En el contexto de la dictadura de Porfirio Diaz, el recuerdo del territorio federal de Quintana Roo, creado por decreto presidencial en 1902, se asocia con un lugar inhóspito y lúgubre que, tras la campaña contra el último núcleo de mayas sublevados –designada con el eufemismo de “pacificación”– sirvió como espacio para deportar a disidentes políticos y a otros ciudadanos capturados mediante el ominoso recurso de la leva. Así, entre aquella abundancia de recursos naturales y la majestuosidad selvática, se estableció una colonia penitenciaria administrada por autoridades militares al frente del general Ignacio A. Bravo.

Allí fue enviado el abogado jalisciense Marcelino Dávalos (1871-1923) para desempeñar un empleo oficial con la expectativa de satisfacer en alguna medida las apremiantes carencias materiales que lo rondaban. Su breve estancia en el territorio le brindó elementos para desarrollar, como fruto de su vocación literaria, una pieza incluida en el volumen de cuentos que con el título de ¡Carne de cañón! fue publicado en 1915. La obra referida lleva el nombre de La sirena roja y constituye una crítica de los abusos que perpetró el dictador y una presunta anticipación de sus días finales; si bien el escrito está fechado en 1908 es probable que haya sido retocado en un tiempo cercano al año de publicación del libro del que forma parte, tal como conjetura el investigador Eduardo Contreras Soto valiéndose de argumentos convincentes en un sugestivo ensayo que vio la luz en 1997.

El territorio previsto entre otros cometidos como destino de confinamiento y castigo fue también el sitio al que estuvo a punto de ser conducido Emiliano Zapata durante su fogosa juventud, de acuerdo con lo que relata Elías L. Torres en un artículo que pudo leerse en el Diario del Sureste en diciembre de 1936. El autor de ese texto, ingeniero afín al grupo revolucionario sonorense, cumplió un papel decisivo como mediador entre el gobierno interino de Adolfo de la Huerta y el célebre caudillo duranguense Francisco Villa cuando éste evaluó la posibilidad de deponer las armas en 1920. Torres era amigo de uno y otro, lo que facilitó las gestiones que tras ciertas reticencias y suspicacias concluyeron exitosamente.

Torres, que legó otros testimonios referidos a personajes de la Revolución, narra en términos anecdóticos el episodio en que Zapata irrumpió en el mercado de Villa de Ayala, en su natal Morelos, montado en su cabalgadura y ejecutando las suertes de jinete que dominaba como pocos, acto que provocó incomodidad entre los vendedores, aunque sin causarles daño porque su destreza era tal que lograba esquivar los productos allí expuestos. Sin embargo, las autoridades locales decidieron aprehenderlo por haber protagonizado ese incidente.

La rectitud del juez Ruperto Zaleta fue un factor que impidió el traslado de Zapata a tierras quintanarroenses en 1908; el amparo suscrito con ese propósito surtió efecto de manera oportuna, sobreponiéndose a los intereses políticos que apuntaban en sentido contrario. Tres años después, un encuentro fortuito entre ellos selló un gesto de agradecimiento del revolucionario sureño, durante los días en que el viejo orden porfiriano cedió al empuje del movimiento que llevó a la presidencia a Francisco I. Madero.

El centro de reclusión situado en la entonces Santa Cruz de Bravo cesó sus funciones represoras en 1912, cuando el general Manuel Sánchez Rivera recibió la comisión de liberar a los deportados, y en cumplimiento de la orden del presidente Madero puso fin a los excesos que ahí se perpetraban.

El carácter esencialmente dinámico de la cultura como índice del quehacer humano pone de manifiesto que los valores simbólicos atribuidos a las figuras relevantes de la historia asumen matices cambiantes en la percepción colectiva al calor de los relevos generacionales. Por otro lado, las poblaciones delimitadas con criterios geográfico-administrativos reformulan sus sistemas de significados en ese mismo proceso, y al enfrentar retos y conflictos nuevos, con variaciones y semejanzas de los que pulsaron sus antepasados, pueden establecer conexiones profundas a partir del conocimiento de acontecimientos vividos en otras épocas, haciendo más intensa su experiencia cotidiana.