EL BESTIARIO

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

Harrison Ford le busca para evitar su reelección. “La tonalidad de su cabellera no es de este mundo…”. Las alarmas se han disparado en las cancillerías, tras el dictamen de PantonePantone® Inc., empresa con sede en Carlstadt, Nueva Jersey, Estados Unidos, creadora de un terrícola sistema de identificación, comparación y comunicación del color…

 

“¡Hemos llegado, chicos!”, celebra uno de los tuits más populares que recuerdan durante estos primeros días de noviembre que la futurista Blade Runner (1982) está ambientada desde ya en el presente y, en breve, en el pasado. Muchos de esos mensajes comparten el rótulo de la película en el que indica la fecha y lugar en la que ocurre la historia: Los Ángeles noviembre de 2019. La cinta de Ridley Scott es a los relatos futuristas lo que Alfred Hitchcock a los de suspense: la Biblia que dicta sus mandamientos básicos. Pero eso solo significa que ‘Blade Runner’ impone normas éticas y estéticas en los títulos posteriores del género, no que acierte necesariamente en sus predicciones.

Su idea de una sociedad con androides que parecen modelos y coches voladores se concibió casi 40 años antes de que llegara esta fecha. Y eso que intentó arreglar el hecho de que Philip K. Dick, autor del relato escrito en 1968 en el que se inspira, imaginaba que todo este mundo ocurría en 1992. Hay ciudades que se parecen a las de la película, por ejemplo Hong Kong, Seúl y barrios de Tokio como Shinjuku o Akihabara. Pero Los Ángeles, que es donde transcurre, no es precisamente uno de ellos. Sigue siendo un lugar más bien desértico. El futuro que se nos ha pintado en la ficción nos decepciona a menudo. Queremos coches voladores, asistentes personales robóticos que nos lo hagan todo y estén siempre de buen humor… Pues ‘Blade Runner’, como tantas otras después, acertó mucho y falló mucho. Aunque sus aciertos o fallos no son lo más importante de la película, así es la realidad comparada con su distopía deprimente, aunque visualmente muy atractiva.

Sí acertó en la tecnología con el reconocimiento de voz, el cambio climático y todo es publicidad. En un momento de la película, Rick Deckard (Harrison Ford) pide a un ordenador a través de un comando de voz que haga zoom en una foto tomada a Rachael (Sean Young). Blade Runner dio con la clave. Aunque lo que no nos advertía la película es que, a cambio, esos altavoces iban a grabar nuestras conversaciones… Lo sabían hasta cuando rodaron Blade Runner, pero hay líderes mundiales que todavía niegan lo evidente. La película acertó en el fondo, pero no en la forma. De hecho, en ese aspecto es muy de su tiempo, ya que sugería los problemas de clima llegarían por la amenaza nuclear, tan en la conversación en los años ochenta. El asunto de la publicidad masiva sí que ya estaba bastante clara. Times Square en Nueva York ya tenía neones gigantes, pero lo que no vieron venir fueron los banners en Internet. En lo que sí acertó es en el asunto del product placement. A lo tonto, en la película de Scott se cuelan todo el tiempo logos de Coca-Cola, Budweiser y la desaparecida compañía aérea PanAm (eso fue un fallo). No acertó en los robots para todo, la gente mudándose a la Luna y a Marte, los coches voladores y todo el mundo fumando.

Desde que empezó 2019, varias publicaciones en redes sociales recuerdan que es el año en el que muchas películas de ciencia ficción están ambientadas. En su momento imaginaban, con más fallos que aciertos, cómo sería el futuro que ahora es presente. Pero el cine no había reparado en ello hasta 1982, cuando se estrenó Blade Runner. Solo después de que llegara la película de Ridley Scott aparecieron de forma masiva en las pantallas los relatos distópicos que ahora nos enganchan en Black Mirror. Muchas series, películas y novelas de ciencia ficción han intentado imitar su estética, sus debates filosóficos e incluso el año en el que está ambientada. “Cambió el aspecto del mundo y también nuestra forma de ver el mundo”, decía a Wired en 2017 el escritor William Gibson, uno de los padres del ciberpunk. Está basada parcialmente en la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968).

La acción transcurre en una versión distópica de la ciudad de Los Ángeles, EE. UU., durante el mes de noviembre de 2019. Describe un futuro en el que, mediante bioingeniería, se fabrican humanos artificiales denominados replicantes, a los que se emplea en trabajos peligrosos y como esclavos en las “colonias del mundo exterior” de la Tierra. Fabricados por Tyrell Corporation para ser “más humanos que los humanos” -especialmente el modelo Nexus-6-, son indistinguibles físicamente de un humano, aunque tienen una mayor agilidad y fuerza física, y carecen teóricamente de la misma respuesta emocional y empática. Los replicantes fueron declarados ilegales en la Tierra tras un sangriento motín ocurrido en una colonia exterior. Un cuerpo especial de la policía, los blade runners, se encarga de identificar, rastrear y matar -o ‘retirar’, en términos de la propia policía- a los replicantes fugitivos que se encuentran en la Tierra. Con un grupo de replicantes suelto en Los Ángeles, Rick Deckard, un ‘viejo’ blade runner, es sacado de su semiretiro para eliminarlos.

