Los escritores ocupados en transmitir vida a su obra se valen de una serie de combinaciones en la que caben su habilidad técnica, la experiencia acumulada y el sello distintivo de su oficio para hacer atractivas sus creaciones a la sensibilidad lectora, conectándolas a una tradición más o menos explícita en el campo de las letras.

El relato histórico se nutre de documentos que registran la memoria de otros tiempos, pero la inventiva personal recrea, tamiza y condimenta esta materia prima imprimiendo verosimilitud a los pasajes que cobran fuerza en la suma de sus ingredientes. A este género narrativo se aviene El corazón sangrante, de Emiliano Canto Mayén, en un volumen que incluye El veneno de Arlincourt (Mérida, Kóokay Ediciones, 2023). El libro anuncia el desarrollo de un ciclo que en cierto modo se remonta a la novela Delfina (2012), en que el mismo autor aprovecha sus dotes de investigador profesional para detectar vetas promisorias de un pasado dúctil a empeños disciplinados.

La unidad de conjunto que se avizora en un catálogo de títulos a inscribirse bajo el nombre de El misterio de las circunstancias se deja ver ya en las peripecias de algunos personajes, prolongadas en las acciones que distinguen a una historia de otra, como sucede entre Arlincourt y Faustina Guzmán en capítulos que remiten básicamente a Francia y Yucatán, sea en el desarrollo de los acontecimientos o en evocaciones que se desprenden al calor de una conversación o en la lectura de un recorte de prensa.

Así como las pasiones y las intrigas, los conflictos y las coyunturas intensas mueven los hilos narrativos, los medios impresos asumen también la función de entidades formadoras de opinión pública y espacios de lucha política, de vehículos de entretenimiento y receptáculo de impulsos creadores en el turbulento siglo XIX. Por ello, Arlincuort advierte a su interlocutora que los periodistas pueden equipararse con los artífices de la literatura por el uso fecundo de su imaginación, cauce privilegiado para deslizar episodios ficticios y atmósferas cautivadoras en el orden nuevo que sostiene su pluma.

La literatura brilla por igual en los momentos solemnes de la trama, en las confidencias de las muchachas y en los discursos académicos que abominan del romanticismo. Además de la pompa de los aristócratas –reiterada en la afectación de su lenguaje–, la avidez pujante de los burgueses y la destreza de los artesanos de excelencia, las arduas jornadas que presiden el arte de escribir se manifiestan tanto en la caracterización de sus personajes y en sus andanzas como en las constantes digresiones de la figura del narrador que, con una pizca de sarcasmo, pretende dialogar con quien lo lee desafiándole a fin de aclarar que las prerrogativas de que está investido lo facultan a moverse de un lugar a otro y a conocer los pensamientos más impenetrables de los hombres y las mujeres que pueblan sus páginas, pero también le reprocha sus veleidades, sus caprichos y sus ingratitudes cuando arrincona sus libros para preferir los de otros.

Con todo, el argumento toca los motivos que impulsan a los individuos a escalar posiciones, proveer a su bienestar y protegerse de peligros inminentes, pero también muestra el destino de los objetos más diversos, los que aquellos aplican en su trabajo y los que lucen en sus paseos, los que proclaman sus convicciones cívicas y los que cargan consigo para asegurar su subsistencia diaria. Así se explica que la viuda de Arfián sea cleptómana y practique la cartomancia, que las joyas exquisitas produzcan desgracias y que los instrumentos musicales alojen el contagio mágico que un torvo demonio derrama en su interior. Por ello los símbolos del Egipto de los faraones visitan, en un amuleto, las costas del Egipto de América, la bandera de Yucatán ondea con altivez en ambientes caldeados y el duque de Otranto manipula un cuchillo forjado en plata mientras afina las aristas de sus conspiraciones.

El mito, la leyenda y un halo sobrenatural gravitan en los misterios y en las circunstancias que Emiliano Canto Mayén invoca en sus narraciones. Los seres que concibe o revitaliza traen, en el juego de sus caracteres, la singularidad del sujeto genial o los moldes de los tipos representativos de una época cuyos sabores fluyen con energía en acentos persuasivos.

Y cada temperamento esbozado puede abrir paso a una estructura diversificada de historias que multipliquen sus frutos en las sendas vigorosas del porvenir literario.