Encabronado y lo que le sigue, así me encontré a mi compadre Carlos “N”, quien lleva tres días viviendo obligadamente en casa de su madre, luego del  susto y respectiva crisis nerviosa que persiste en ella, luego de  haber presenciado la ejecución de una persona en la puerta del bar “La Xtabay”.
Resulta que el día de incidente, su mamá y su hermana pasaban por ahí cuando los sicarios  perpetraron el crimen. Cada vez es más frecuente escuchar a la gente decir: “yo lo vi”, “a mí me paso”, “yo estaba ahí”, cada vez  es más común que personas conocidas se encuentren en el lugar y el momento equivocados.
La ciudadanía se encuentra molesta, harta y reclama que nadie hace nada y la ola violenta no para; todos saben cómo opera la delincuencia: los taxistas clones que operan en la madrugada, asaltan y violan, levantan y espían los hábitos de las personas, el sindicato de taxistas no hace nada para abonar al tema y desde luego la policía menos.
Todos saben dónde están las narcotienditas, todos conocen a los malandros, todos saben quiénes compran chueco, todos saben que las casas de empeño son el banco de los rateros, todos saben que la policía con una “quinina” todo tolera.  La delincuencia ya se hizo cotidiana y aceptada,  comprar o vender chueco es cosa de supervivencia en Cancún.
Si a esto le sumas otros tipos de timo como abusos de tránsito, de inspectores de obras públicas (porque mejoras tu banqueta), de inspectores de servicios públicos, de la CFE, de la revisión diaria de documentos si eres comerciante, del ilegal Torito, de las básculas “tocadas” en la carnicería y  de los litros de 800 mililitros sin que la Profeco haga algo, entonces estamos cercanos al límite de la cordura y de tomar la justicia por nuestra propia mano.
Dice doña Esa: “¿Encima chutarnos el sofocante calor de 40 grados a la sombra? ¿Y sin aire acondicionado? Volteo, yo así no juego. Todo esto, Chuli, convierte paradójicamente a Cancún en un coctel de infelicidad, en una ciudad fallida. Literalmente una ciudad del crimen. Como película de Tarantino.  Tan lejos de Dios y tan cerca de Mérida”. ¡Se acabó el papel!