Roberto Guzmán

Mientras se asevere que México es un país “racista”, existirá siempre alguien que lo niegue respaldando el mismo argumento diciendo de que lo que somos es “clasistas”, que no es igual, ya que desde mi visión este concepto sólo reafirma lo primero, al lograr que ambos sean dos caras de la misma moneda, por lo que hacer esta distinción de nada serviría ya que en México desde el siglo XVI el privilegio ha estado vinculado a la procedencia, pues en el régimen colonial español las mejores posiciones sociales se reservaban a gente de origen europeo, haciendo que estas diferencias en la sociedad novohispana fueran de casta y no de “clase”. 

Aquí la tesis de que México es “racista” y que seguirá siéndolo mientras el país se crea mestizo, lo es porque el origen de su propensión a discriminar emana de la idea de que los mexicanos debemos mezclarnos, pues ser “güero” y no “naco” o “moreno” subyace a la noción de un ideal mundial que México importó.

La palabra “sardo” con relación a lo militar fue usada en el ejército de Cerdeña hasta el siglo XIX y el único vínculo con México son las intervenciones francesa, austríaca y europeas que acontecieron y donde el término importado refería a las fuerzas militares de esa isla como un “casu merzu” o queso podrido, que luego de un tiempo se convertía en eso por la infestación de moscas y larvas vivas. Considero entonces que este término despectivo de sardo pudo ser utilizado para los militares europeos en territorio mexicano que quisieron invadirnos y de que seguro apestaban.

Es difícil saberlo, pero en México el calificativo sardo no cambia mucho del casu merzu cuando es utilizado como término racista contra todo aquel militar raso de rango bajo y de origen indígena o de piel morena, características que podría decirse siguen volviéndolos como objetos de burla.

El término “sardo” es totalmente despectivo incluso entre militares, aunque algunos mandos jerárquicos, como una cúpula de generales, hacen caso omiso y lo utilizan contra todo aquel que ingresa a las filas de la milicia como soldado raso y/o pelón, términos que considero son una manifestación indiscutible de discriminación y de violencia.

En relación a las características físicas, su forma de hablar, de vestir como los comportamientos culturales de todo aquél que ingresa a las filas de “su ejército”, esta misma cúpula los asocia y coloca dentro de una relación arbitraria, ficticia y de poder, donde la mayoría con “limitaciones sociales” y pobreza participativa en espacios de decisión, son limitados y colocados en una sumisión con la que podríamos responsabilizar a esta estirpe de coroneles y generales al patíbulo por provocar desigualdad.

Desde hace unas semanas hemos venido escuchando en torno a la militarización del país como una estrategia que desde mi punto de vista nos pondría y pondría a México en un estado cuasi-fascista liderado por un grupo de militares, estrategia que no resuelve  el problema de la seguridad pública, por lo que la discusión y voto de esta semana en el Senado deberá de tomarse con certeza y visión constitucional como de derechos humanos, ya que un voto decisivo del bloque morenista podría volver y endosar a nuestro país en una peligrosa perpetuidad militar y dictatorial si se le otorga a una persona hoy enferma de poder, ante cuya fallida estrategia de seguridad por cuatro años no le está quedando más remedio que aliarse con una cúpula de militares.

Si bien el general secretario la semana pasada advirtió con sus declaraciones “…que el que no esté con ellos esta contra México” es hoy una amenaza ante una dictadura que no quisiéramos los mexicanos y nuestros hijos afrontar ante la terrible violación a nuestros derechos humanos que seguro se suscitarían, y no así, creo yo, para muchos aplaudidores de la transformación cuya decisión la están viendo como una urgente necesidad.

México no huele a sardo por los jóvenes militares pelones, morenos o indígenas que puedan ser y quienes integran hoy el ejército como la Guardia Nacional, quienes ante una votación Legislativa permanecerán por cuatro años más en las calles del país.

México comienza a oler a “sardo” y a queso podrido, no por todos ellos, sino por esa cúpula de generales, corruptos y violadores quienes frente a procesos electorales en puerta y una inminente posibilidad de participar en uno de ellos en el año 2024 como candidato a presidir nuestro país, podría ser uno de ellos, si un “sardo y apestoso general” quien gobernaría bajo una dictadura junto a una D.O. como de un Virrey convertido en orate por el poder, juntos transformando a México en un averno con innumerables violaciones a nuestros derechos Humanos.

¿Qué dice usted, mi estimado lector, usted también aplaude la militarización de México?

Roberto Guzmán R.

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