En la Región 95 y 96 de Cancún, donde la vida puede ser tan impredecible como dura, un hombre ha transformado las calles en un ring de oportunidades. Alberto del Barrio, uno de los muchos jóvenes impactados por el programa «Rescate de Jóvenes en las Calles», comparte cómo el boxeo y la dedicación de Celestino Castro cambiaron su destino. “Nos enseñó a sacar la furia en el ring y dejar atrás las malas influencias», dice

Por Sergio Masté

Alberto del Barrio recuerda con una mezcla de nostalgia y gratitud los días de su juventud en las Regiones 95 y 96 de Cancún, cuando la vida lo empujaba a correr. Y no solo porque su apodo era «el correcaminos», sino porque huía, literalmente, de lo que pensaba era un destino inevitable: la delincuencia y las malas compañías. No tenía idea de que cada vez que corría, lo hacía en dirección a su futuro, y que un hombre llamado Celestino Castro cambiaría su vida para siempre.

Todo comenzó en 2009, cuando Celestino Castro, un profesor y entrenador de boxeo, decidió lanzar un programa comunitario de rescate de jóvenes pandilleros a través del deporte. Su objetivo era simple: sacar a los muchachos de las calles, alejarlos de las drogas y el alcohol, y enseñarles la disciplina del boxeo. Sin más apoyo que sus propios recursos, Celestino con su camioneta y comenzó a recorrer los parques y colonias más conflictivas de Cancún, buscando jóvenes con potencial, pero también con problemas.

Alberto era uno de esos jóvenes. “Yo había practicado boxeo antes, pero andaba perdido. Un día vi la camioneta de Celestino y salí corriendo. Pensaba que me iba a querer llevar a la fuerza”, recuerda entre risas. Con el pelo largo y la rebeldía a flor de piel, Alberto esquivaba a Celestino como podía, corriendo entre los autos en el estacionamiento del Soriana donde limpiaba faros para ganarse unos pesos.

Celestino, con su paciencia y intrepidez, nunca se rindió. Sabía que dentro de cada uno de esos jóvenes que huían de él había un potencial por descubrir. Con una mezcla de insistencia y cariño, convencía a los chicos para que subieran al ring. “Nos decía: ‘Vamos al gimnasio, yo pongo las caguamas, pero súbanse al ring’. Y nos subíamos, entrenábamos, aunque yo me escapaba siempre”, relata Alberto.

– ¿Llegaste a debutar como boxeador profesional?

– Claro, debuté y llegué a competir profesionalmente. Pero la vida del boxeador es muy dura. Me casé, tuve hijas, y las responsabilidades familiares complican mucho el seguir una carrera en el boxeo. Es una carrera muy demandante, celosa. Celestino siempre nos apoyaba en lo que podía, pero el sacrificio es enorme. Aún así, sigo agradecido, porque todo lo que soy ahora se lo debo a él y a la disciplina que me enseñó.

– ¿Cómo te cambió la vida el programa de Celestino?

– Me cambió completamente. Celestino es más que un entrenador, es como un padre para mí. Es mi amigo, mi consejero. El boxeo me dio la disciplina y el empuje para salir adelante. El programa “Rescate de los jóvenes de las calles” de Celestino no solo me ayudó a mí, ha transformado la vida de muchos jóvenes. De su propio bolsillo, él financiaba el proyecto, sin patrocinadores ni ayuda externa. Y ahora, aquellos que en su momento fuimos rescatados tratamos de hacer lo mismo por otros jóvenes.

La conexión entre Celestino y los jóvenes no era superficial. Él entendía la calle porque él mismo había venido de ella. Esa autenticidad era clave. “Si un licenciado fresa nos hubiera querido acoger, no nos hubiera entendido. Pero Celestino sí, porque él también caminó la calle y la lona”, reflexiona Alberto. Por eso, cada vez que el entrenador lo encontraba, ya fuera en el gimnasio o escondido entre los coches, Alberto sabía que no podía escapar de su destino.

Finalmente, llegó el día en que Alberto debutó como boxeador. No fue fácil. El boxeo es una carrera dura, celosa, como él mismo lo describe. Y aunque las peleas en el ring eran difíciles, la vida fuera del cuadrilátero también lo era. El matrimonio, los hijos, la falta de recursos. Todo eso lo alejaba de su sueño. Pero Celestino siempre estuvo ahí, apoyándolo, guiándolo no solo en el deporte, sino también en la vida.

Hoy, Alberto del Barrio es un hombre diferente. Gracias al boxeo y al apoyo incondicional de Celestino Castro, ha logrado no solo alejarse de la vida en la calle, sino también convertirse en un microempresario exitoso. “Tengo una línea de venta de baterías para autos y una vida tranquila. Sin drogas, sin alcohol, limpio”, dice con orgullo.

El gimnasio World Champion Cancún, fundado por Celestino Castro, no solo ha producido boxeadores, sino también licenciados, doctores y preparadores físicos. Cada uno de ellos, como Alberto, fue tocado por el programa “Rescate de los jóvenes de las calles”. “Ojalá hubiera más Celestinos en este mundo. El mundo sería distinto”, reflexiona Alberto con gratitud.

Celestino Castro sigue trabajando, recogiendo jóvenes perdidos en las calles y llevándolos al gimnasio, no para ganar likes o popularidad, sino porque sabe que el boxeo puede cambiar vidas. Alberto lo sabe mejor que nadie. Hoy, ya no corre para escapar. Corre para avanzar, para seguir adelante, con la disciplina que el ring le enseñó y con la vida que Celestino le ayudó a encontrar.

Alberto del Barrio, Sergio Masté y Celestino Castro, quien con recursos propios, inició el programa que tiene como objetivo apartar a los jóvenes de las calles y acercarlos al deporte.

Alberto del Barrio, conocido como “Correcaminos”, a quien el boxeo le cambió la vida, “y sé que puede cambiar muchas más».