Por Noé Agudo García


Los tzentzontles, esos juglares de la sierra, son unas aves muy ariscas. Y está bien que así sean. Cantan siempre escondidos entre la fronda, y cuando se dejan ver lo hacen desde la punta más alta del cuil. La belleza de sus cantos los hace ser muy codiciados.
En Sierra Sur uno los tiene en los árboles del derredor, entre los cafetales y platanares, en lo más umbrío del campo, pero aun así hay quienes se empeñan en tenerlos enjaulados en el corredor de su casa. Por eso cuidan que nadie los mire y ni pensar en acercarse.
Son aves de la lluvia. En los meses de sequía sus cantos transforman el campo y el espíritu. Uno sube los cerros pardos cuando todo está seco, incluso la boca del caminante, y en algún recodo del camino un viejo sabino se empeñará en preservar su verdor; entre sus ramas revoloteará un tzentzontle llamando a las lluvias y escucharlo es recobrar la esperanza. Uno sabe que pronto lloverá y el pardo sudario que ahora solo exuda polvo se transformará en verdor y nueva vida.
La belleza de sus trinos es inversamente proporcional al modesto traje de estos juglares: sus plumas más grandes son de color café o grisáceas y el pecho, donde anidan las bellas melodías, las plumas son más pequeñas y adquieren un tono rojizo.
Hoy pude contemplar sin recato a una pareja cuando llevé a correr a Ares. Se movían a ras del piso y por un momento creí que eran ratas; revoloteaban entre los arbustos, luego se elevaron y empezaron a cantar.
Al igual que otras aves (los pericos, las cornejas, las tórtolas y aun algunas águilas y halcones) el cambio climático les ha alterado sus ecosistemas y hoy conviven entre la contaminación y la gente.
Por eso los otrora altivos y ariscos juglares de la sierra se dejan contemplar y aun permiten que la gente se acerque a unos pocos metros de donde están. El hambre y la ruptura del equilibrio natural los ha hecho así. Es lamentable que el imbécil que habita en la Casa Blanca se niegue a reconocer el daño y las alteraciones que hemos causado a nuestro planeta y se niegue a enmendarlos.