El escenario de Blade Runner es de decadencia urbana: edificios abandonados que fueron majestuosos en el pasado -interpretados por los teóricos postmodernos como símbolos de la modernidad caída-, calles abarrotadas y cosmopolitas, interminables mercados callejeros, basura sin recoger y una llovizna gris constante… Sin duda, el progreso está en ruinas… Columnas griegas y romanas, dragones chinos y pirámides egipcias se mezclan con gigantescos anuncios de neón… La imagen dominante es de decadencia, desintegración y caótica mezcla de estilos. ¿Qué hace postmoderno a Blade Runner? Para empezar, se cuestiona la realidad misma. Los replicantes quieren ser personas reales, pero la prueba de la realidad es una imagen fotográfica, una identidad construida. Ésta es una forma de ver la postmodernidad: un debate sobre la realidad.

Lo que nunca soñaron fue la posibilidad de que en el 2019 Estados Unidos tuviera un inquilino en la Casa Blanca como Donald Trump. ¿No será un replicante el actual presidente? Su pelo amarillento como el polvo del desierto de ‘El Infierno’, película de Luis Estrada, del Benny y Cochiloco, y con mechas anaranjadas como aquellas zanahorias que devoraba, en cada episodio de apenas unos minutos, Bugs Bunny, personaje de dibujos animados de las series de los Looney Tunes y Merrie Melodies producidas por Leon Schlesinger para la Warner Bros, han encendido las alarmas en las cancillerías de todo el mundo. Las sospechas son más que razonables. PantonePantone® Inc. es una empresa con sede en Carlstadt, Nueva Jersey, creadora de un terrícola sistema de identificación, comparación y comunicación del color para las artes gráficas. “La tonalidad de su cabellera no es de este mundo…”, dictamen ‘pantoniano’. Otro colega de Donald Trump, Kim Jong-un, secretario general del Partido del Trabajo de Corea del Norte, promotor del peinado ‘Juche’, “una aplicación creativa del Marxismo-Leninismo”, que no es más que una ‘monarquía dinástica de los Kim’.

Todo comenzó con el burdel del abuelo proxeneta de los Trump, “Vamos a hacer nuevamente grande a Estados Unidos”… Esta es la biografía no autorizada del presidente replicante ‘escapado’ que quiere seguir otros cuatro años más, si no lo impide Harrison Ford, un veterano ‘blade runner’. Friedrich Drumpf, emigró a Nueva York desde Alemania con solo 16 años. Hizo fortuna con hoteles y restaurantes que funcionaron como prostíbulos durante la fiebre del oro. En 1885 llegaba a la Casa Blanca el demócrata Grover Cleveland, un presidente atípico por ser el único que ha tenido dos mandatos no consecutivos, que además vetó una ley que pretendía restringir la entrada de extranjeros al país. Hoy, 134 años después, otro mandatario poco común está al mando de la Casa Blanca y, en este caso, estamos ante un obsesivo compulsivo por cerrar las fronteras y levantar miles de kilómetros de muros: Donald, su nieto. A los originarios de Kallstadt, un apacible pueblecito germano cuya tradición vitivinícola data del Imperio Romano, se les conoce cariñosamente como Brulljesmacher, una palabra que en el dialecto regional significa fanfarrón, caprichos del destino… La periodista estadounidense Gwenda Blair es la autora del libro ‘The Trumps: Three Generations That Built An Empire’ (Los Trump: Tres generaciones que construyeron un imperio). Si están interesados en profundizar sobre el replicante Donald Trump -no es fake news- pueden acceder a http://elbestiariocancun.mx/el-globo-rojo/todo-comenzo-con-el-burdel-del-abuelo-proxeneta-de-los-trump-vamos-a-hacer-nuevamente-grande-a-estados-unidos-3/

En 1891, Friedrich Drumpf, se marchó a la costa oeste, a Seattle, donde compró con sus ahorros un restaurante en el centro de la ciudad, en una zona donde en la época abundaban casinos, salones y burdeles, el red-light district conocido como Lava Beds. El local fue bautizado como Poodle Dog, y en él servía alcohol, comida y ofrecía “habitaciones para señoritas”, que era como eufemísticamente se anunciaba que había prostitutas. Frederick vendió sus propiedades justo antes de que el negocio se viniera abajo, para luego trasladarse a Klondike, en el territorio canadiense de Yukon, junto a Alaska, donde volvió a repetir la fórmula de ofrecer cama, comida, licor y sexo en establecimientos como el Restaurante Hotel Actic y el White Horse Restaurant Inn. Un periódico local describía su negocio como apto “para los hombres solteros del Ártico, con excelentes alojamientos, así como el mejor restaurante, pero no aconsejable para mujeres respetables que vayan a dormir, porque son susceptibles de escuchar sonidos depravados que ofendería su sensibilidad”. La fórmula se repetía en sus locales. Un bar, instalaciones para juegos de azar y zonas oscuras con cortinas de terciopelo, donde ofrecían sus servicios las conocidas como ‘sporting ladies’. Tras la aventura americana, Frederick Trump dio por concluido su sueño. Vendió sus inversiones y regresó a Alemania en 1901. Una vez más, le funcionó el olfato y se adelantó al final de la fiebre del oro y el consiguiente declive de la prostitución.

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