José Agustín. La nueva música clásica. Grijalbo. 416 pp.

Con prólogo de Alberto Blanco y coda de José Agustín Ramírez, el libro es una exploración personal y profunda sobre el rock. Esta crítica-crónica, hoy tan clásica como la música sobre la que reflexiona, fue escrita por José Agustín en dos versiones, ambas con el mismo título y objetivo –examinar a detalle la esencia de la música–, pero separadas por el tiempo: la primera en 1968, en el auge de la década dorada del rock, y la segunda en 1985, cuando su permanencia en el gusto universal estaba más que asegurada.

Sam Shepard. Espía de la primera persona. Anagrama. Trad. Mauricio Bach. 104 pp.

El testamento literario de Sam Shepard, escrito en sus últimos meses de vida, cuando una enfermedad degenerativa se iba apoderando de su cuerpo. Frente a esta situación, el escritor plantó cara, en un último gesto de resistencia a través de la escritura. El resultado fue esta novela breve, fragmentaria, elíptica, radical, enigmática y deslumbrante.

Marguerite Duras. Cuadernos de guerra y otros textos. Tusquets. Trad. María Condor. 364 pp.

Escritos entre 1943 y 1949, es decir, en plena Segunda Guerra Mundial y en los inmediatos años posteriores, Marguerite Duras guardó estos textos durante décadas en su casa en Neauphle-le-Château; solo en 1995, poco antes de morir, decidió legarlos al Institut Mémoires de l’Édition Contemporaine. El volumen contiene relatos autobiográficos, en particular sobre su niñez y su juventud en Indochina, y esbozos de célebres novelas suyas.

Lucero Velasco Oropeza. La sal de la tierra. Textofilia. 84 pp.

En la sal de estos versos la agonía de crecer nos despierta. La poeta acumula lenta y minuciosamente todos sus fragmentos y se mira a través de ellos con la esperanza de prolongar el paraíso de lo intacto (la infancia, los nombres, las certezas) y tal aprehensión, aunque por un instante devuelve su vitalidad a lo marchito, se osifica en la memoria.