Inosente Alcudia Sánchez

No soy de clase media… ni joven. En esto de la edad, a pesar de mi preferencia musical por el género urbano y la añoranza por los antros, mis tendencias políticas me delatan en la alta frontera de la adultez. Además, creía ser parte de esos privilegiados grupos sociales que consiguieron dejar atrás algunas de las carencias que, según el Coneval, les impiden calificar para algunas de las becas del bienestar. Es decir que transitaba yo por la –supongo– alegre acera de los clasemedieros y por un incierto lindero de la edad, hasta que la política me hizo conocer el error y me ubicó en el sitio que merecen mis perennes apuros económicos.

Resulta que, según reconocidos analistas de la vida pública nacional, el frustrado candidato presidencial del partido Movimiento Ciudadano (MOCI), Samuel García, no tenía como propósito ganar la elección –contrario a lo que sería normal en cualquiera que participe en esta contienda– sino que su verdadero objetivo era quitarle votos a la abanderada del Frente opositor, Xóchitl Gálvez, y “abonar” –literalmente– al triunfo de la represente del oficialismo, Claudia Sheinbaum. Las víctimas de esta truculenta trama, encubierta en la “fosfofosfo” campaña mocista, serían –óiganlo bien– los cándidos integrantes de la clase media nacional y los desinformados jóvenes que se dejarían seducir por las ocurrencias “tiktokeras” del mencionado Samuel y su influencer esposa. El proyecto, dicen los especialistas, era ofrecer un señuelo naranja fosforescente a las multitudes juveniles de aspiracionistas y clasemedieros –reiteradamente infamados desde las mañaneras– para alejarlos de la tentación opositora y evitar que sufraguen por la señora X. Cito a Raymundo Riva Palacio: “La candidatura de García era una simulación para ayudarle a la candidata oficialista, Claudia Sheinbaum, a ganar”.

Confieso que, desde el primer momento de su efímera y fallida campaña, el esquirol de Palacio Nacional –así lo califican– me pareció un verdadero “meme”, una expresión ramplona de la peor política. Samuel García, el personaje candidato, simplemente me repelió, no hubo ningún punto de empatía con el “mirrey” que adquirió disciplina –según le escuché decir– sufriendo la resaca de fiestas juveniles en el arduo esfuerzo de acudir al campo de golf. Desde luego que mi simpatía nunca sería atrapada por la escandalosa carnada naranja. Heme aquí, entonces, en uno de los más graves conflictos existenciales: se ha derrumbado el joven clasemediero que guardaba en mi interior y he descubierto al veterano proletario que en realidad soy, vacunado, eso sí, contra la argucia naranja y la frívola reducción de la política a un par de tenis de color estridente.

Con el “samuelazo” vimos que todavía hay quienes apuestan al provecho político de la mediatización y de la liviandad de nuestros días. Si a la frivolidad recargada de Samuel García nos la querían vender como la nueva política, qué mala opinión tienen algunos del pueblo de México. Samuel terminó dando uno de los espectáculos más lamentables de la política mexicana y a todos dejó claro que, a pesar de la propaganda, aún falta mucho para la definición del 2024. Más que personajes pintorescos, en la contienda electoral se necesitan narrativas que entusiasmen o interesen a los indecisos y, sobre todo, a esa gran masa de mexicanos que han hecho de la abstención su singular forma de expresión política. Cierto: en un entorno polarizado, muchos analizarían una “tercera vía”. Claro, una tercera opción sensata, genuina. A ver con qué nuevo caballo de Troya nos salen.