Una de cada tres mujeres en Kirguizistán lo hizo contra su voluntad. La mayoría fueron privadas de su libertad de forma violenta y por un desconocido. La antigua tradición que se usaba para evitar pagar la dote de la novia sigue siendo socialmente muy aceptada y, pese a los esfuerzos de activistas y asociaciones, impune ante la ley…

SANTIAGO J. SANTAMARÍA GURTUBAY

Aparentemente, esta república es la vanguardia de la modernidad y la democracia parlamentaria en Asia Central… Cuando Bermet salió de su casa por la mañana, camino de la universidad, nada le hizo sospechar que por la noche sería ya una mujer casada. Al terminar las clases unos jóvenes la asaltaron, la tomaron por la fuerza en mitad de la calle y la metieron dentro de un coche. Ella forcejeó durante las casi tres horas que duró el trayecto en automóvil. “Luego, dejé de luchar porque pensé que me quedaría sin fuerzas”, cuenta hoy en casa de su suegra, con el pañuelo blanco de recién casada sobre la cabeza y embarazada de cuatro meses. Aquella tarde la trasladaron hasta esta misma casa, en un pueblacho a varios cientos de kilómetros de Biskek, la capital de Kirguizistán. De madrugada contrajo matrimonio con uno de los jóvenes que la había raptado. Hoy, su marido. Kirguizistán o Kirguistán es un país montañoso de Asia Central, sin salida al mar6​ y que comparte fronteras con la República Popular China, Kazajistán, Tayikistán y Uzbekistán. Su capital y ciudad más poblada es Biskek. La historia de Kirguistán se extiende por más de dos mil años y abarca una gran variedad de culturas e imperios. Aunque aislada geográficamente por su altamente montañoso terreno- lo que ha ayudado al país a preservar su cultura antigua- Kirguistán ha estado históricamente en el cruce de varias grandes civilizaciones, como parte de la Ruta de la Seda y otras rutas comerciales y culturales. Aunque siempre habitada por una sucesión de tribus y clanes independientes, ha llegado a estar, periódicamente, bajo dominio extranjero y ha alcanzado la soberanía como estado-nación solo después de la desintegración de la Unión Soviética en 1991. A pesar de la lucha de Kirguistán para la estabilización política de los conflictos étnicos, las revueltas,​ los problemas económicos, los gobiernos de transición y los conflictos de los partidos políticos, mantiene una república parlamentaria unitaria. Una revolución en abril de 2010 derrocó al expresidente Kurmanbek Bakiyev y dio lugar a la adopción de una nueva constitución y el nombramiento de un gobierno interino. Las elecciones para el Canciller Supremo de Kirguistán se celebraron en noviembre de 2011. El idioma nacional, kirguís, está estrechamente relacionado con las otras lenguas turcas, con las que comparte fuertes lazos culturales e históricos. Kirguistán es uno de los miembros activos del Consejo Túrquico y la comunidad TÜRKSOY. Es también miembro de la Organización de Cooperación de Shanghái, la Comunidad de Estados Independientes, la Comunidad Económica de Eurasia, el movimiento de Países No Alineados y la Organización de Cooperación Islámica. El 8 de mayo de 2015, se incorporó como país miembro de pleno derecho a la Unión Económica Euroasiática junto con Armenia, Bielorrusia, Kazajistán y Rusia.

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Las bodas por secuestro son una retorcida práctica que, con falsos tintes de antigua tradición, condena a una de cada tres mujeres del país a contraer matrimonio por la fuerza…”, nos narra el periodista español Daniel Burgui Iguzkiza. Jóvenes esposas obligadas a casarse súbitamente y por sorpresa con un hombre, a menudo un desconocido y habitualmente de forma violenta. “Lo más duro fue explicárselo al que entonces era mi novio, el hombre al que amaba. Él simplemente no pudo hacer nada”, dice a solas Bermet, de 19 años. Majabat, de 18 años, también forcejeó y trató de zafarse de sus captores pero no tuvo tanta suerte y en uno de esos tiras y afloja fue estrangulada. El joven que la raptó se suicidó unas semanas más tarde. La tía de Majabat narra cómo ambas familias, la de la víctima y la del secuestrador, han acordado que con la muerte del muchacho la familia ya tiene suficiente castigo. Por tanto, no irán a los tribunales. A pesar de que hace años que la legislación de esta república castiga y persigue las bodas por secuestro, apenas ha habido condenas contra los raptores. De hecho, tan solo se ha sentenciado a dos en los últimos 20 años.

