Las atmósferas nocturnas simbolizan estados del alma, fronteras de la vida consciente y móviles irracionales del comportamiento humano. Pueden añadir un toque de misterio a la experiencia diaria a condición de mantener frescas las aptitudes intuitivas y de resistir lo suficiente para negarse a legitimar las ansias depredadoras de los voceros del consumo enajenado.

La familiaridad con la noche abre puertas para templar la conciencia y escudriñar el mundo conciliando sus elementos antagónicos. Induce a admitir como interlocutores válidos a los seres que habitualmente son reducidos al descrédito general y a las acciones furtivas. Estas son las voces que pueblan Señora de la noche, libro de cuentos de Osiris Gaona (México, Editorial Hago Libros, 2022) que anticipa, desde la cita de Sor Juana elegida como epígrafe para recibir al lector, el hechizo y la ficción que hallará en las páginas subsiguientes.

Las historias de este volumen se ligan entre sí aunque sólo algunas de ellas hagan explícitos sus vínculos, cuando personajes ya conocidos vuelven a aparecer en contextos que cambian, en forma sutil y envolvente, revelando ángulos inesperados de su trama. La caracterización de los excluidos, de todos aquellos que el bullicio dominante y la pompa egocéntrica anulan sin aparente remedio, es una consecuencia ética de la perspectiva integradora que forja su hechura literaria. Este resultado deriva de la formación profesional de la autora con estudios en ciencias biológicas, empeñada en la defensa de los ecosistemas que tan bien conoce.

Por ello tiende a exhibir los componentes instintivos de la conducta, revestidos de un complejo atuendo cultural que no obstante sigue siendo precario al punto de sucumbir a la fuerza de los impulsos, sugiriendo paralelismos con la fauna salvaje y formulando líneas de afinidad con la flora que en algunos de los textos supera cualquier decorado de mera circunstancia. Incluso cobran protagonismo criaturas que, como las moscas, colonizan con sus larvas los tejidos orgánicos de las personas que mueren en el escenario de sus peripecias.

La percepción expandida a partir del ejercicio agudo de los sentidos adquiere una importancia capital en la secuencia de los acontecimientos narrados, pues incluso la falta de algunas funciones sensoriales se equilibra con la intensidad que despliega el uso de otras. La escucha atenta, el refinamiento del gusto, la aptitud para discernir aromas, las vibraciones táctiles y la vista negada que, en cambio, pone en alerta el instinto, conforman un cuadro vivo de la naturaleza humana que transita en vías de absorción y entrega al orden cósmico prolongándose en un espacio autónomo del juicio moral.

Muchos de los conflictos que desarrollan los cuentos tienen relación con la maternidad, trátese del nacimiento de hijos que mueren en edad temprana o de aquellos cuyas malformaciones inspiran la aversión inmediata de su progenitora; otros refieren el sentimiento desolado que acompaña los abortos clandestinos o el desprecio tenaz de la madre hacia la hija, o bien la desconcertante fusión de personalidades que la hija advierte en el vínculo con aquella. Con destellos de serenidad y madurez, la abuela llega a convertirse en presencia sabia y providente, decisiva en el rumbo que la nieta ha de seguir en la vida. 

La evasiva posibilidad de consumar la unión amorosa en su sentido más profundo desplaza su acento hacia otras formas de relación fundadas en el infortunio compartido, a veces como efecto de un suceso fortuito o desde la raíz misma de una anomalía congénita, otras marcadas por la transgresión de normas sociales para desembocar en el recurso sustitutivo del abuso sexual y la violencia sistemática.

Hay relatos que destilan un espíritu de composición lírica, trazados con el poder de evocar, por ejemplo, la figura arquetípica del ángel que se incorpora a las vivencias humanas por conducto de lazos emotivos, pero que en otras partes se ostenta como fuerza obsesiva y letal. Un motivo recurrente en ellos se alza en las artes de encantamiento, al ritmo de sortilegios cuya eficacia relativa basta para atraer la potencia sanadora que emana de la solidaridad femenina y de los aprendizajes que el núcleo familiar provee a sus descendientes, desatando acaso una alegoría de las esencias ocultas que fluyen en el cultivo amoroso del lenguaje.