¡Los indios, los indios…! ¿Dónde están las flechas? – La Covacha del Aj Men
28 May. 2023Claudio Obregón Clairin
Comíamos un delicioso cochito en Chiapa de Corso cuando… Carlos Galaviz, socio-operador del autobús Avante – Dina me insistió: “no seas gacho, cambia la visita a San Juan Chamula para hoy en la tarde” ¿Estás seguro que la información es cierta? —le pregunté y con angustia respondió—: Sí, estoy seguro, mañana se va a poner feo en Chamula… ya sabes… rompen los vidrios de los autobuses y los grafitean, por favor ¡no quiero que madreen mi autobús!
(Carlos tenía conciencia de clase —como decíamos hace tiempo—, era muy digno y contaba con pocos amigos; tomaba una copa de vino todas las noches después de lavar cuidadosamente su autobús; se sentaba en la entrada del dormitorio de su autobús y leía con detenimiento la revista Proceso, a la mañana siguiente y conduciendo, me contaba lo que pensaba de los artículos del semanario político)
Si hay que dar noticias negativas es preciso hacerlo cuando los turistas están sentados y comiendo el postre; así que de manera casual y con control escénico, me levanté de la mesa y alcé la voz: “Mes amis: como sabemos, mañana 12 de octubre se conmemora el día que Cristóbal Colón dejó de estar perdido y llegó al continente Americano —algunos turistas simularon una sonrisa—; como les he comentado, los pueblos originarios están en pié de lucha reivindicando su dignidad… Pues bien, a Carlos le han informado que mañana es probable que San Juan Chamula esté cerrado a los turistas por lo que tendremos que visitar a los chamulas el día de hoy…”
Así lo hicimos, nos instalamos en el hotel y al día siguiente, por la mañana fuimos al mercado de San Cristóbal de las Casas pero por la tarde tuvimos que suspender la visita al Museo Nah Bolom porque el gerente del hotel nos indicó que no saliéramos.
Los turistas franceses explotaron al ver que cerraban con cal y arena las puertas del hotel y me reclamaron que por qué visitábamos en estas fechas Chiapas, que iban a pedir reembolso de su viaje, que no sabía prevenir problemas y que era mi falta… tomé aire, respiré con calma y respondí a la francesa: mais oui, mais non, c´est là… y me fui a mi cuarto a leer con unas cervezas oscuras bajo el brazo.
Media hora más tarde, escuché gritos enardecidos en idioma tzotzil y alguien golpeó con rudeza la puerta de mi cuarto, al abrirla, me encontré con la cara desorbitada de Carlos quien gritaba: Los indios, los indios…!!! —¿Cuáles indios? ¿Dónde están las flechas? —inquirí— Afuera wuey, hay un chingo de indios y van a madrear mi autobús… ¿y qué vas a hacer? —Pregunté y Carlos me imploró—ayúdame no seas cabrón… un escalofrío recorrió mi cuerpo mientras se intensificaban los gritos… vamos a ver pues —le respondí—.
El gerente del hotel me indicó que era una imprudencia salir a la calle pero Carlos ya había franqueado la fortaleza construida en la puerta, lo seguí y el panorama fue aterrador, cientos de indígenas marchaban encabronados, asían palas, palos, picos y machetes.
Me coloqué junto a Carlos a un costado de su autobús y los tzotziles nos miraban con rabia… Sucedió lo inevitable y apareció el primer spray sobre el autobús, Carlos dió un gran salto para intentar impedir el grafiti pero fue inmediatamente sometido de un palazo en la cabeza y cuando se le fueron encima, grité: ¡compañeros…! ¡Compañeros…! Estamos con ustedes, no lo golpeen, es un hombre mayor, pinten lo que quieran pero por favor no rompan los vidrios, en ese momento volaron dos piedras sobre el parabrisas sin dejar huella, Carlos tenía un machete en el cuello y yo insistía: Por favor compañeros, estamos con su causa, los apoyamos, es más ya nos vamos… mi petición fue atendida y dejaron de golpear a Carlos. Cuatro jóvenes tzotziles nos tomaron por la espalda y el cuello, nos grafitearon la cabeza y nos aventaron a la banqueta gritándonos “chingar su madre caxlanes”.
Entramos madreados y coloridos al hotel, al vernos, unos turistas de mi grupo salieron corriendo a esconderse en sus cuartos, el gerente nos recordó que fue una estupidez salir y que tuvimos suerte.
Diez minutos después y ya en la ducha, mis rodillas empezaron a temblar y mi diálogo interno se debatía entre lo importante, lo urgente y lo inteligente… me sequé el cabello y aún estaba colorido, destapé una cerveza y reflexioné sobre la suerte que tuve.
A la mañana siguiente, me levanté temprano para ver cómo había quedado el autobús, por fortuna ningún vidrió fue roto y podíamos seguir sin contratiempos nuestro viaje. Descubrí a Carlos despintando con cuidado a su querido amigo, a su autobús, su patrimonio…
Nos miramos en silencio y le comenté: “Cabrón, ya ves que no es lo mismo leer al Proceso que vivir el proceso…”
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