La condena más reciente en el país se produjo hacia finales de octubre de 2013. Un hombre de 30 años que había violado dos veces y había intentado secuestrar hasta en tres ocasiones a la misma chica, una joven de 17 años, en la región de Bakai-Ata. La primera vez que intentó llevársela fue el 27 de agosto de 2012, los parientes de ella lograron rescatarla. Esa misma tarde él volvió a intentar secuestrarla sin éxito. Durante semanas, él la amenazó mediante mensajes de móvil para que no delatase la agresión sexual, que por vergüenza ella tampoco contó a sus padres. Esperó hasta el 9 de septiembre de 2012 para volver a raptar a la joven. Esta vez sí, la retuvo en una cabaña durante varios días, gracias a la colaboración de su familia, y volvió a violarla. Esta suele ser una forma de justificar el matrimonio argumentando que ya ha sido consumado, a la fuerza. Los padres de ella lograron que el 11 de septiembre de 2012, a medianoche, un operativo de la policía local atrapara al agresor y dejase libre a la chica.

Munara Beknazarova, directora de la fundación Open Line, que ha estado siguiendo el caso afirma que el largo proceso judicial y su rocambolesco desarrollo da cuenta de la tremenda aceptación social que tiene esta práctica. Durante el proceso, la juez –“sí, una mujer”, aclara– llegó a preguntar al acusado: “¿Estaría dispuesto a reconciliarse con la víctima y casarse?”. O peor, a la víctima se le preguntó durante el juicio: “Te ofrecen una buena familia, una buena suegra, un marido guapo, ¿por qué haces esto? ¿Por qué necesitas seguir este proceso?”. Finalmente el agresor fue condenado a cinco años de cárcel. Solo se cargó contra él el delito de secuestro. Los médicos forenses nunca pudieron probar la agresión sexual. El primer hombre encarcelado por secuestrar a una chica en la historia del país fue Shaimbek Imanakunov, de 34 años. Ocurrió en octubre de 2012. Fue condenado a seis años de cárcel por el secuestro de la joven Kisimbai Yris, de 20. Ella, una vez secuestrada y casada, logró ser rescatada por sus padres, volvió a su hogar materno y allí se suicidó. “Deseo elegir libremente a mi compañero y si me quedo al lado de este hombre, mi vida nunca tendrá sentido”, dejó escrito.

Aunque estas dos condenas dan un poco de aire a las activistas, los suicidios entre jóvenes cada vez son más habituales en el país. Un lugar en el que aunque se estima que entre 8.000 y 15.000 mujeres contraen matrimonio a la fuerza cada año, tan solo 10 casos fueron denunciados y llegaron a los tribunales el año pasado, en 2013. Un país, en el que sin embargo, se celebraron en las cortes más de 600 juicios por robo de ganado. Un código penal que castiga más severamente a los ladrones de ovejas que a los de mujeres: el artículo 165 impone hasta 11 años de cárcel a aquellos que hurten ganado, pero que tan sólo condena con tres o seis años de prisión los que hayan secuestrado o intentado secuestrar a una mujer con el fin de contraer matrimonio. Aparentemente, la república de Kirguizistán es la vanguardia de la modernidad y la democracia parlamentaria en Asia Central. Tanto, que en 2010, una mujer, Rosa Otunbáeva, se convirtió en la primera presidenta de una exrepública soviética islámica como esta. Sin embargo, desde que cayó la URSS, los raptos de novias han aumentado considerablemente. “Al parecer, tras la independencia de la Unión Soviética en 1991, aumentaron los secuestros en el país como una forma de reafirmación cultural, como símbolo de identidad nacional”, explica Russell Kleinbach, profesor emérito de la Universidad de Filadelfia.

