Inosente Alcudia Sánchez

El fin del sexenio obradorista es un vendaval que ha acaparado los espacios en los medios masivos de comunicación y en los programas de opinión. Los eventos de cierre de la administración federal han sido tan protagónicos y mediáticos que restaron casi todo impacto noticioso a las actividades del gobierno entrante. Recuerdo que, en 2018, a diferencia de lo que sucede en la actual transición, Enrique Peña Nieto desapareció de los medios de comunicación tras las elecciones, mientras que Andrés Manuel López Obrador, el presidente electo, dominó la conversación pública desde meses antes de asumir el cargo. Esto podría considerarse lo normal: es en el nuevo gobierno en quien recaen las esperanzas y expectativas de la nación y, por tanto, es en él en quien se concentra, generalmente, la atención de los comunicadores. En otras palabras, es la renovación, lo novedoso, lo que despierta el interés social, más que lo conocido o la reiteración.

Sin embargo, vivimos tiempos inéditos. En lugar de emprender una discreta retirada de la vida pública, AMLO decidió cerrar su gestión a “tambor batiente”, ejecutando actos de gobierno que, además de ocupar la mayoría de los espacios informativos, parecen un intento por acotar los caminos que podrá recorrer la próxima administración. De este modo, la transición ha puesto mayor énfasis en los logros del mandatario que se va, anclando la esperanza de sus seguidores en la “continuidad”, más que en una oferta de “cambio”. Es decir, a los partidarios del movimiento en el poder les entusiasma menos “lo nuevo” que representa el programa de la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, que la permanencia de las políticas obradoristas.

Bajo el camuflaje de la transición, el mandatario saliente decidió encabezar un vigoroso programa de despedida. Así como los gobiernos entrantes suelen implementar programas para los primeros 100 días de trabajo, López Obrador planificó un conjunto de acciones para resaltar el final de su gestión. Fundamentalmente, se trató de una “gira del adiós”, concebida para cosechar lo sembrado. “Amor con amor se paga” fue la consigna. El presidente inauguró obras, firmó decretos, publicó leyes, recorrió el país, encabezó eventos multitudinarios y recibió la pleitesía de sus seguidores. En los últimos tres meses de su mandato, teniendo de testigo a la presidenta electa, López Obrador se confirmó como el Patriarca y único guía de la 4T.

Muchos analistas afirman que, con esta singular transición, quedó claro que para la próxima presidenta gobernar será, en realidad, cuidar el legado de su mentor. Más que una “transición fraterna”, como algunos la han llamado, lo que vimos fue una demostración del poder no transferido: la Doctora Claudia Sheinbaum recibió el bastón de mando, se colocará la banda presidencial, residirá en Palacio Nacional y ocupará la Silla del Águila, pero el control de las masas, el amor del pueblo y el motor de la transformación no cambiarán de manos: serán parte de la mudanza de AMLO.

La primera presidenta de México no podrá ganar la trascendencia a través de obras que obsequian popularidad y puntos de aceptación en las encuestas. AMLO agotó en esas obras y programas los fondos neoliberales y endeudó el país como no se había hecho en lo que va del siglo. La popularidad política y la aprobación social le pertenecen a AMLO. Y a Claudia Sheinbaum le corresponderá cuidar, como si fueran suyas, esa popularidad y esa aprobación ajenas. En estos meses frenéticos, ha sido testigo del duelo que atraviesan los adeptos de su movimiento ante la partida de AMLO. Por eso, el “segundo piso” de la 4T sólo tendrá sentido si prevalece la imagen casi beatificada del creador y líder del movimiento, y si no se derrumba la escenografía verbal que, en muchos casos, suplantó la realidad.

A la presidenta le esperan los años difíciles de la transformación: tras el periodo de fiesta populista, la resaca será tan aguda y prolongada como los déficits fiscales que deberá gestionar para evitar una crisis en las finanzas públicas. Con un presupuesto anémico y una administración pública deteriorada, Claudia Sheinbaum tendrá que ingeniárselas para mantener encendidas las esperanzas y la gratitud del “pueblo bueno”, además de rectificar y enderezar el rumbo de diversas políticas, y reforzar las acciones para que México recupere la senda del crecimiento. Después de un sexenio de política a secas, no le vendrá mal al país un poco de gerencia y responsabilidad administrativa. Cito a Regina Reyes-Heroles: “La representación de las mujeres en la política viene acompañada de un mejor desempeño económico general”, afirma el estudio Representation Matters: Women Political Leaders del Oliver Wyman Forum (Milenio, 26/09/2024).

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La vida transcurre con urgencia. Septiembre ha sido una vorágine de sucesos que, de una u otra manera, permanecerán mucho tiempo en nuestra memoria. Con octubre iniciaremos una nueva etapa en la vida pública del país. En lo individual, personal, quizás es buen momento de hacer un alto, mirar hacia atrás, revisar el entorno, reflexionar en lo posible del porvenir. En lo colectivo, el país está en un proceso de cambio cuyos alcances y resultados nos llevará tiempo conocer. Fueron casi seis años que transcurrieron rápidos en el conflicto, en el azuzamiento cotidiano de una polarización tóxica. Acaso no será sencillo escapar de esa pedagogía del rencor, pero, aún con la incertidumbre que muchos ven en el futuro, siempre habrá un motivo de inspiración a nuestro alcance. Perseverar en los propósitos y resistir a todas las expresiones de la adversidad. En todo caso, buena suerte a nuestra presidenta. Que le sean leves las dificultades de la patria. Y, al expresidente, que la inspiración no falte en su retiro. “Hello, GoodBye”, de los Beatles, suena en mi memoria.