Ahora que estamos por iniciar el tercer año de gobierno y en la víspera del proceso electoral local de 2019, la tarea para Quintana Roo se antoja grande; a estas alturas no es fácil hacer aliados y menos hacer amigos. Sin embargo, es obligado consolidar el liderazgo y probar la unidad del Estado.
En el contexto general nos ubicamos como un punto rojo en el mapa de Andrés Manuel López Obrador y de Morena, que es el lógico enemigo a vencer del PAN y el casi extinto PRD; ambos partidos ya comienzan a verle peros al gobierno actual y señalan ya algunas inconsistencias, sobre todo en materia de inseguridad, de confrontación política y, como señalara hace unos días el dirigente estatal del partido amarillo, “en este gobierno se ha invertido demasiado en combate a la inseguridad, lo que está fallando es la comunicación”, se nota telescópicamente nuestro status quo político.
En esta etapa se requiere mostrar el punch, el trabajo coordinado, la unidad de todos los quintanarroenses, la operación de los programas de gobierno de corto, mediano y largo alcance y la correcta difusión de los mismos. Se requiere un gobierno cercano a la gente, que armonice a gobernantes y gobernados.
La comunicación social, que es el pegamento para que la alianza del gobierno con el pueblo permee, ya que se nota que no está amalgamando; es decir, el mensaje no llega, y tampoco son trivialidades, la comunicación social no es una costumbre o moda: es una ecuación de permeabilidad social de los gobiernos modernos, saber comunicar implica marcar la agenda de temas, llevar la delantera, marcar la pauta del discurso de los líderes de opinión y generar el debate inclusive.
Por tanto, los gobernantes tienen que hacer un discurso más focalizado en temas sobre la misma agenda pero que emocione a los ciudadanos, y que no se diluya en muchos temas con declaraciones de banqueta poco sólidas. Que se planteen políticas de comunicación social y  se expliquen las bondades del plan de gobierno desde la maravillosa experiencia de la radio y la televisión públicas y privadas. Esta es una necesidad, no una frivolidad costosa. No se necesitan grandes cantidades, sólo lo necesario y aplicar criterios sólidos, compromisos serios y no intermitentes. Hay que difundir los programas y las obras con inteligencia; por ejemplo, “reforestar o mejorar parques y áreas publicas” debe englobarse en el concepto de “embellecimiento” de las ciudades y comunidades y a su vez en el concepto de generar mayores niveles de “felicidad” de los ciudadanos, y enviar mensajes cortos y más contundentes de cada logro.
Otro ejemplo: las portadas, cuando vale la pena, son importantes. La imagen (foto o video) del gobernante, sin rayar en lo banal, tiene que ser grande y de alto impacto, seleccionada cada día para “destacar”, no sólo para “estar”, aunque al propio gobernante no le guste.  Al pueblo, finalmente, sí le gusta y se siente protegido. Un gobernante fuerte representa a un pueblo fuerte, así los programas y los personajes generarán una sensación de seguridad y de felicidad, aunque sea sólo en la percepción. Lo que parece es, diría doña Esa.
El cumplir una promesa, aunque sea sólo una, si se comunica con suficiente fuerza logra un posicionamiento que en cadena detona sólidos resultados en la simpatía y percepción ciudadana respecto de otros temas y se da de esta forma el efecto deseado.
Por ejemplo, cumplir la añeja promesa de tener internet en todos los parques públicos del estado no es tan difícil y sí es de muy amplio espectro en la captación de capital político.
Como dice doña Esa: “No hay peor tuerto que el que no quiere oír. Mira Chuli, lo que pasa es que tú eres muy envidioso y ante cualquier barbón te hincas. Creo que estás veletiando”. ¡Se acabó el papel!