La doctora Turganbubu Orunbaeva, que colabora con Kleinbach , fundó en el año 2000 la organización Bakubat -que significa “confort”, en lengua kirguís-. Desde una pequeña oficina aneja a su consulta ginecológica trata de dar apoyo a mujeres y sobre todo combatir la aceptación social que tiene el secuestro. También imparte talleres a adolescentes sobre relaciones de pareja, salud sexual y donde explican desde la menstruación hasta el orgasmo. La doctora Orunbaeva trabaja estrechamente con el clero islámico y con policías y militares. Los primeros condenan fervientemente esta práctica que se aleja de la bondad coránica y colaboran mucho y bien con ella. El segundo colectivo, el de los de uniforme, es bastante más díscolo: A pesar de los esfuerzos de activistas, ONG y el propio gobierno, la mayoría de los secuestros cuentan con el habitual beneplácito o la vista gorda de la policía local. Y los militares son un colectivo bastante prolijo en practicarlo ellos mismos. “Muchos jóvenes raptan a una chica y la obligan a contraer matrimonio antes de marcharse a hacer el servicio militar, así cuando regresen ya se han asegurado tener una esposa en casa esperándoles”, relata la doctora. Los secuestros de novias no tienen encaje en el Islam ni en la tradición nómada. Sólo en tiempos de pastoreo cuando dos jóvenes se amaban y el novio no podía pagar la dote a la familia de la chica, los dos enamorados convenían en organizar un secuestro por amor. El método se llamaba Ala-Kachuu, que literalmente significa: “Cógela y corre”.

La boda de Mariam y Solo sí se hizo de esa manera, fue en la primavera de 2011. Pero es una rareza. Solo no quería secuestrar a Mariam, él es un joven muy religioso y estaba convencido de que casarse así no es de buen musulmán. Pero fueron pasando los años de noviazgo y él no conseguía ahorrar suficiente dinero como para pagar la boda. Su suegro se dedica a la construcción, tiene varias empresas y exige una boda por todo lo alto y una buena dote. Un buen día ella se lo propone a su novio: “Ya estoy harta de esperar, secuéstrame esta semana y nos casamos”. Durante toda la boda, Solo no bebe más que zumos de frutas, mientras sus amigotes se emborrachan primero a champán y luego a vodka, en uno de los mejores restaurantes de Bishkek. Las nupcias las ha pagado su suegro. La cara de los padres de él es de resignación, de vergüenza. A ella su suegra le regala unos pendientes, sencillos y humildes: una reliquia familiar. A él, su suegro, le entrega la propiedad de una casa.

Virginia Woolf, sin perder su perdido perfil postromántico, trabaja todos los días, escribe, lleva una editorial, mantiene su casa y su matrimonio, da conferencias sobre feminismo, audaces para su tiempo y para el nuestro, y, simultáneamente, le mete un vuelco copernicano a la literatura en inglés, acaba con naturalistas e intelectualistas de la novela, es, como el francés Marcel Proust en el continente, “una revolución con buenos modales”, con su obra ‘En busca del tiempo perdido’… Clama contra “la aterradora actividad narrativa de los realistas”, contra “la novela de hechos”, y le pone a su colega irlandés James Joyce y a su ‘Ulises’, su contemporáneo y hasta su vecino, reparos muy bien puestos. Joyce está lleno de latín y jesuitismo por dentro de sus pretensiones amorales y ácratas. La Woolf, sin prédicas, admite muy sencillamente, como de pasada, en este Diario, que es lesbiana. No hace un discurso moralista/antimoralista como el ‘Ulyses’. Es más bien hermana de Proust y contemporánea nuestra en su manera natural y amoral de tratar el sexo. Y se permite el perfumado detalle doméstico de terminar así su Diario catedralicio: “Y ahora, no sin cierto placer, me doy cuenta de que son las siete y que debo guisar la cena”. ¿Quién teme a las feministas? Quienes ven venir en ellas a la mujer nueva que ya no nos hace el chantaje (tan deseado por el hombre) de su debilidad, sino que la exhibe como su fuerza. El hombre ha extenuado su modelo ‘patriarcalista’ con los presidentes estadounidenses Ronald Reagan y Donald Trump. La mujer va a impregnar el mundo porque sus manos no están entintadas de sangre, sino, a veces, de tinta, como las de la ‘british’ Virginia Woolf, que confiesa mancharse cuando escribe.

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