Las disciplinas artísticas encarnan la suma deleitosa de la floración de la conciencia, por encima de las paradojas que acarrean en el tránsito de los ciclos de la vida. Iluminan regiones en que palpita la experiencia total e insinúan la unidad anhelada cuando el ser recompone sus fragmentos en instantes de plenitud que la memoria tiende a evocar con éxito relativo, aunque todo arrebato de esplendor, por efímero que sea, puede convertirse en signo de madurez futura.

Las artes remontan sus fronteras engañosas en alas de la sutileza que moldea sus frutos. Al avenirse unas con otras desde la entraña misma del impulso creativo, dejan traslucir la serenidad esencial nacida en estados de agitación que desplazan las pasiones hacia los bordes del devenir huidizo, donde portan un sello renovado.

Cuando la música concurre al encuentro de la literatura, en este reacomodo de formas y contenidos hace valer sus vínculos primordiales. Así ocurre también si los autores rinden testimonio de sus valores estéticos para ensanchar el gozo que emana de ellos. A esta premisa se atiene Ehekatl Hernández para dar vida a su libro 500 minutos. Memoria y canción (Mérida, Editorial Bola de Papel, 2022), en el que plasma un registro cosmopolita de las creaciones musicales, acorde con su disfrute universal. Aunque aduce acercarse a la experiencia del escucha común, brinda una selección íntima e irrepetible que abarca la música académica y la popular, géneros variados e intérpretes no de todos conocidos, junto con otros de alcance masivo.

Recurre a la anécdota y al ejercicio reflexivo para señalar los múltiples canales en que la música –sobre todo su expresión vocal– llega a sus oyentes, pero también cómo éstos transforman sus significados de origen cuando se apropian esas producciones con el propósito de ampliar el sentido de sus vivencias y la fecundidad de su mirada. El uso del lenguaje metafórico marca el ritmo de su prosa para dar cuenta de los hechos más intensos que ha tenido frente a sí: descubrimientos tempranos, viajes iniciáticos, cambios de residencia, encuentros decisivos y aprendizajes de fondo. Abarca el proceso de maduración de la personalidad con los logros y las pérdidas que trae consigo.

Las cualidades de la música se hacen efectivas en la acción de los medios que permiten reproducirla, así los formatos analógicos y digitales que la transmiten a sus receptores envuelven también una parte de la historia personal y colectiva: los discos de vinilo y los compactos, las cintas magnéticas y las novísimas tecnologías que multiplican sus repercusiones sonoras. Cuando Alejo Carpentier se refirió en 1951 a las grabaciones fonográficas, enunciaba las ventajas que los discos de 33 revoluciones ofrecían con respecto a los de 78; aún estaban lejanas las novedades que hoy se aceptan como asunto rutinario. En muestra de ello, el libro trae la siguiente advertencia: “Se incluye el código de Spotify de cada canción para escucharla durante o al finalizar la lectura de cada texto”.

Hernández rinde homenaje a sus aliados y mentores, entre ellos sus tíos El Bazooka y El Checo, a quienes describe como “dandis de barrio” que lo iniciaron no sólo en el conocimiento de muchas piezas musicales sino también en el espíritu de experimentación que lo acompaña desde su adolescencia. Pancho Florencio es otro personaje de este talante, de singular importancia por haber familiarizado al autor y a varios amigos suyos con obras literarias y musicales que se producían fuera de su ciudad natal.

El libro refleja también la actitud crítica que resulta de asimilar experiencias en el trato con personas disímiles, haciéndose receptivo a formas insospechadas de asimilar los vaivenes del mundo. Deja claro que el peso de los prejuicios sólo procura un tinte mezquino que hace más frágiles los intercambios comunitarios y el entendimiento mutuo. Desacredita esos criterios limitados para exaltar, en cambio, la fraternidad que puede surgir entre hombres y mujeres a quienes la sociedad señala como perdedores: “Hay gente que en la carrera de la vida sale tarde, con penurias, viene desde atrás y aun así transmite una vitalidad que sorprende”. Admira a los que viven al límite de sí mismos y a los que se concentran en un ámbito específico de su realización.

Este conjunto de textos pone de manifiesto que la música es una fuente impetuosa de energía vivencial, una potencia que irriga los momentos inadvertidos en que la belleza se posa lejos de miradas superficiales para fundar lazos significativos y duraderos, más que un instante condenado al olvido.