El arqueólogo Bryan Hayden de la Universidad Simon Fraser de Columbia Británica C. A. propuso que los cazadores—recolectores, cocinaban panes. Sugirió que inicialmente estas prácticas alimenticias tuvieron sus orígenes en los rituales así como en las festividades y que paulatinamente se incorporaron a la dieta diaria de nuestros mayores paleolíticos.

La comunidad científica lo tildó de exagerado pero los recientes descubrimientos realizados en el sitio Shubayqa, Jordania, por la arqueóbotánica vasca Amaia Arranz Ortaegui, le han dado la razón.

En la imagen siguiente, la  fotografía de la izquierda, muestra uno de los restos de los 25 panes carbonizados encontrados en Shubayga y la de la derecha, un fragmento de estos panes tomada con un microscopio electrónico de barrido.

Los análisis a los panes paleolíticos —localizados en un fogón que también contaba con restos de otros alimentos, plantas y despojos de animales— fueron publicados en la revista científica Proceedings of the National Academic (PNAS) e indican que los primeros panes fueron elaborados con semillas silvestres de trigo, cebada, mijo, centeno, avena y con el tubérculo conocido como chufa.

Su consistencia no era como la de nuestros panes porque carecía de levadura y las harinas eran integrales. Se parecían más a una tostada ancha o a un Kebab. Su sabor fue amargo y aún no se han localizado restos de sal; futuras investigaciones permitirán saber si llevaba sal u otros elementos como probablemente leche. Estos panes fueron cocinados hace 14 400 años y lo que trasciende en su elaboración es que se realizó 4.000 años antes de la invención de la agricultura y de la explotación de los animales domésticos.

La Dra. Arranz ha notado que eran panes muy limpios y cuidadosamente elaborados. Limpiaron muy bien los cereales para evitar moler las cáscaras y fueron molidos intensivamente. La Dra. Arranz sugiere: «Debió ser un hombre o una mujer con mucha fuerza física y bastante delgado. Tuvo que buscar el cereal y quizás caminar kilómetros hasta encontrarlo. Después lo procesó y lo cocinó porque aún no se había inventado el horno, tal vez directamente sobre las brasas o sobre una piedra plana calentada previamente».

La información que nos proporciona la Dra. Arranz deriva en reflexiones trascendentes. Por una parte otorga razón al Dr. Hayden quien a contra corriente, fue el primero en proponer desde el siglo pasado que la especialización y el posterior consumo cotidiano del pan y la cerveza  (que estudiaremos en una futura entrega), tuvieron sus orígenes en las festividades y en los rituales paleolíticos. Plantea también una estratificación social diferenciada a partir del conocimiento, perfeccionamiento, control y gestión de la producción de panes y cervezas.

El Dr. Bryan Hayden goza de una honrosa satisfacción intelectual ya que las dataciones de los panes anteriores a la vida urbana y a la agricultura intensiva, confirman su propuesta de que en la media luna del Creciente Fértil, los cazadores recolectores “contaron con una sociedad de estratificación laboral y social”.

Es interesante discurrir sobre la propuesta de Hayden que implica una diferenciación social a partir de la gestión en la elaboración del pan y la cerveza durante el Paleolítico, contrariamente a lo que se había postulado por los excedentes de producción de lino y de otras fibras que propiciaron, guerras, el hurto de mujeres para convertirlas en esclavas obreras y por ende, surgió “la diferenciación social hereditaria” constituida por esclavos e hijos bastardos que encontramos presentes en las ciudades de Ur, Uruk o Nínive, lo anterior, debidamente reglamentado en las 282 leyes del código de Hammurabi que fue escrito hacia el año 1750 antes de la era común.

En segundo término, los cazadores recolectores caminaron largas distancias para obtener las semillas silvestres y con ellas cocinar unos cuantos panes que desde el punto de vista nutricional, requirieron mayor gasto de calorías en su búsqueda y elaboración, que las que otorgaba su ingesta. Esta predilección nos indica que los seres humanos,  en algunos casos y desde los tiempos sin memoria pétrea, privilegiamos a las sensaciones y a las satisfacciones por encima de nuestro beneficio.

Proyectemos a nuestros mayores paleolíticos organizándose en la recolección, selección, molido y cocimiento de las semillas para disfrutar del sabor del pan, al igual que nosotros disfrutamos realizar acciones que requieren grandes esfuerzos o provocan gratas sensaciones en detrimento de nuestra economía o de nuestra salud.

Y es que el placer y la satisfacción son poderosos motores de la motivación, la cual, se está transfigurando ya que en nuestros soles, oscila entre el ancestral deseo de compartir con el otro o procurarse a uno mismo, prescindiendo de los demás.

Fuente: https://www.pnas.org/doi/10.1073/pnas.1801071115

Editor: Claudio Obregón Clairin

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