La Teoría de la Mente y El Nacimiento del Yo

Claudio Obregón Clairin

Para mi maestro y amigo Raphael Tunesi

(larga vida a su memoria y a su obra)

La teoría de la mente se refiere a la capacidad de tener consciencia de las diferencias existentes entre nuestro criterio personal y el de los demás.

El otro” se convierte en un referente o contrapunto en la construcción de “nosotros” y proyectamos escenarios mentales hasta en un cuarto nivel, en ellos, suponemos —y en ocasiones acertamos—, por ejemplo: lo que un amigo está pensando a propósito de lo que su primo argumentó sobre la decisión de los músicos de no tocar la canción que pidió mi tía. Esta capacidad de imaginar escenarios mentales es lo que nos convirtió en los seres sociales que somos (desarrollo del maestro Macario Schettino)

El lenguaje se verbalizó en la otredad de las cuevas pero también en la euforia colectiva como resultado de cobrar una presa y danzar junto al fuego o debajo de un aguacero.

Cuando se formalizaron los acuerdos, germinaron los mitos colectivos y se tomaron las decisiones que propiciaron el agrupamiento para la subsistencia de las familias que luego evolucionaron en tribus y en clanes para finalmente formalizarse en bandas y derivar en las sociedades urbanas, luego agrícolas, industriales, tecnológicas, digitales y hoy, virtuales.

Somos seres sociales, compartimos una memoria colectiva con especializaciones al servicio y uso de “los otros”.

I. Ayer

Fue un largo proceso evolutivo el que dio nacimiento a las sociedades humanas y cubrió en el mayor lapso de tiempo en la Historia: el Paleolítico, (de los vocablos griegos Paleo – antiguo y Lithos – piedra).

Si nos referimos a la fabricación de artefactos culturales, el primero, sin duda, fue la piedra transfigurada, que inició al menos hace 2 millones y medio de años en el valle africano del Rift, cuando Homo Robustus, Homo rudolphensis y Homo ergaster compartieron la tecnología para tallar la piedra y Homo ergaster dominó al fuego.

Entonces se desarrolló un cambio anatómico sustancial en ergaster; su tracto digestivo se hizo más pequeño porque la ingesta de la carne cocida, requirió de menos horas para digerirse: empezó a tornar conscientes los sueños y adquirió la sensación de un Yo fuera de sí mismo.

En aquellos lejanos soles, aparecieron los esbozos de la magia empática, el reconocimiento de la alteridad, la indefensión delante a entidades violentas y la posibilidad de negociar con ellas; la sensación de desdoblarse, el intento de relacionar la voluntad con la invocación y la evocación, la danza como un escenario de comunión con el espacio y el tiempo, entre otros escenarios que fundamentaron al chamanismo histórico.

Dos millones 400 mil años después, los procesos de la red evolutiva, de la capacidad de sobrevivir y de la adaptación al entorno, redujeron a cuatro el número de homínidos: Nendertales, Cromañones, Floresensis y Denisovianos.

Recorremos velozmente el reloj del tiempo humano y nos situamos hace 30 mil años, en la cueva francesa Chauvet-Pont d’Arc en Ardèche, en la que diversos artistas paleolíticos (incluídas mujeres) nos legaron el testimonio plástico de un poco más de mil animales: caballos, bisontes, ciervos, rinocerontes, panteras, osos, hienas y leones de las cavernas.

Estas pinturas rupestres carecen de sentido práctico para la subsistencia del grupo pero arriesgado y sin sustento sería afirmar que se introdujeron al fondo de la cueva por el placer estético de dibujar escenas de cacería para que nadie las viera. En realidad, los artistas expresaron el reconocimiento de sí mismos y de los otros; juntos, animales y congéneres, formalizaron una realidad vital en la que la violencia —y cómo enfrentarla o poseerla—, fue el talante de sus vidas.

El cazador paleolítico reconoció la individualidad de los animales así como sus diferentes sentidos gregarios y ese razonamiento, lo sublimó con sus coterráneos al crear una obra que expresa con maestría el sentido de la vida para aquellos primeros seres que exploraron la capacidad de transfigurar a las formas con el criterio humano.

II. Hoy

Algunos pasajes de la obra poética de Octavio Paz, exploran “la otredad”. Piedra de Sol es la expresión más refinada de esa búsqueda y del sentido de la vida a partir de nuestro reconocimiento y el de los otros.

…nunca la vida es nuestra, es de los otros,

la vida no es de nadie, todos somos

la vida —pan de sol para los otros,

los otros todos que nosotros somos—,

soy otro cuando soy, los actos míos

son más míos si son también de todos,

para que se pueda ser he de ser otro,

salir de mí, buscarme entre los otros,

los otros que no son si yo no existo,

los otros que me dan plena existencia…

En contrapunto y para consensuar los confines del horizonte de la otredad, recordemos que el anacoreta prescinde de los otros para existir, es más, le estorban y encuentra regocijo en la ausencia de eco a sus palabras.

Dejando al anacoreta en su refugio de la montaña, retomemos a la alteridad y a la Teoría de la Mente para situar su origen paleolítico y constatar su vigencia, transfigurada. Reconocer el talante de las sociedades paleolíticas en función de los datos duros que aportan las investigaciones multidisciplinarias y científicas, nos permite reconocer el origen de nuestra identidad humana y del Yo.

La poesía torna tangibles atmósferas, escenarios o situaciones y, con la pureza de lo mínimo, abarca los horizontes de la existencia humana e intenta dar sentido y respuesta a sus cuestionamientos.

Contacto Facebook: Panimil, Centro de Estudios Antropológicos e Históricos.