Inosente Alcudia Sánchez

Hasta que Sergio, Checo, Pérez ingresó en las grandes ligas del automovilismo, es decir en el campeonato mundial de Fórmula 1, comencé a interesarme en esa competencia de “deportes de motor”. Con el tiempo me interioricé en las complejidades del “deporte”, algo indispensable para apreciar y valorar lo que a mi juicio son los principales componentes de la competencia: la ingeniería o tecnología de los constructores, la estrategia para enfrentar la carrera y, por supuesto, la preparación del piloto.

Ir conociendo las características del automóvil ha sido una aventura apasionante: en el costo de más de 200 millones de pesos, hay todo un complejo rompecabezas de fabricantes cuyos técnicos y científicos no dejan de pensar en cómo hacer mejor hoy la pieza que perfeccionaron ayer. En el coche va impreso el prestigio no sólo de los patrocinadores comerciales, sino, sobre todo, la reputación de los “constructores” que tienen que ajustar su creatividad y el desarrollo de tecnologías a las reglas de la competencia establecidas por la Federación Internacional de Automovilismo (FIA).

Una a una, las carreras son planeadas meticulosamente por el equipo de cada escudería. Desde las características de la pista hasta las condiciones climáticas son analizadas con acuciosidad para definir el plan de la carrera. El plan se ajusta de acuerdo al desempeño de autos y pilotos durante las vueltas a la pista que definen el orden de salida en la gran carrera. Durante las vueltas de reconocimiento de la pista, y de velocidad para clasificar en los mejores lugares de la parrilla de salida, se prueban y ajustan las máquinas y, definido el orden en el que arrancará la competencia, se diseña la estrategia para resistir un largo recorrido que exige el máximo rendimiento de cada pieza del auto. Este es el tiempo de los ingenieros, de cálculos de potencia y agarre, de aceleración y frenado, de la temperatura y velocidad del viento… que se traducen en un complejísimo manual de instrucciones que, se supone, el piloto debe acatar a rajatabla.

El piloto es un atleta de altísimo rendimiento. No sólo debe poseer una gran preparación física para soportar, en condiciones óptimas, las exigencias de fuerza y energía que demanda la conducción de un bólido durante más de 90 minutos, sino que debe tener la preparación mental indispensable para controlar sus emociones (miedo, euforia, ansiedad) y sacar el máximo provecho de la máquina y del plan o estrategia de carrera. Desde luego, como en casi todas las competiciones, siempre habrá una gota de azar, una pizca de suerte, que juegue a favor o en contra de los competidores; sin embargo, la mayoría de las veces será el piloto quien catalice las potencialidades del auto y la inteligencia del equipo.

Nuestro compatriota, Sergio Pérez, se ha ganado un lugar de privilegio en este deporte de alcance internacional. Como bien resume Román Revueltas Retes en Milenio: “El hombre ya es subcampeón del mundo, ya contribuyó a que Red Bull, la escudería más competitiva actualmente en la F1, cosechara todos los laureles, a saber, el campeonato de constructores y los dos primeros puestos en el palmarés de pilotos y llegó a ganar inclusive dos Grandes Premios, en Arabia Saudí y en Azerbaiyán”.

Checo Pérez ha generado una entusiasmada y creciente afición por el automovilismo, un deporte élite cuyo disfrute “en físico” está vedado para la gran mayoría de las personas, por el alto costo de las entradas, y que puede resultar francamente aburrido desde la televisión. Empero, el piloto mexicano representa una narrativa épica, una emocionante historia de vida que se construye carrera a carrera, como si se tratara de una telenovela con 20 capítulos de hora y media. Personajes como Checo Pérez son indispensables en nuestro tiempo. Generan una catarsis colectiva que contribuye a hacer menos árido el difícil día a día de quienes, en ocasiones, nos desvelamos o madrugamos para escuchar, en la voz de los narradores, que ahí, en alguno de esos autos, va un mexicano esforzado, talentoso, de clase mundial. Espero que, en el 2024, Checo nos siga dando motivos de alegría y de discusión que nos distraigan de la inevitable confrontación política por venir.