Inosente Alcudia Sánchez

“Cuando mi hija crezca el mundo debe ser un lugar mejor para vivir. Confío en que sea así y en que mi trabajo consista en tratar de cambiarlo para bien, para que todas las hijas de este mundo puedan lograr un mayor crecimiento, llegar más alto y alcanzar sueños más grandiosos”. Así concluye Chao Nam-joo su novela “Kim Ji-young, nacida en 1982” (Alfaguara), primera obra traducida al español de esta escritora sudcoreana. Y, como no todo tiene que ser política, nomás para ir contracorriente, les dejo aquí estos apuntes para recomendar una obra que, por una parte, es una historia conmovedora y, por la otra, retrata el proceso salvaje de crecimiento económico que emprendieron los coreanos hasta llegar a ser una de las naciones más desarrolladas.

La autora es apenas un poco mayor que la protagonista de su historia, por lo que la novela está aderezada con algunos, o muchos, rasgos autobiográficos. De hecho, en la Nota de la autora que cierra la novela, Cho Nam-joo reconoce: “Y es que todas –mis amigas, mis colegas e incluso yo misma- nos parecemos a Kim Ji-young… Mi vida no es muy diferente de la suya.”

A pesar de su aparente ausencia de conflicto es un relato ameno, soportado en las técnicas actuales de construcción narrativa (no en balde Nam-joo es guionista de televisión). Con un lenguaje directo, de escasos giros poéticos, Kim Ji-young nos muestra una parte de la realidad coreana de los últimos 40 años. Una realidad vista y contada desde la perspectiva femenina; es decir, desde el lado oscuro, o luminoso, de las circunstancias que rodean la existencia de una mujer que nace y crece en Seúl, en ese enorme centro urbano que ejemplifica el avance brutal del capitalismo moderno.

Aunque me llegué a crispar en algún momento de la lectura (ya dije que la historia transcurre ausente de sobresaltos porque lo absurdo es parte de lo “normal”), esta novela es la gesta de la vida simple, de la vida a secas, donde lo que acontece es natural para todos los personajes, aunque a los lectores occidentales nos indigne. Kim Ji-young cumple el adagio aquél de que todas las vidas, bien contadas, serían una gran novela.

Es evidente, también, que esta narración tiene mucho de denuncia: me parece un estruendoso grito con el que la autora pretende sacar del marasmo acomodaticio a su sociedad o a las sociedades abrumadas por el capitalismo más salvaje. Hay guiños a lo largo del libro que nos dicen: “esto es ficción, pero la realidad es más abrumadora” y, para justificarlo, el narrador omnisciente se otorga la licencia de recurrir a fuentes de datos oficiales para convencernos de que lo acontecido no es excepción ni fantasía. Por lo demás, alcancé a identificar algunos rasgos similares entre nuestra sociedad rural y tradicionalista, y la sociedad coreana (o de Seúl), urbana y tradicionalista, de las dos últimas décadas del siglo pasado. 

Para quienes nos interesamos en las políticas públicas, la novela tiene un atractivo especial: durante el periodo en el que transcurre la historia, Corea rebasó y dejó atrás por mucho el nivel de desarrollo económico de nuestro país. ¿Cómo impactó ese vertiginoso crecimiento productivo la vida de sus habitantes? “Kim Ji-young, nacida en 1982” es una mirada indiscreta y sincera a lo más profundo de una sociedad que, en esos años, dedicó la vida, literalmente, a sobrevivir. Sin duda, “desarrollo” y “crecimiento” son dos conceptos que tienen que revisarse a la luz de la cultura de las diversas naciones. Con una visión contrafactual, en esta novela encontraremos, quizás, una o varias explicaciones sobre los atávicos lazos que nos encadenan al atraso económico. Pero eso ya será parte de otra reflexión.

Como sea, este libro que algunos llaman “un fenómeno social”, es una lectura imperdible. Sin romanticismos, la novela no es una invitación a conocer o celebrar los éxitos económicos de ese casi mítico país asiático, sino una convocatoria a luchar contra una de las injusticias más arraigadas en muchas sociedades.

La verdad es que en ninguna de las elecciones de las que guardo memoria había sentido la sensación de riesgo, de emergencia, que me invadió en los últimos días. Ni en el 2018 advertí este sentimiento de amenaza. Ojalá que todos salgamos a votar y, sin importar el resultado de la elección, nuestros sufragios ayuden a que tengamos un mejor país. Que este lunes 3 de junio empecemos la gran marcha hacia la reconciliación de todas y todos los mexicanos.