les hicieron prisioneros que fueron pasados por las armas; del pueblo incendiado no es hoy sino un montón de cenizas; los pozos fueron cegados. Tepich ya no existe y el nombre de ese pueblo rebelde ha sido borrado del catálogo de los demás de Yucatán…”.

“Los campesinos se transformaron en guerreros de volcánica audacia”, recalca Jorge ‘Chocholá’. “El resplandor de sus machetes -añade- alumbró la noche, despejó los caminos y pobló de épicas resonancias las páginas de su historia recobrada, posición de su compañero de armas, y la guerra no se detuvo. El gobernador Santiago Méndez, ante el incontenible avance de los rebeldes, dijo: ‘La guerra de los bárbaros, esa guerra atroz y desoladora que se formó en medio de nuestras guerras intestinas, ha llegado a tomar formas enormes’ y desde Norteamérica, donde cumplía su vergonzante misión de negociar la venta de Yucatán, Justo Sierra O’Reilly clamaba… ‘Yo quisiera hoy que desapareciera esa raza maldita y jamás volviera a aparecer entre nosotros’”. 

“En la primavera de 1849, en Chanchén, cayó asesinado el comandante Cecilio Chí. Fue enterrado en Tepich, por ser el lugar de su nacimiento y la cuna de la rebelión. Pero su verbo incandescente no se apagó. Se siguió luchando en los caminos, en las barricadas, en las milpas, en las chozas y en los corazones de los guerreros. En septiembre del mismo año, fue abatido Jacinto Pat, en un paraje llamado Holchén, cerca de Bacalar…”. Los herederos de los cruzo’ob, el ejército rebelde que se alzó por décadas durante la Guerra de Castas, hoy aparecen como reconciliados y convertidos en “patrimonio histórico” y botín electoral, a cambio de una modesta remuneración económica.

El periodista de El Despertador, Salvador Canto, este pasado 2 de diciembre del 2023, en un histórico reportaje titulado “La extinción de la Rebeldía Maya” dio a conocer a la opinión pública la existencia de una secreta ‘Nómina Maya’ oficial, manejada por el Instituto para el Desarrollo del Pueblo Maya y las Comunidades Indígenas del Estado de Quintana Roo (Inmaya), bajo el rubro de “apoyos sociales”. De acuerdo con documentos públicos obtenidos por El Despertador de Quintana Roo, del presupuesto general de egresos del gobierno estatal para los periodos 2021, 2022 y 2023, la asignación de recursos para el Inmaya ha sido de cerca de 80 millones de pesos. Una parte importante es para para la nómina de los dignatarios y los miembros del ‘Ejército Maya’. 

José Isabel Sulub Cimá cuestionó esos sueldos. No solo fue defenestrado, lo sacaron, le quitaron de una forma aberrante e ilegítima el grado de general por liderzuelos mayas al servicio del gobierno de Carlos Joaquín, hoy embajador de México en Canadá. “Los mayas pudieran volver a empuñar las armas, si fuera necesario. Estamos ante una guerra inconclusa”. No me olvido de las proféticas frases de Jorge González Durán, ‘Chocholá’.

@SantiGurtubay

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