Roberto Hernández Guerra.

“La culpa no cae al suelo” dice el refrán popular. Los tecnócratas neoliberales que han manejado al país durante más de treinta años y que, adheridos al dogma del libre mercado a ultranza, la globalización dependiente y el debilitamiento del Estado, no han obtenido buenos resultados en la economía, pueden tener ahora a quien culpar.  Y a quien más, sino al villano favorito a escala mundial: Donald Trump.
Y no es que ignoremos lo que representa el presidente estadounidense, en cuanto a riesgos para la paz mundial y a políticas que benefician a los más ricos de su país. Pero la debilitada economía mexicana no necesita de “choques” provenientes del exterior para explicar su deplorable estado. El mal es estructural y resultado de un coctel perverso: corrupción, abandono del campo y del sector petrolero, carga excesiva de impuestos sobre empresarios medianos y pequeños, y un listado más, que sería interminable.
Decía el Maestro Horacio Flores de la Peña, cuando a principios de los años ochenta del siglo pasado, se enfrentó en batalla de ideas a los llamados “monetaristas”,  padres putativos de los actuales “neoliberales”: “el problema de los monetaristas no es que no sepan (de economía), sino que no saben que no saben”. Lo mismo podemos decir de sus herederos ideológicos.
Afortunadamente cada vez hay mayor conciencia del fracaso de este modelo. La Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX)  al hacer un balance de resultados al cierre de este año, señala que las once Reformas Estructurales del Presidente Peña Nieto, que ofrecían hacer crecer al país entre el 5 y el 6 % anual, han tenido como magro resultado apenas un 2.2 %.  Agrega el organismo patronal, que los 3.4 millones de empleos creados en lo que va del sexenio, son apenas un 56 % de los necesarios para dar empleo a los jóvenes, y además los pocos creados no son de calidad.