Inosente Alcudia Sánchez

El 2 de noviembre de 2017, el entonces candidato Andrés Manuel López Obrador publicó en redes sociales una de sus más atractivas ofertas electorales: la descentralización del Gobierno Federal. Relajado, con la frondosa vegetación selvática de su finca como escenografía, el futuro presidente de la República explicó en el esperanzador video: “Siempre estoy pensando en lo que vamos a realizar… para sacar a México de la grave crisis… que se padece en todo el territorio nacional. En mis reflexiones de ahora, pienso que es acertado la descentralización del gobierno federal… que ya no concentremos las dependencias federales sólo en la Ciudad de México… En esta zona (el sureste) se está atravesando una crisis muy severa, en la zona petrolera, en Ciudad del Carmen, en Villahermosa, hay mucho desempleo y mucha inseguridad… Entonces, tenemos que actuar pronto. Creo que es acertado que PEMEX funcione en Ciudad del Carmen…”.

Siguió con el desglose de las reubicaciones de las dependencias federales y hasta adelantó parte de la estrategia: el FOVISSSTE construiría las viviendas de los burócratas que accedieran (todo por la razón y el convencimiento, nada por la fuerza) a dejar la CDMX y trasladar sus vidas a la plaza designada por el azar de la política. Estoy seguro de que la propuesta agregó un punto más a la ventaja que, para esas fechas, AMLO ya tenía sobre sus competidores.

En ese año, en esos meses, Ciudad del Carmen era una noticia mundial. La capital petrolera de México sufría lo peor de la crisis en la producción de hidrocarburos y la prensa internacional daba cuenta, escandalizada, de la “decadencia” que padecía la Isla y el “ocaso” de la actividad que había detonado el “boom” económico carmelita. Campeche y Tabasco disputaban el último lugar en la economía nacional, pero era Ciudad del Carmen donde las dificultades se expresaban de manera más dramática: hoteles vacíos, restaurantes cerrados, plazas comerciales desiertas, oficinas desmanteladas, cuarterías y viviendas deshabitadas, calles solitarias, desempleo galopante. Las crónicas daban cuenta de una ciudad ruinosa y de condiciones que amenazaban con colapsar al resto de la economía estatal. En estas circunstancias, el anuncio de la reubicación de las oficinas centrales de PEMEX fue, sin duda, la luz al final del túnel para miles de campechanos y, sobre todo, de carmelitas que de un día para otro habían pasado de la bonanza a la incertidumbre.

En octubre de 2018, el presidente electo López Obrador reiteró a los habitantes de la Isla: “Vamos a sacar a Ciudad del Carmen de la crisis que padece por el abandono de la actividad petrolera. Hice el compromiso, soy hombre de palabra. Se viene PEMEX a Ciudad del Carmen. Los trabajadores de confianza se vienen todos, desde el año próximo, van a estar ya despachando aquí”. La descentralización del gobierno federal se agregó a los 100 compromisos que el presidente hizo públicos al asumir el cargo.

En la búsqueda de remedios prodigiosos para nuestros males, en reiteradas ocasiones los gobiernos locales habían solicitado a altos funcionarios y políticos –infructuosamente, claro– que PEMEX ubicara en Ciudad del Carmen alguna de sus filiales, como la de Exploración y Producción. Así que, igual que muchos, recibí el anuncio con incredulidad. Sin embargo, considerando la emergencia económica que prevalecía en la Isla, muchos estimamos que el traslado de PEMEX sí estaba dentro de lo posible.

El gobierno entrante siguió mandando mensajes de que el desalojo de la Torre Ejecutiva de PEMEX, en CDMX, iba en serio. En octubre de 2018, Rocío Nahle García, propuesta para ocupar la Secretaría de Energía, visitó Ciudad del Carmen: “Vengo a ver las condiciones de infraestructura inmobiliaria que ofrece esta hermosa ciudad, para empezar a hacer el plan estratégico de mover PEMEX hacia acá». Por su parte, el gobierno del estado presentó la oferta carmelita: “Tenemos más de 55 mil metros cuadrados disponibles para oficinas en 14 edificios y ya se completó con habitaciones, hoteles, restaurantes, centros educativos, guarderías, todos los servicios auxiliares que requerirían las oficinas de la paraestatal”, informó el entonces secretario estatal de Desarrollo Económico. Del “plan estratégico” no se volvió a saber nada. Y es que, en efecto, como dijo la secretaria Nahle, para emprender un proyecto de esta magnitud se requieren diversos estudios de factibilidad. El tema no era hacer un inventario de cuartos, viviendas y oficinas en renta. Las necesidades de la reubicación de PEMEX (y de las otras dependencias) son mucho más complejas que la disponibilidad inmobiliaria y era indispensable conocer el impacto que tendría en la comunidad receptora, así como sus probables externalidades.

Los efectos en el medio ambiente, en la movilidad, en el desarrollo urbano, en servicios básicos como energía eléctrica y agua potable; la velocidad y el ancho de banda del internet, la oferta de recursos de respaldo a la operación de la empresa, el inevitable conflicto cultural, son cuestiones que necesariamente debían estudiarse. Creo que correspondía a las autoridades locales, como principales interesados, la elaboración de estos análisis para mostrar a PEMEX, y al presidente, las capacidades de Ciudad del Carmen para acoger las funciones de la paraestatal y a sus trabajadores, y, con base en ellos, definir el programa con los plazos y las acciones para efectuar la descentralización. Desde luego, eran responsabilidad de la propia Empresa Productiva del Estado calcular los costos de la implementación y los efectos sobre la eficiencia y eficacia de sus operaciones.

Aventuro que, aunque el sexenio se agotó en postergaciones inexplicables, el gobierno concluyó que la cabecera municipal no satisface los requerimientos de la empresa o que la evaluación costo-beneficio resultó negativa para su descentralización. Empero, ninguna autoridad se atrevió –hasta ahora– a exponer las razones técnicas que impidieron el arribo de PEMEX a la Isla (en distintos momentos, funcionarios de la petrolera han informado sobre “reubicaciones” de personal a varios estados, pero sin mencionar el traslado del corporativo a Ciudad del Carmen).

El traslado de PEMEX era una medida extraordinaria, como caída del cielo, que pudo abrir nuevas expectativas al desarrollo integral del Carmen. Ya no lo sabremos. Debemos, eso sí, emprender un proceso de planeación que, al menos, ofrezca medidas para atemperar los efectos de la inevitable siguiente crisis en el sector petrolero.